QUIRUELAS DE VIDRIALES: ¿Qué tal la Novena, ya pasó? Y San Isidro Labrador,...

¿Qué tal la Novena, ya pasó? Y San Isidro Labrador, ¿qué tal por Quintanilla? Una vez nos puso Eugenio la peli del santo. Recuerdo el brocal de un pozo y los bueyes arando solos (guiados por el ángel), ¡qué chollo! ¡Ganarse el pan sin hincar el lomo! O con el sudor del de enfrente –ventajas del robo frente al trabajo honrado-. Dejemos las fiestas y los santos, que me gustó más aquella otra de Eugenio del bandolero Diego Corrientes, ladrón de Andalucía, "el que a los ricos robaba y a los pobres socorría". Las míticas cuadrillas de salteadores de caminos de la SªMorena: el Tempranillo, los Siete Niños de Ecija... Y sus navajas. (Los ladrones del ladrillo y sus sablazos se queden para otro día) "En la provincia Albacete, en la Sª de Alcaraz, mataron al Pedernales y al Niño del Arahal", dice la canción. "Se acabaron los gitanos que iban al monte solos": aquí el que iba solo era un amigo y paisano, parecía forastero en su propio pueblo.
Me remontaré a los orígenes: ¿Troya?, ¿Roma?, no, algo más cercano: el Tamaral. Algunos jóvenes se pensarán que el camping de Curro fue invención suya. (Ojito, que no hablo de Curro Jiménez, que es de ficción y aún no lo habían creado) Qué va, sin querer restarle mérito, les copió la idea, se la “robó”, mira que es difícil. Como se verá tuvo un precedente histórico. Si algún día le reclaman los derechos de propiedad intelectual –a él o a sus herederos- que esté preparado, que no se extrañe ni diga que no se le ha avisado. Es muy bonito trabajar para uno durante todos estos años sin rendir cuentas a nadie...
En esta historia la paja es mía, pero del resto soy fiel transmisor. ¡Cuántas veces la habré escuchado!, algunas en la bodega. Notaréis que hay frases enteras que dejo intactas para no estropearla: no me atrevo a tocarlas ni quiero.

ACERO AL CARBONO
Hace mucho –seguramente en los años 50 del pasado siglo- no había chalés en el Tamaral ni tan siquiera aquél, más antiguo, que está a la derecha de la carretera antes de llegar al puente, ni lo de Curro –no se había instalado aún-, sólo estaba, a la izquierda, el Corral de los Jatos, del cual tengo muy vagos recuerdos. El protagonista de la historia, paisano nuestro, tenía novia en Micereces y fue allí un domingo a pasar la tarde. Lo habían invitado a la bodega; se divirtió de lo lindo, tanto que casi sin darse cuenta se le hizo de noche.
"Me despedí y decidí regresar ya a Quiruelas, pues la noche era oscura, había poca luna, yo no llevaba ni un triste chisquero y menos linterna. (Volvía con las dos latas de sardinas, que había llevado de casa, en su chaqueta. No fueron necesarias, hubo comida de sobra.) Nada más salir de Micereces, me iba preguntando: ¿No me saldrán los gitanos? Al llegar a la altura del molino, justo donde la carretera dibuja una curva en hoz, me digo: ¡Qué lástima no tener yo ahora una bien grande bajo el brazo para segar el mal trigo! Echo mano al bolsillo del pantalón y, amigo, saqué la mi cheira –cachas de madera, Albacete, 108 girodias, tamaño medio, acero al carbono- la clavo en la caja de cerillas, no fuera a pincharme, y la meto así, abierta, al bolsillo. No por miedo, ¿eh?, precaución."
Antes, por la tarde, al ir hacia Micereces, el paisano había visto junto al puente dos carromatos y varios burros, así como toda una tribu de gitanos que allí estaban acampados (el precedente). Ahora se disponía a cruzarlo en sentido contrario. Era valiente, de los que no se arredran fácilmente –a mí no me achanta nadie, se le oía a veces-, mas sin empacho confesaría después que miró hacia abajo un instante, vio la luna reflejada sobre la corriente –pálida y menguante- y le dio un escalofrío. De pronto sintió que el corazón no le cabía en el pecho, ay, latía como una locomotora.
"Pasé el puente temblando, no habría andado ni cien pasos y a unos diez o quince metros veo dos bultos frente a mí:
- ¡Alto!, me dicen. Frené en seco, de primeras no sé qué me dio. Me fijo bien y veo uno de un lao, y otro, de otro (de la carretera). Metí la mano derecha al bolsillo de la chaqueta y agarré con firmeza, tiré el cigarro con la izquierda y lo pisé.
- ¡Alto, quién vive! –vuelve uno con fuerza.
- ¡Santa María todo el mundo! –contesté más alto yo.
- ¡Alto! –me vocea el otro.
- ¡Qué alto ni qué hostias! –respondí, al tiempo que sacaba la lata del bolsillo y se la lanzaba con toda mi alma. Echó a correr, no sé si le di; el otro se quedó alicortao, parao como un bobo. No le di tiempo a que reaccionase:
- ¡Espera, espera, salao, que pa´ti también hay,! –le grité. Dicho y hecho, saqué la otra latilla. No fue más que verme levantar el brazo y arrancar él a correr, se la tiré con todas mis fuerzas. Es el que atraviesa la carretera y cogió el mismo camino que su compañero."
De esta forma los gitanos se vieron sorprendidos. No esperaban aquella reacción tan brava, casi temeraria, que, lejos de quedar paralizado por el pánico o intentar la huida, les atacó con lo que llevaba encima y salió airoso. (Siempre pensé que parte de su valor se lo infundió el recuerdo de la novia, quizá mezclado con los tragos de vino, que harían su efecto).
Muy curioso es también lo que sigue, pues al ser preguntado el protagonista:
-Pero ¿cogerías las latas de sardinas?
- ¡Toma no! ¡Tú verás, las iba a dejar allí! El domingo siguiente las merendamos en la bodega, ¡tú verás!... –respondió. (Es sabido que en las cunetas y en toda la zona no habría tomillo y eran menos los chopos, pero zarzas, era una plaga lo que allí había, más que en Valdeperal)
-Después anduve ligero, sin correr, ¿eh?, pin-pan, pin-pan, no fueran a venir más gitanos por el payo a desquitarse.. Hombre prevenido vale por dos.