QUIRUELAS DE VIDRIALES: LAS LAGARADAS...

LAS LAGARADAS

Consistía en exprimir por sorpresa un racimo de uvas en la cara, pelo, etc, de otra persona. Se escogían las uvas tintas para pintar y a veces podía ser una broma muy pesada. En mi infancia apenas se hacía ya, sólo se amagaba con dárselas a los forasteros novatos, como un rito de iniciación, en decadencia. Pero antes... Dijo el poeta: "... Y la carne que tienta con sus frescos racimos... Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver". (Advertencia: lo que viene a continuación quizá moleste a los castos oídos, que no sigan leyendo. Puede que agrade a otros).
Comenzaré con un suceso curioso -y real-, de comienzos de la década de los 70, para fijar el contexto e ilustrar a los más jóvenes. Y eso que ya se habían superado las vacas flacas.
- ¡Agárrate, Manolo, qué presencia hay en la plaza tan interesante y novedosa! Dos jóvenes forasteras con minifalda aparecieron. Bolso al hombro, zapatos de tacón a juego, maquillada la cara, muslos al aire... Potentes ambas, si una un camión, la otra un tren. (¿No es aburrido estar en el cruce viendo sólo pasar coches?) Los mozos, siempre pensando en lo mismo, tenso el cuerpo, la cara enrojecida, las escrutaban de abajo a arriba, no podían por menos, los ojos se les salían detrás de la pareja de señoritas yeyés. Las arrugadas beatas, escandalizadas, pasaban y miraban de reojo sin dejar de murmurar. Los niños aunque parezca mentira también las ojeábamos, sorprendidos e inocentes. En cuanto a los de la boina, no se quedaban atrás ni perdían detalle. Sin pensar en otra cosa, sus ojos corrían tras el vuelo de las minifaldas, les daban un repasito largo de arriba a abajo (con la mirada solamente). ¡Lástima, quién tuviera otra vez veinte años! Vacas gordas en la mesa y en la cama, hoy querer es poder, igual se come que... ¡Vaya dos que hay en la plaza! ¿Habéis visto? Risitas, gestos pícaros, comentarios rijosos. Avisaban a otros y volvían juntos en desfile. Bastaba con seguir hasta la plaza la estela de condensación para llegar al avión de reacción.
Para vendimiar bien, lo que se dice bien, se precisan ambas manos. Mientras con una se sostiene y tienta firme el racimo con la otra se corta con el trinchete, con decisión. Sin caer uvas, hay que tratarlas con delicadeza y mimo. La magia ocurre luego en la bodega con el mosto, tras pisar y pisar las uvas maduras que hay en el lagar. ¡Que buenos vendimiadores había entonces! No os hacéis idea, no se les veían las manos, ágiles como las de prestidigitador. Y es que hubo en los tiempos de antaño épocas de carestía terrible, no se conocía la merluza y apenas se cataba la carne (no porque fuese Cuaresma). Todos, más voraces que Carpanta, tenían hambre canina, como el lagarto de Jaén (reventó). Muy buen diente y no podían permitirse desperdiciar la ocasión. ¡Ya viene la vendimia! ¡Ay, juventud, juventud, divina juventud, divino pecado! La Santa Madre Iglesia impuso el puritanismo nacionalcatólico: quien mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón. No obstante en el corral había gallinas y capones, pero también el gallo. En el establo bueyes y vacas, pero tampoco faltaba el toro (Algo tradicional, por algo viene en el diccionario de P. Madoz que en Quiruelas se daba la crianza de ganado vacuno con especialidad). Zamora, como sabéis, es además patria de autóctonos excelsos, muy sufridos y robustos, no hechos al mimo y regalo de la vida muelle, sino antes a la grama y los cardos cuando no al palo. Más tercos y empecinados cuantas más prohibiciones se les imponía, imaginaos cuando le pusiesen al morro el plato exquisito, la cebada, la alfalfa o la harina... ¡huy!, les parecería ensueño o espejismo. Ni acabarían de creérselo. ¿Lo dejarían para otro por educación? Vamos, que no tendría que venir a la parada militar aquel paisano conquistador y fundador de Caracas, Diego de Losada, a mandarles: ¡Presenten armas! Ya ellos por su propia iniciativa querrían poner su pica en Flandes; tomar, lanza en ristre, la barbacana o el inexpugnable castillo; conquistar la plaza de soberanía con la fuerza de su espada. No hacía falta que los incitasen a ello, no, nuestros garañones se abalanzarían a la conquista y las burricas, antes altivas y desdeñosas, tal vez se volviesen de repente complacientes: racimos lascivos, uvas maduras que caen por su propio peso. (Hoy algunos parecen de cartón, hechos de adobe, eunucos en un harén, como si nada. ¡Qué va a decirnos de erial o desierto quien sólo ha visto vergel! La costumbre mata el deseo).
Mozas había recatadas –la mayoría, todo hay que decirlo- que en la vendimia llevaban falda, enagua, braga, corpiño, qué sé yo, y si hacía frío el rodao. Aparte iba la faja elástica, cinturón de castidad en previsión de lo que pudiera pasar. El resto –la minoría, no nos engañemos- por no gastar ahorraban en lencería. No se las ponían nunca o ese día se le olvidaban, así estaban más frescas y cómodas. (Lo que no desconocían los mozos sinvergüenzas) Era una costumbre, sobre todo de las viejas, hacer aguas menores de pie, despatarradas, detrás de una cepa o en el pueblo detrás de una tapia. (Moda que ha vuelto con vigor a las ciudades cuando se hace el botellón: las mozas desenvueltas se plantan donde pillan, preferentemente detrás de los coches. Aunque no lo sepan, sólo alcanzan en esto a ser la mitad de descaradas que sus abuelas, pues llevan unas medias bragas (tangas) mientras que aquéllas ni enteras ni medias ni ninguna, no se las ponían. ¿Dónde hay más picardía?).
En la vendimia, al estar llena la panza (de uvas) se podía filosofar y dar rienda suelta a otros instintos. Ciertas viejas hacían de celestinas desinteresadas, siempre estaban picando y azuzando a los mozos y mozas por puro regodeo. Los más atrevidos se servirían de la tradición de las lagaradas como excusa para darlas en las partes más íntimas y pudendas de las mozas. Especialmente a aquéllas que eran del resto minoritario. En este último caso, lejos de resultar una broma de mal gusto -aquí con la “víctima” cómplice en el fondo-, eran provocadas, buscadas y consentidas, y hasta disfrutadas con deleite. Fingía la moza: ¡Que no, que no y que no! ¡Labios que mienten y besan! En el fondo era que sí y que sí.
En la otra esquina, frente al banco del cruce, una vez dos ninfas paseaban. La divinidad no quiso convertirlas en árbol, fuente o estatua. Los sátiros no se atrevieron a perseguirlas con el racimo de uvas, sólo miraban y miraban hasta que se evaporaron sin dejar rastro.
Señor alcalde y demás miembros de la corporación municipal –incluyo a Colinas-, como dice Emilio nos estamos quedando rezagados, Quiruelas está perdiendo el liderazgo. No sé si hace falta una caravana de mujeres como consiguieron los mozos de Plan. Nos estamos despoblando. Dejemos esos espectáculos, las tractoradas con chicas, pero no nos vendría mal recuperar las tradiciones. En otro sitio hacen la tomatina. ¿Qué tal un simulacro de lagaradas? Vayamos preparando los racimos.