LAS LAVANDERAS
Antaño, en las casas no había agua corriente. Eso sí, casi todas las familias disponían de pozos artesanos que producían agua aunque muy dura. Por lo tanto, como no existían las lavadoras, nuestras madres y abuelas no tenían más remedio que ir a lavar la ropa al caño o a Río Chico porque sus aguas eran más suaves y blandas. Aparejaban la burra, le colocaban las alforjas, llenaban las talegas de ropa sucia, cogían el lavadero, metían la fiambrera en las alforjas y al río todo el día a lavar. Allí buscaban los lugares de costumbre unas mujeres junto a otras. Colocaban el lavadero de madera junto a la orilla y arrodilladas, dale que te pego restregando la ropa con jabón casero y frota que te frota con las manos y contra el lavadero hasta devolverle a la ropa su color natural. Casi limpia y enjabonada, la torcían y la tendían al sol para que se ablandara. Después continuaban lavándola hasta que quedaba totalmente limpia y resplandeciente. Supongo que durante el buen tiempo era placentero ir a lavar y nuestras madres y abuelas aprovechaban la ocasión para hablar de sus cosas y poner de vuelta y media a la vecina. Pero en el invierno era muy penoso. Hacía mucho frío. Tanto que incluso tenían que romper el carámbano para poder lavar. El agua estaba congelada y todo el santo día arrodilladas, era muy duro. Por eso al atardecer cuando llegaban a casa, iban completamente congeladas con la humedad y el frío que les calaba los huesos. Como no había estufas ni calefacción, tenían que entrar en calor arrimándose a la lumbre o al brasero ¡Ay de mí! Después se quejaban que tenían dolor de huesos. No era para menos. Cuántas penurias tuvieron que pasar nuestras sufridas madres y abuelas lavanderas. Merecen un homenaje y un recuerdo. Desde luego qué buen invento este de la lavadora y de los detergentes. €1000io
Antaño, en las casas no había agua corriente. Eso sí, casi todas las familias disponían de pozos artesanos que producían agua aunque muy dura. Por lo tanto, como no existían las lavadoras, nuestras madres y abuelas no tenían más remedio que ir a lavar la ropa al caño o a Río Chico porque sus aguas eran más suaves y blandas. Aparejaban la burra, le colocaban las alforjas, llenaban las talegas de ropa sucia, cogían el lavadero, metían la fiambrera en las alforjas y al río todo el día a lavar. Allí buscaban los lugares de costumbre unas mujeres junto a otras. Colocaban el lavadero de madera junto a la orilla y arrodilladas, dale que te pego restregando la ropa con jabón casero y frota que te frota con las manos y contra el lavadero hasta devolverle a la ropa su color natural. Casi limpia y enjabonada, la torcían y la tendían al sol para que se ablandara. Después continuaban lavándola hasta que quedaba totalmente limpia y resplandeciente. Supongo que durante el buen tiempo era placentero ir a lavar y nuestras madres y abuelas aprovechaban la ocasión para hablar de sus cosas y poner de vuelta y media a la vecina. Pero en el invierno era muy penoso. Hacía mucho frío. Tanto que incluso tenían que romper el carámbano para poder lavar. El agua estaba congelada y todo el santo día arrodilladas, era muy duro. Por eso al atardecer cuando llegaban a casa, iban completamente congeladas con la humedad y el frío que les calaba los huesos. Como no había estufas ni calefacción, tenían que entrar en calor arrimándose a la lumbre o al brasero ¡Ay de mí! Después se quejaban que tenían dolor de huesos. No era para menos. Cuántas penurias tuvieron que pasar nuestras sufridas madres y abuelas lavanderas. Merecen un homenaje y un recuerdo. Desde luego qué buen invento este de la lavadora y de los detergentes. €1000io