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QUIRUELAS DE VIDRIALES (Zamora)

Anochecer invernal en Quiruelas
Foto enviada por Reg.

CHUSQUEROS (Cont. VI)
Según el diccionario de la RAE, chusquero es: “Dicho de un suboficial o de un oficial del Ejército: Que ha ascendido desde soldado raso.” Vale como primera aproximación, pero nada más. Yo tras cinco años en el ejército, guerra incluida, nada sabía de sus matices y connotaciones hasta que no pasé por la academia del cuartel de Zamora (Mucha instrucción y teórica insufrible recibí: fusil máuser español, “el chopo”. ¿Qué es punto de mira?, etc, etc.) Así que quien haya llegado ... (ver texto completo)
La cachiporra (Cont. V)

El problema me surge al seleccionar andanzas y desventuras entre tantas como recuerdo. Asimismo al desechar tristezas. Hay mucho de truculento, son tantas las atrocidades… Ya conocéis la sevillana: "no me cuentes penas, cuéntame alegrías, que yo a nadie le cuento la penita mía." Luego al leerlas he visto que el haragán que me las escribe comete fallos cronológicos imperdonables, ciertos lapsus de bulto, o me atribuye hechos y pensamientos que yo hubiera callado por discreción, o por el contrario omite otros para mí imprescindibles. Claro que puede que sea mi memoria la que me traicione en algún aspecto dado el largo tiempo transcurrido, pero el culpable final es este truhán que no sabe de la misa la media y solo ha oído campanas. Ahora ya es imposible intercalar episodios y arreglarlo, se complicaría. Se pierde el hilo, en fin... ¿Qué es eso de aparatos de radio en Sitrama en los años veinte? Eran gramófonos los que yo escuchaba de niño si no recuerdo mal. Y la paga de 17 pesetas mensuales me la dieron después en Canarias, pero a los moros les pagarían al menos veinte duros, digo yo.
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A partir de aquí el destino o el azar torcieron las cosas. Me zarandeó por Lérida y Aragón, siempre de la ceca a la meca. Relevé a un compañero herido e hice de cartero y de soldado de enlace desplazándome a pie, a veces corriendo largas distancias, llevando órdenes y mensajes cifrados a otras unidades cuando los de transmisiones no podían comunicarse. Ágiles piernas y buena orientación, imprescindibles. Yo tenía veinte años. Suponía ir a campo través por terreno a veces agreste o boscoso y verte obligado a regresar por otro camino sorteando los peligros mayores. Destino arriesgado y más allí porque el frente era elástico, inestable, con continuas infiltraciones del enemigo, ofensivas y contraofensivas, en territorio que parecía conquistado. Me pasó varias veces tener ya la contraseña en la boca y darme cuenta in extremis de que eran del bando republicano. (Al hablar ellos también español no era difícil confundirte). Tenía que volver sobre mis pasos con sigilo y dar un rodeo. O perderme en tierra de nadie.
Una vez advertí cuando hube regresado que tenía la cantimplora agujereada. Las balas te pasaban silbando. Otra, iba junto a un molino y me disparó un francotirador desde la otra orilla del río. El proyectil me dejó sordo. Me arrojé por instinto al suelo y cuando recobré la noción dije, “ ¡ya me han jodido!”, mientras vi que me sangraba la nariz. Deduje que la bala impactó en una cañería vertical a escasos centímetros de mi cabeza, de ahí el sonido como un tañido de campana, rebotó y fue una esquirla del canalón metálico lo que hirió mi nariz, que no paraba de sangrar (Aún hoy tengo la señal aquí, mira). Me arrastré hasta ocultarme en un almacén del molino un largo rato. Una locura salir de allí, ¿serían dos? Puse la gorra en la punta de un palo, era asomarla y venir el balazo. Hasta que por ventura llegó un perro salvador. ¡Chito! -exclamé, lo asusté para que saliera-; oí los disparos y justo un segundo más tarde corrí yo tras él a toda velocidad. Fue la única vez en toda la guerra que fui consciente de que me tiraban a mí, no a un enemigo o bulto abstracto.
