CALLEJÓN
El callejón, en su primera parte o entrada, justo hasta la puerta que da acceso a la zona noble, recinto sagrado donde se aloja la cuba, sigue siendo propiedad privada y muchos no se han enterado. (Lo más común, no sé por qué, es que la puerta esté retirada unos metros hacia el interior) A lo largo de su vida cuántos usos diversos no habrá tenido, unos hasta ignorados por su dueño, otros puede que sospechados o conocidos, pero callados por decoro o mantenidos en reserva por prudencia. No todos por igual, estoy por apostar que ha habido entre ellos algunos favoritos, callejones que por la razón que sea lo hiciesen apetecible para según qué. Ay, si las talladas paredes hablaran...
No me explico cómo nuestros padres y abuelos tenían agallas para ir a la bodega solos en ciertas noches oscuras. Y lo peor, a veces habrán tenido que ser sus mujeres las que lo hicieran, no por ganas sino para que no faltase vino en casa. ¿Tratarían de ir acompañadas? Me limitaré a unos casos insignificantes que ilustren lo dicho, no pretendo que sean ejemplares o edificantes, tampoco exhaustivos. Un grano no hace granero, ¡a ver si otros se animan!
Mi padre me contó que yendo una noche a buscar vino al bajar los peldaños del umbral sintió un resuello y apoyando la mano - con la llave ya preparada- en la pared, no se atrevió a dar un paso más, retrocedió y escuchó como una fuerte respiración. Regresó y, junto a la iglesia, se encontró con otro (ya no recuerdo quién), juntos volvieron, advirtiéndole mi padre de que creía que había una persona moribunda en el callejón. Con precaución, al llegar prendieron una cerilla y al instante ambos rompieron a reír, el moribundo era una cabra. ¿A quién se le habría escapado? Después de echar un trago y llenar la garrafa vieron que no muy lejos de allí había lumbre, eran los dueños sin duda, unos gitanos que habían okupado el callejón de otro paisano.
Otra vez le ocurrió algo muy similar, en esta ocasión habían atado el burro en nuestro callejón y ellos okupado otro vecino un poco especial, más amplio y no empinado, con una zona a modo vestíbulo. Aunque muy grato fuese contemplar las estrellas no siempre iba a gustarles la intemperie y el dormir a cielo raso, buscaban el abrigo de un pobre techo. De noche y solo se dirigió a ellos más o menos así:
-Buenas noches, ¿es de ustedes el burro? Hagan el favor de sacarlo, es que... vengo por vino y ahí no puede estar.
-Perdone, uzté, es para que no se escape.
-Que mire, uzté, que denoh argo, señó. Patatas, vino...
-Que mire, que traigo una nuera con una criatura que viene como la Virgen Santísima. (No sé si de Belén para Egipto o al revés)
Digo yo que la cabra y el burro no serían de piedra, pero el callejón tampoco iba a ser establo ni cuadra. Al menos la cabra estaría amaestrada y sabría hacer equilibrios y otras gracias sobre un taburete con que agradecer el hospedaje; sin embargo del asno, rebuzno o coz.
En resumidas cuentas, el payo paisano, recordando el Portal de Belén, daba posada al peregrino como buen cristiano, a veces sin saber ni consentir. Le pagaban dejándole el portal como un santo cristo y que diese las gracias al cielo si el último día, justo antes de irse, no le limpiaban de paso las patatas.
El callejón, en su primera parte o entrada, justo hasta la puerta que da acceso a la zona noble, recinto sagrado donde se aloja la cuba, sigue siendo propiedad privada y muchos no se han enterado. (Lo más común, no sé por qué, es que la puerta esté retirada unos metros hacia el interior) A lo largo de su vida cuántos usos diversos no habrá tenido, unos hasta ignorados por su dueño, otros puede que sospechados o conocidos, pero callados por decoro o mantenidos en reserva por prudencia. No todos por igual, estoy por apostar que ha habido entre ellos algunos favoritos, callejones que por la razón que sea lo hiciesen apetecible para según qué. Ay, si las talladas paredes hablaran...
No me explico cómo nuestros padres y abuelos tenían agallas para ir a la bodega solos en ciertas noches oscuras. Y lo peor, a veces habrán tenido que ser sus mujeres las que lo hicieran, no por ganas sino para que no faltase vino en casa. ¿Tratarían de ir acompañadas? Me limitaré a unos casos insignificantes que ilustren lo dicho, no pretendo que sean ejemplares o edificantes, tampoco exhaustivos. Un grano no hace granero, ¡a ver si otros se animan!
Mi padre me contó que yendo una noche a buscar vino al bajar los peldaños del umbral sintió un resuello y apoyando la mano - con la llave ya preparada- en la pared, no se atrevió a dar un paso más, retrocedió y escuchó como una fuerte respiración. Regresó y, junto a la iglesia, se encontró con otro (ya no recuerdo quién), juntos volvieron, advirtiéndole mi padre de que creía que había una persona moribunda en el callejón. Con precaución, al llegar prendieron una cerilla y al instante ambos rompieron a reír, el moribundo era una cabra. ¿A quién se le habría escapado? Después de echar un trago y llenar la garrafa vieron que no muy lejos de allí había lumbre, eran los dueños sin duda, unos gitanos que habían okupado el callejón de otro paisano.
Otra vez le ocurrió algo muy similar, en esta ocasión habían atado el burro en nuestro callejón y ellos okupado otro vecino un poco especial, más amplio y no empinado, con una zona a modo vestíbulo. Aunque muy grato fuese contemplar las estrellas no siempre iba a gustarles la intemperie y el dormir a cielo raso, buscaban el abrigo de un pobre techo. De noche y solo se dirigió a ellos más o menos así:
-Buenas noches, ¿es de ustedes el burro? Hagan el favor de sacarlo, es que... vengo por vino y ahí no puede estar.
-Perdone, uzté, es para que no se escape.
-Que mire, uzté, que denoh argo, señó. Patatas, vino...
-Que mire, que traigo una nuera con una criatura que viene como la Virgen Santísima. (No sé si de Belén para Egipto o al revés)
Digo yo que la cabra y el burro no serían de piedra, pero el callejón tampoco iba a ser establo ni cuadra. Al menos la cabra estaría amaestrada y sabría hacer equilibrios y otras gracias sobre un taburete con que agradecer el hospedaje; sin embargo del asno, rebuzno o coz.
En resumidas cuentas, el payo paisano, recordando el Portal de Belén, daba posada al peregrino como buen cristiano, a veces sin saber ni consentir. Le pagaban dejándole el portal como un santo cristo y que diese las gracias al cielo si el último día, justo antes de irse, no le limpiaban de paso las patatas.