Una sanísima costumbre, ¡qué pena que se haya perdido!, en boga hasta la mitad del siglo pasado, era el ir los chicos a besar la mano del Sr cura, cuando se encontraban, en señal de respeto. (Dejad que se acerquen a mí porque de ellos...) El niño iba acercándose al tiempo que se restregaba una manga y mano por las narices, luego la otra, en ademán de limpiarse los mocos. Lo sorprendente y curioso -puede que olvidado por los mayores y desconocido por los demás- es que le hiciesen esto mismo al tío Catalán, cuando se cruzaban con él en la calle, durante los años veinte y treinta. ¡Qué ejemplo!, cómo se cultivaba ya en la tierna infancia la virtud de la humildad, no como hoy donde todo el mundo se tutea y donde la ambición y soberbia se han convertido en "valores": "Antes muerta que sencilla, ay, que sencilla, ay..." Lo veían venir y se le acercaban corriendo, llamándolo: ¡Tió-Catalán, tío Catalán! El, muy generoso, no contento con darles una perra de propina (chica o gorda no sé pero iluminaba sus ojos tansportándolos al reino de los
cielos), además los instruía y corregía: "Pero no me llamo tió-Catalán, ¿eh?, que me llamo Don José". Esto mismo ocurría si algún niño por un recado llamaba a su puerta de La Vereda -unos 200 m calle abajo, también con el típico balcón-mirador- voceando Tiocatalán. Y todo por no atender a las enseñanzas del ilustre maestro, que había que tratar de señor y no de tío.
cielos), además los instruía y corregía: "Pero no me llamo tió-Catalán, ¿eh?, que me llamo Don José". Esto mismo ocurría si algún niño por un recado llamaba a su puerta de La Vereda -unos 200 m calle abajo, también con el típico balcón-mirador- voceando Tiocatalán. Y todo por no atender a las enseñanzas del ilustre maestro, que había que tratar de señor y no de tío.