En otra ocasión, después de comer, estábamos reunidos unos cuantos cantando y armando jaleo mientras se hacía “el café” cuando nos asustó el estruendo de un cañonazo que cayó lejos. Parecía que nada. ¡Venga, pongámonos a cubierto! –dijo uno. Tres se quedaron, no por fanfarrones y hacerse los valientes -creo yo, los conocía bien-, sino por pereza. Desgraciadamente cayó justo allí, junto al fuego, un segundo cañonazo. Los destrozó la metralla. Así, de la manera más tonta. Te acostumbras a todo, a veces llega a no importarte la vida según tu estado de ánimo. Tan amable como es, la desprecias; no solo por ardor guerrero en medio del fragor de la batalla.
A comienzos del 39, en un traslado de tropas, volcó el camión en el que íbamos y a mí se me fracturó el fémur en el accidente. No hay mal que por bien no venga, lo mismo gracias a esto salvé el pellejo. Nos evacuaron a los heridos, estuve 68 días en el hospital tumbado boca arriba con la pierna en alto. Luego una larga temporada con muletas. El hueso me soldó bien, solo que me quedó la pierna 2 cm más corta.
A diferencia de otros muchos, quizá destinados en lugares de menor peligro, nunca pasamos hambre, comíamos relativamente bien. Además yo tenía ciertos privilegios para acceder al suministro mientras estuve de asistente. El encargado de intendencia era un respetado oficial moro, macilento curiosamente, un viejo carcamal de poco más de 50 años, pero que aparentaba 70. (Conoció a Franco de teniente en la guerra de África). Muy estricto, mas alguna vez le cogía latas y alguna que otra cosa para una fiestecilla. Unas veces por tener autorización del capitán y otras por hacérselo creer si la cosa se ponía fea: “Yo ahora, chau, chau –hacía el gesto del pulgar en la boca- decir a capitán Nájera”. Un sanabrés al que conocí en Zaragoza llenó la andorga gracias a mí. Las había pasado de a kilo, no sabía cómo agradecérmelo el pobre.
Sí pasé un frío atroz en Teruel o en Huesca, noches en vela moviéndote para no morir congelado. O largas marchas caminando dormido, vencido por el sueño y la fatiga. Hasta que, como dijo aquel, cautivo y desarmado, se rindió el ejército rojo y acabó la guerra. La paz, no obstante, no vino para todos.
Seguí mi convalecencia y, permiso en el pueblo de por medio, embarqué con mi tabor de Tiradores para las islas Afortunadas. En Gran Canaria pasé el año nuevo 1940 y permanecí aquí 13 meses maravillosos. La eterna primavera. Por primera vez en mucho tiempo fui feliz. Cuando media España se moría de hambre y la otra media malvivía del estraperlo yo gocé del Paraíso. ¡Este gato vidrialés al fin vio el mar y se bañó en el Atlántico! (Durante la guerra se lavó lo justo: menos que un gato con la lengua mala) Más que nadar había aprendido a flotar en el Tera y en la Almucera, en Quintanilla. Uno es de secano, tanta agua, tanta agua me daba miedo, para qué engañarnos. Luego fui cogiendo paulatinamente cierto gusto por las olas.
Los mutilados de guerra teníamos un estatus y privilegios especiales. Rebajados de guardias, por supuesto, no teníamos que formar, etc. Tenía una paga de 17 pesetas mensuales que entonces daba para algo. (¿El sueldo de un jornalero no llegaría a 25 pesetas? En proporción era carísimo el venganós, como me gusta llamar la comida) El alojamiento y el venganós eran gratis naturalmente. ¡Y podíamos ir al cine gratis! Todos los días. Me sabía las películas de Benito Perojo y de Florián Rey de memoria. Y algunas extranjeras. Y las canciones de Imperio Argentina, Estrellita Castro, Conchita Piquer o Angelillo. Y el cómico Miguel Ligero. ¡Y entrar a salones de baile gratis también! Así que me eché varias novias canarias… ¿Quién da más?
Muchas veces, y ahora mismo al recordarte, ¡oh, Gran Canaria querida!, siento como una punzada de nostalgia, y acuden dulcemente a mi memoria esos alegres días de aquel tiempo tan lindo que se fue. ... (ver texto completo)
Estimado Sedere
No demores mucho la siguiente entrega, que nos tienes en ascuas, como dirian en mi pueblo. Admiro tu estado mental a los 92 años. Aunque sinceramente creo que nos cuentas la historia de otro, aún así resulta muy entretenida.
Saludos
Sedere: Como bien dice Rabel, yo creo que no hablas en primera persona. Hace tiempo que quería hacerte esta pregunta. Desde luego que si tienes 92 años, ¡olé! Pero creo que eres "el fito" de antes al que yo conozco personalmente. De todas las maneras las historias o vivencias que cuentas, son muy interesantes. Relacionas a personas que pudieran tener algún vínculo familiar conmigo. Un saludo. €1000io
La cachiporra IV (cont.)

