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QUIRUELAS DE VIDRIALES: FROILÁN, EL DUQUE DE QUIRUELAS (Injusticias de la vida)...

FROILÁN, EL DUQUE DE QUIRUELAS (Injusticias de la vida)

Todo se olvida. Nadie, salvo cuatro gatos ya, lo identificará ni lo tendrá en tal consideración, pese a que se trate sin duda de un quiruelense por méritos propios, vidrialés de pura cepa. Huérfano de madre, abandonado o perdido, fue rescatado in extremis de una muerte cierta por unos chavales, parientes míos. Regresaban de Santibáñez de V., de una de esas fiestas de la espuma hace unos años tan de moda, cuando hallaron al gatito en una cuneta hecho una piltrafa y, compadecidos de él, lo salvaron trayéndolo a casa. Mirarlo daba lástima. Muy sucio, alborotado el pelo sobre el pellejo cual vagabundo; más esquelético y seco que Rocinante; bien se notaba, a la legua, que el desgraciado había estado más p´allá que p´acá por culpa del hambre. Sin embargo, de naturaleza muy resistente, pronto se repuso; en menos de una semana ya no parecía el mismo gato, es decir, ahora sí era un gato de verdad y no aquel espectro diabólico moribundo. En aquel feliz mes de agosto el pelo se le volvió tan lustroso que daba gusto verlo, tan oronda su barriga que casi la arrastraba por el suelo. Al final ya no comía para combatir el hambre, sólo por puro gusto y memoria aciaga de ella, para prevenirla y tener reservas por si acaso venía otra, que muy estrechas, canutas, las había pasado. ¡Quién te ha visto y quién te ve, amigo Froilán! ¡Qué fiestas de la Asunción se pasó el tunante! ¡Su alteza felina, don Froilán de Granuja y Bribón! (Enseguida contesto a los curiosos del porqué del nombre. Lo bautizamos de esta guisa al ser reciente entonces el nacimiento del nieto primogénito del Rey, retoño de los duques de Lugo, D. Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón etc, etc, si no recuerdo mal, pero al que España entera podó tanto sobrenombre quedándose con el de Froilán a secas. Por cierto, “aserrín, aserrán, maderitos de San Juan”, amén del título de duque, a Marichalar lo han retirado al pobre –iba a decir de la circulación- hasta del museo de cera. La del rey y la reina sierran bien, pero la del duque, ¡truque, truque, truque!... Ha dejado de serrar).
De superviviente y verse al borde de la muerte, de cazar con suerte moscas y acaso algún grillo en aquella cuneta perdida, pasó a convertirse en todo un “gourmet” en Quiruelas, como se verá.
En aquellas vacaciones había traído mi hermana a Vicky, su gentil gato catalán, nuevo de un año, alto y grande, el mejor de la camada (Froilán quizá desechado de la suya). Para el señorito Vicky, burgués de cuna, aburrido y sin un quehacer, todo era holganza y jauja, tenía el cocido asegurado, nada sabía de sacrificios ni de privaciones. De tamaño como el triple que Froilán, que rondaría los dos meses, el catalán abusaba de su fuerza; no paraba de molestarlo de continuo, lo perseguía sin tregua, lo acechaba derribándolo fácilmente con su pata, al igual que hace un guepardo juguetón con un cachorro de gacela. Ahora bien, a la hora de la comida cambiaban las tornas; apenas llegaba el pienso de supermercado –su único alimento- al plato de Vicky, éste era un cero a la izquierda. Aquello no era ya un juego, no, sino la gran zaragata, la guerra, y don Froilán se convertía en un héroe defendiendo su patria con uñas y dientes. Su identidad eran los garbanzos artificiales del plato. El gato catalán no era rival entonces para el vidrialés, que se transformaba, crecía y crecía como un león. El pelo todo encrespado, rabioso y muy tenso el gesto, arqueaba enfurecido su lomo cuando el otro osaba acercarse al plato y le bufaba desafiante, amenazador: ¡ffu, ffffu, fffu!... Peligroso lenguaje. No veía Vicky la forma gatuna de alcanzar las deliciosas bolas, se mostraba absolutamente incapaz de comer. El único remedio era alejarse con el rabo entre las piernas, dejando a merced de Froilán las golosinas, que en un visto y no visto desaparecían del plato.
A don Froilán no se le caían los anillos por comer las sobras de las comidas, ni era escrupuloso al despachar los restos de latillas de sardinas. Al contrario, muy agradecido. Tampoco sabía de remilgos al rematar las migas del atún en aceite, y pasmaos, ¿podréis creerme?, la sorpresa mayor: comprobé con mis ojos que el que fuesen Calvo, Isabel, de marca blanca, Albo o incluso Miau, le era completamente indiferente. Eso sí, buen pagador siempre, dejaba la lata más que limpia, fregada y reluciente con golosos lametones de su áspera lengua.
Sucedió que cayó un pardal herido al corral, revoloteaba escondiéndose y Vicky lo perseguía como jugando con él. En cuanto Froilán se percató le dio caza y en un pispás lo engulló llevándose plumas y todo de camino. Una noche estaban ambos dormidos, cazamos un ratón y se lo dimos antes a Vicky, pasándoselo por la nariz le hacíamos cosquillas, casi ni se inmutó. Repetimos la operación con Froilán, no fue más que dárselo a oler y enseguida despabiló y se fue con él entre los dientes, no fuera que al compañero le entrase apetito, no estaba dispuesto a compartirlo. Al sibarita catalán lo único que se le ocurrió en ambos casos fue acercarse a oler el hocico de Froilán, que descansaba tumbado, una vez que hubo devorado sus presas y, relamiéndose mucho, se acicalaba y lavaba con su pata y la saliva como los gatos suelen, entregado con fruición a estas labores higiénicas
Está visto que entre los gatos también existen categorías sociales, rango y alcurnia, que uno siempre puede mejorar su estado y posición social. A éste, al margen de coetáneo y tocayo del nieto real, doy fe que a cuerpo de rey lo tratamos. ¡Menudas fiestas de la Asunción se pasó el danzante! ¡Su alteza felina don Froilán! Indudablemente él se siente en deuda y adora Quiruelas, como bien nacido que es y de tan buena crianza. Aun cuando ignoremos el lugar exacto del nacimiento y su linaje gatuno, por haber pacido en nuestro pueblo nunca será forastero, y en tanto que criado en él y paisano de adopción, empadronado o no, duque y quiruelense queda.