“Ha escrito Susan Tax Freeman que la fiesta tradicional constituye en España un fenómeno a la vez “secular y sagrado” y que, por eso mismo, “desafía el análisis de una entidad simple”. (1)
SAN UNO EN PRADO Y QUINTANILLA DEL OLMO (I)
La fiesta de los valores éticos
Si fuésemos terroristas, si fuésemos secesionistas, independentistas, xenófobos o racistas, violadores o asesinos, corruptos,… si fuésemos delincuentes, se hablaría de nosotros. Ocuparíamos muchísimo tiempo y espacio en los medios de comunicación de masas, en las redes sociales,… nos conocerían.
Pero como somos gente normal, sencilla, trabajadora, sacrificada, pacífica, honrada, en fin, gente de bien, pasamos desapercibidos. Y si somos pocos y de la España vaciada y empobrecida pintamos aún menos.
Por todo ello, no ha de extrañarnos que el acto central de nuestra fiesta mayor, la llamada “Rogativa” o “Romería”, la procesión del uno de mayo, para entendernos, pase desapercibida para el resto del mundo y no digamos la parte civil y cívica que es la que nos ocupa.
Prado y Quintanilla del Olmo compartimos lo principal de nuestra fiesta mayor. Dos de los municipios más pequeños de España, zamoranos, terracampinos, damos ejemplo a toda la humanidad. El día uno de mayo (por eso lo de “san Uno”) salimos de nuestras casas, de nuestro pueblo, cada uno del suyo, para compartir la alegría de la fiesta, para encontrarnos en la raya o límite municipal y derribar la “frontera”, para unirnos, para abrazarnos. Mientras otros intentan levantar barreras, nosotros, en un rito sinigual, representados por las autoridades civiles, alcaldes y jueces de paz, intercambiamos el poder municipal al cambiar los bastones de gobierno. Aquí los bastones no se alzan soberbios, amenazantes, engreídos,… Aquí se intercambian en un ritual pacífico y pacifista.
En la raya se manifiestan valores que engrandecen a nuestros pueblos. Lealtad y fidelidad, pues ninguno falta a la cita año tras año y ya van siglos. Generosidad, pues cada uno pone de su parte lo mejor en un día tan señalado. Fraternidad y hermandad, en los saludos, abrazos, gestos, intentando agradar hasta en lo más mínimo, desde la vestimenta hasta en el perfume. Hospitalidad, en el deseo de que sean acogidos con gratitud, en el agasajar a los representantes del pueblo, alcalde y juez de paz, en sus casas particulares, no en el ayuntamiento o local municipal, no; cuando lo hacen con ellos, abrir sus puertas, es como si lo hiciesen con cada uno de nosotros. Y nos vamos cada uno al pueblo vecino como ciudadanos con plenos derechos y libertades.
Nos une más que nos separa: la amistad, la amabilidad, la igualdad, el respeto por lo ajeno, valores que ponemos en práctica ese día y que no olvidamos el resto del año. Se comparten la fiesta y también las desgracias, porque la solidaridad entre nuestras gentes nunca ha faltado.
Otros, por menos, tienen la Declaración de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Nosotros, aunque humildes, debemos de estar satisfechos porque la herencia recibida, los valores mencionados, la trasmitimos a los más jóvenes con el fervor de los que nos precedieron.
Celebremos (cuando podamos) una vez más la fiesta que nos une y engrandece como personas, como ciudadanos y como pueblos.
Post scriptum. No queremos terminar sin agradecer muy sinceramente, pese a lo dicho al comienzo sobre el silencio y el vacío recibidos, el favor que nos ha hecho el Estado de Ciudad del Vaticano con el nombramiento como obispo de Tarragona de un independentista, secesionista, supremacista. Lo que enaltece aún más nuestra fiesta.
Un saludo,
Toño.