Cuando estalló la guerra vivía yo en Quintanilla. Mis hermanas, ya casadas en Benavente, enviudaron pronto. A uno de mis cuñados -y al padre de éste; nada de particular, en Zamora para limpiar la retaguardia y sin ser frente bélico, con poco ruido, hubo al menos dos Paracuellos de víctimas civiles inocentes. Todo dirigido desde arriba, desde los mandos militares- lo asesinaron los falangistas por ser un albañil pobre afiliado a la UGT. Trabajé de peón en Benavente una ... (ver texto completo)
Estimado Sedere
No demores mucho la siguiente entrega, que nos tienes en ascuas, como dirian en mi pueblo. Admiro tu estado mental a los 92 años. Aunque sinceramente creo que nos cuentas la historia de otro, aún así resulta muy entretenida.
Saludos
La cachiporra IV (cont.)

Cuando estalló la guerra vivía yo en Quintanilla. Mis hermanas, ya casadas en Benavente, enviudaron pronto. A uno de mis cuñados -y al padre de éste; nada de particular, en Zamora para limpiar la retaguardia y sin ser frente bélico, con poco ruido, hubo al menos dos Paracuellos de víctimas civiles inocentes. Todo dirigido desde arriba, desde los mandos militares- lo asesinaron los falangistas por ser un albañil pobre afiliado a la UGT. Trabajé de peón en Benavente una ... (ver texto completo)
LA CACHIPORRA (III. Continuación)

Había en casa un perro mastín precioso al que yo quería bien, lo cuidaba y casi siempre me acompañaba. Rondaba los 100 kg, 8 arrobas y media. Y eso sin estar gordo. Era muy manso, lo pisábamos los chichos y ni se enteraba, ni ladraba ni nada; nos subíamos dos a su lomo y nos llevaba tan campante –“venga, León, arre”- igual, igual que un caballo. El tío Quiscajo (no el de Quiruelas, sino otro peor) –malo y viejo como un dolor, ¡cascarrabias! Era “un quisquillas”, ... (ver texto completo)
II

LA CACHA DE CARAMELO (continuación)

timbre para intentar ahuyentarlo, o al menos asustarlo y aparentar no tenerle miedo, etc. etc.

LA CACHA DE CARAMELO (II cont.)

Del valle del Tera soy. Vi la luz el año de la gripe española, 1918, en Sitrama nací y me crié. Mi madre era de Abraveses y mi padre de allí. No recuerdo a ninguno, sé que nos llamaban los Ahumaos, pero ignoro el motivo.
Un día jugaba mi hermano con otros niños, junto a una tapia que había enfrente de casa, mientras mi ... (ver texto completo)
LA CACHIPORRA

Sigue ahí la cachiporra, igual, después de setenta años. El brillo dorado de siempre, colgada de una punta clavada en la pared del cuarto trastero y ese mismo timbre de bicicleta, ahora tan oxidado, lleno de “ferrujo”, que él le incorporó.
Sus manos la hicieron. Primero escogió la rama de negrillo que creyó mejor, como de un metro de larga, luego la tuvo un tiempo en agua caliente para hacerla flexible y le combó la empuñadura. No cilíndrica del todo, sino que va ensanchando la ... (ver texto completo)
TIERRA DE LOBOS

Otra de estas historias, de cuando el lobo era algo más que un perro y nada tenía que ver con el turrón. Tenida por verdadera, sucedida a un labrador bien conocido por quienes lo contaban, quizá a principios del s. XX. Muy poco he añadido de mi cosecha, acaso nimios detalles, nada fundamental, apuesto a que más de uno le suena. Ahí va no sea que se pierda.

En el atardecer el tío Tal, natural de Quintanilla de Urz, regresaba al pueblo desde Santa Cristina, donde había ido a visitar ... (ver texto completo)