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QUIRUELAS DE VIDRIALES: Zamora, tierra de lobos y pastores...

Zamora, tierra de lobos y pastores

Hoy se verá ridículo el miedo a ese enemigo ancestral. Hablad con las personas mayores y notaréis la necesidad de meterse en su piel para comprender el ambiente y la mentalidad de entonces. Los lobos eran alimañas a las que había que exterminar como fuera; el daño a los pastores, casi siempre gente humilde, muy grande. Ni había televisión ni ecologistas, sólo después D. Zacarías, el maestro, era el único que parecía sensibilizado. Al menos con los pájaros -repartía leña con su mágica vara a quienes iban a nidos, nunca faltaban chivatos cantarines (los promovía: - ¡A éste (chivato) lo “afío” yo, pobre del que le pegue!): “Buenos días, don Zacarías, ayer fulanito y menganito…” “Veníos para acá”, y empezaban a caer los varapalos a toda velocidad. En la cabeza, las piernas, los brazos, las nalgas…Imposible adivinar dónde. Tus manos no podían detener su vara, no había manera. Ni que se hubiera criado vareando aceitunas y almendras-. Siguen produciéndose ataques a los rebaños, si bien muchas veces serán perros salvajes aunque se atribuyan al lobo. Circulaban muchos relatos que se contaban como historias y sucesos reales. Seguro que os sonarán de la infancia, con algunas variantes.

El de un pobre pastor de muy mala suerte, que estaba amedrentado por los ataques, repetidos y recientes, del lobo a su ganado. Una noche bajan otra vez varios lobos hambrientos que muerden a las ovejas y hasta hieren y matan a su perro, sin importarles que los amenazase blandiendo la cachava. Entonces, desesperado por tanto estrago, harto de ver cómo le arrebataban el pan de sus hijos, se armó de valor y no le importó morir. Dejó la cacha, agarró el cuchillo, se enrolló la manta al brazo y les hizo frente. Uno se lanzó sobre él, pero tenía escudo; ora lo esquivaba, ora las fuertes dentelladas iban a parar a su manta hasta que acertó a clavarle por debajo el cuchillo. Se lo clavó hasta la empuñadura. Los demás huyeron. Luego lo desolló e iba por los pueblos adelante, Quiruelas incluido, exhibiendo el pellejo del lobo como trofeo y prueba. Los alcaldes lo recompensaban admirados de su hazaña. Toda la gente se arremolinaba en torno de él y lo aclamaba como a un héroe. Y le daban dinero. Y colorín, colorado… (Más sobrecogidos y admirados quedábamos nosotros, pero pedíamos que nos lo volviesen a contar).