QUIRUELAS DE VIDRIALES: El gato Mundo...

El gato Mundo

En un pueblo de nuestro valle, a comienzos del pasado siglo, una mujer enviudó. Por la noche se puso a freír una ristra de chorizos tiernos -y no de los "sabaderos" según me contaron, no- en una cocina de las de antaño: con su escaño de madera, la mesa camilla, la hornaz y sartén al fuego apoyada sobre la trébede (o sartén con tres patas de entonces, de hierro fundido). ¡Ah, y el gato!, que nunca faltaba en las casas. (Cuántas veces en invierno, arrebujado hecho un ovillo, junto a la lumbre, dormitaba ronroneando hasta que olías a "esturao", daba un fuerte bufido: ffu, ffu, fff..., y salía raudo y ahumando por chamuscársele el rabo) El de esta señora se llamaba Raimundo o Segismundo, pero siempre lo llamaban Mundo. Estaba a la sazón hambriento y no paraba de maullar rondando su falda donde quiera que ésta fuese. Cuando los chorizos ya estaban casi en su punto, ¡oh, desgracia!, llaman a la puerta unas vecinas a darle pésame o al velatorio, según era la costumbre. Ella, no queriendo compartir su cena, no sabe qué hacer con la sartén, hasta que toda azorada la esconde precipitadamente bajo el escaño, junto a la jarra de vino. Las comadres entran y comienzan a consolarla:
- ¡Es ley de vida! -dice una.
- ¡Si es que tu marido era un santo! -sigue otra.
Mientras, ella piensa lo peor, mira de reojo y ve al gato que con su pata y uñas, ¡el muy traidor!, va sacando los choricicos, aún con el aceite hirviendo. Entonces rompe a llorar apesadumbrada, mira al cielo y al palo (o "lata") de la cocina con las longanizas colgando y exclama angustiada:
- ¡Ay! ¡Ay!... ¡Mundo, Mundo!... ¡Mundo, que no te detienes en nadie! ¡Mundo, que eres el mismo diablo y no dejas títere con cabeza!
Las vecinas prosiguen:
-Qué le vamos a hacer, hija, qué le vamos a hacer...
-Anda, tranquilízate. Si no somos nada... Hay que resignarse.
En esto, ella ve al gato salir debajo del escaño con otro chorizo y grita entre plañidera y colérica:
- ¡Ay, Mundo, Mundo!... ¡Ay, que te los vas llevando de uno en uno y de dos en dos!
Al poco consigue calmarse, se agacha, agarra la jarra a escondidas y empina el codo hasta exclamar:
- ¡Y para mí son estos tragazos!....
Al final la cena se la llevó el demonio. Y suerte que Mundo era "enaguao", y no se descuidó, que si no...