(1) DÍAZ G. VIANA, Luis, Viaje al interior. Una etnografía de lo cotidiano, Castilla ediciones, Valladolid, col. Raíces, 1999, p. 40.
SAN UNO EN PRADO Y QUINTANILLA DEL OLMO (I)
La fiesta de los valores éticos
Si fuésemos terroristas, si fuésemos secesionistas, independentistas, xenófobos o racistas, violadores o asesinos, corruptos,… si fuésemos delincuentes, se hablaría de nosotros. Ocuparíamos muchísimo tiempo y espacio en los medios de comunicación de masas, en las redes sociales,… nos conocerían.
Pero como somos gente normal, sencilla, trabajadora, sacrificada, pacífica, honrada, en fin, gente de bien, pasamos desapercibidos. Y si somos pocos y de la España vaciada y empobrecida pintamos aún menos.
Por todo ello, no ha de extrañarnos que el acto central de nuestra fiesta mayor, la llamada “Rogativa” o “Romería”, la procesión del uno de mayo, para entendernos, pase desapercibida para el resto del mundo y no digamos la parte civil y cívica que es la que nos ocupa.
Prado y Quintanilla del Olmo compartimos lo principal de nuestra fiesta mayor. Dos de los municipios más pequeños de España, zamoranos, terracampinos, damos ejemplo a toda la humanidad. El día uno de mayo (por eso lo de “san Uno”) salimos de nuestras casas, de nuestro pueblo, cada uno del suyo, para compartir la alegría de la fiesta, para encontrarnos en la raya o límite municipal y derribar la “frontera”, para unirnos, para abrazarnos. Mientras otros intentan levantar barreras, nosotros, en un rito sinigual, representados por las autoridades civiles, alcaldes y jueces de paz, intercambiamos el poder municipal al cambiar los bastones de gobierno. Aquí los bastones no se alzan soberbios, amenazantes, engreídos,… Aquí se intercambian en un ritual pacífico y pacifista.
En la raya se manifiestan valores que engrandecen a nuestros pueblos. Lealtad y fidelidad, pues ninguno falta a la cita año tras año y ya van siglos. Generosidad, pues cada uno pone de su parte lo mejor en un día tan señalado. Fraternidad y hermandad, en los saludos, abrazos, gestos, intentando agradar hasta en lo más mínimo, desde la vestimenta hasta en el perfume. Hospitalidad, en el deseo de que sean acogidos con gratitud, en el agasajar a los representantes del pueblo, alcalde y juez de paz, en sus casas particulares, no en el ayuntamiento o local municipal, no; cuando lo hacen con ellos, abrir sus puertas, es como si lo hiciesen con cada uno de nosotros. Y nos vamos cada uno al pueblo vecino como ciudadanos con plenos derechos y libertades.
Nos une más que nos separa: la amistad, la amabilidad, la igualdad, el respeto por lo ajeno, valores que ponemos en práctica ese día y que no olvidamos el resto del año. Se comparten la fiesta y también las desgracias, porque la solidaridad entre nuestras gentes nunca ha faltado.
Otros, por menos, tienen la Declaración de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Nosotros, aunque humildes, debemos de estar satisfechos porque la herencia recibida, los valores mencionados, la trasmitimos a los más jóvenes con el fervor de los que nos precedieron.
Celebremos (cuando podamos) una vez más la fiesta que nos une y engrandece como personas, como ciudadanos y como pueblos.
Post scriptum. No queremos terminar sin agradecer muy sinceramente, pese a lo dicho al comienzo sobre el silencio y el vacío recibidos, el favor que nos ha hecho el Estado de Ciudad del Vaticano con el nombramiento como obispo de Tarragona de un independentista, secesionista, supremacista. Lo que enaltece aún más nuestra fiesta.
Un saludo,
Toño.
(1) DÍAZ G. VIANA, Luis, Viaje al interior. Una etnografía de lo cotidiano, Castilla ediciones, Valladolid, col. Raíces, 1999, p. 40.