QUIRUELAS DE VIDRIALES: LA CACHIPORRA...

LA CACHIPORRA

Sigue ahí la cachiporra, igual, después de setenta años. El brillo dorado de siempre, colgada de una punta clavada en la pared del cuarto trastero y ese mismo timbre de bicicleta, ahora tan oxidado, lleno de “ferrujo”, que él le incorporó.
Sus manos la hicieron. Primero escogió la rama de negrillo que creyó mejor, como de un metro de larga, luego la tuvo un tiempo en agua caliente para hacerla flexible y le combó la empuñadura. No cilíndrica del todo, sino que va ensanchando la sección en su tercio final hasta rematar en un abultamiento nudoso, natural de la madera, para que aumente la pegada –llegado el caso- al tiempo que evite que se raje.
En el transcurso del tiempo - ¡Ya lo creo que hubo casos! ¡Sí, señor!- fueron varios los perros que la cataron por aquello de meterse a fisgar y “apatañar” en huerto ajeno, cuando acaso iban de picos pardos, por lana en busca de alguna perrita en celo. El hombre se apostaba con sigilo en el lugar conveniente de escape, hacía sonar después el timbre de la bici, y cuando el escandalizado can trataba de huir, ¡zas!, lo trasquilaba propinándole el porrazo en el lomo de recuerdo. Como ladrase e hiciese amago de atacarle, o se abalanzase contra él, obtenía la misma cayada por respuesta, sólo que esta vez la receta iba acrecentada en forma de una somanta de palos (el primero a poder ser en la cabeza). Lo mismo ocurría con los perros repetidores. Los había tercos y masoquistas que no escarmentaban, mas por lo común les bastaba -si es que aún no habían hecho daño en sus hortalizas-, con que oyesen el timbre para que se largasen como alma que lleva el diablo. Sin que les tocase un pelo, sin arrearles ni un palo. Virtudes maravillosas tiene la sagrada leña, ¡lo que logra el “arrear estilla”!, ¿o era astilla?
El porqué de esta chocante y feliz asociación, porra-timbre, seguramente inconsciente, trataré de explicarlo. Hasta para mí fue misterio, pero atando cabos creo haberlo desvelado.
En primer lugar lo que le ocurrió de mozo, en una ocasión, yendo a las fiestas de Fresno de la Polvorosa. Iba tan plácido en bicicleta y de camino, cerca de Morales, de repente salió veloz hacia él y ladrándole con fuerza un gran perro. Le tocó el timbre, pero el can maldito hizo caso omiso. ¡Guau, guau! ¡Guau, guau! Ladró y ladró y se le atravesó; y entre esto, el susto, y que el camino era tan malo como el perro, pescó una buena liebre. (El paisano, no el can) A pesar de que más de dos esto lo juzguen imposible, sí, lo afirmo, también pueden pescarse gazapas y hasta liebres, no sólo sardinas. No es milagro, preguntad. Luego, el cánido no llegó a morderle, lo que le faltaba. (Ni él tampoco al perro. Muy rabioso -también el paisano-, se quedó con las ganas). ¿No querría tomarse cumplida venganza en sus congéneres luego?
Después, por fuerza tuvo que influir algo en él una variante del cuento del labrador de Quintanilla. Según nos lo contaban, en esta ocasión el hombre va en bicicleta, pedaleando tranquilamente en una noche con luna llena. En esto le sale el lobo y no puede ya seguir, tiene que bajarse del sillín, atemorizado, y entonces se le ocurre tocar el timbre para intentar ahuyentarlo, o al menos asustarlo y aparentar no tenerle miedo, etc. etc.