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QUIRUELAS DE VIDRIALES: INOCENTE EL FUMADOR Y QUE EL ESTANCO ME PERDONE...

INOCENTE EL FUMADOR Y QUE EL ESTANCO ME PERDONE

Haces bien en no creerlo. Cómo en este perdido Valle... Desgraciadamente, por seguir la tradición, inocentada pretendía ser.
Recuerdo una anécdota de la infancia sucedida entre dos personajes ya desaparecidos, ambos vecinos míos que también lo eran entre sí.
Un día tal que ayer, hace 40 años, tu tocayo Emilio nos pidió a dos chicos que fuésemos al estanco por tabaco. (Puede que ignorase la fecha, un 28 de Diciembre, de todas formas bien sabía que podía fiarse de nosotros y que no le gastaríamos las monedas) En seguida regresamos con el paquete de Celtas, sólo que al ir a llamar nos abordó su vecino Raimundo que estaba justo al lado de la puerta, esperándonos. Ni que lo hubiesen avisado.
- ¿Dónde vais, granujas? ¿Ya venís con el recado, eh? Traedlo p´acá que a Emilio iba yo a verlo justo ahora y el paquete de tabaco se lo voy a entregar personalmente. Quiero ver su reacción, lo contento que se pone.
Pero no llamó, sino que apartándose unos pasos y vuelto de espaldas se apresuró a sacar la navaja y abrió cuidadosamente con ella el paquete.
-Anda, salaos, ya podéis marchar por ahí a jugar un rato. -Lo vimos manipular los cigarrillos y cortar cerillas para quedarse con la cabeza, el fósforo, mientras desechaba el palito. Luego, al contarlo en casa nos explicaron qué día era aquel, y comprendimos la broma inocente que Raimundo tramaba. Al no tener petardos intentaba darle un sustillo con los mixtos. No sé si lo consiguió, apostaría que sí.
Me viene a la memoria, por muy curiosa, la precaución que al fumar siempre se tomaba Don Zacarías en el Café de Juan, en los tiempos en que la casa de Valentín era todavía fragua, ya en desuso, utilizada más como almacén del bar. Llevaba nuestro maestro dos paquetes de tabaco –ya no recuerdo si Ideales o Peninsulares-, uno con un solo cigarrillo y el otro lleno. Para fumar extraía de su americana siempre el paquete de un cigarrillo. Tras encenderlo no tiraba el paquete, sino que a escondidas le introducía otro y volvía a guardarlo en el bolsillo. Era esta la forma en que se zafaba de los gorrones indeseables, jóvenes casi siempre, burlándolos. Sin que insistieran dándole coba ni llamándole tacaño, o pensándolo.
-Don Zacarías, ¿me da un cigarro?
- ¡Vaya, hombre, cuánto lo siento!. Mira, es el último que me queda.
A ver si en este país al fin con el nuevo año esta vez se cumple la ley, y todos los lugares públicos cerrados se ven definitivamente libres de humos. Lo dudo.