VIEJO CAFETÍN (Una estampa del 69 al 72)
Me marcho al café de Juan –decía mi padre. Tarde de domingo, lleno hasta la bandera. (Si bien el mayor peso lo llevaban ya los hijos, tenía aún mucha energía –genio y figura-, estaría más cerca de los 60 que de los 70 años). Primero Bonanza –siempre llego tarde- luego televisan un Madrid-Barça. La autoridad indiscutible en la materia es Alfredo ("Posada", ¿eh?, no Di Stéfano):
-Mira, Alfredo, lo que dice éste, que el Real Madrid ha ganado 6 Copas de Europa... ¡jajá!-se acercan riéndose un grupo de niños.
-Sí, es verdad, el Madrid ganó 6 copas de Europa -contesta inmutable Alfredo.
-Anda, lo veis, ¿qué me decís ahora, eh? –nadie se atreve a replicar, eso iba a misa.
Como un oráculo –no sé si es que ya leía el As o escuchaba mucho la radio-, tengo para mí que sabía aún más de esto que de todas las prácticas veterinarias que del ancestral oficio de "sanador"de animales aprendía del padre: que a la burrica le ha salido un bulto, que hay que capar el cocho, que a la mula le ha dao un "trozón" (¿cólico?), pues nada, a llamar a Posada sin falta.
- ¡Esta Italia ya no es lo que era!... –afirma Valentín tajante. (Iba a enfrentarse a Brasil, miramos a Alfredo y asiente. Efectivamente, Italia perdió aquella final del Mundial que no me interesó demasiado, total pa´qué, si no jugaba España. Sí lo hizo un tal Pelé).
Su prestigio sería sólo comparable al del propio Valentín –el soñado duelo Posada-Posado- pero no estaba para atender a la chiquillería. Y daba igual que fuese fútbol que boxeo. (Aquellas veladas memorables hasta las tantas de la madrugada en el viejo bar: Carrasco frente a Mando Ramos –varias veces enfrentados-, Urtain contra Henry Cooper:" ¡El árbitro... tongo, tongo!" –chillaba Valentín desesperado. Vimos cómo, en una pelea amañada, el árbitro permitía al tal Cooper –campeón de Europa- abrazarse continuamente y que le fuese rozando con el codo la ceja hasta llegar a abrírsela poco a poco para poder así suspender el combate y darle la victoria a Cooper, de la pérfida Albión).
¿De qué equipo era Valentín? Siempre que el locutor decía "Amancio" volvía la cabeza hacia el televisor, era un acto reflejo. Si hacía algún regate se emocionaba un poco. Como le hiciesen la zancadilla –decíamos la "retranca"- y rodase por el suelo, muchísimo; Valentín se cabreaba entonces casi tanto como el propio Amancio, que en seguida quería llegar a las manos y tenían que sujetarlo los compañeros. Apenas Valentín escuchaba "Gento" interrumpía la faena, no podía por menos; como si tuviese un resorte en el cuello sus ojos se dirigían arriba, a la tele. Si hacía café, abandonaba la taza en la máquina. Dejaba de echar la copa de Terry o Asturiana, de poner la cerveza, la Fanta o la Mirinda, por muy viejo que estuviese ya Paco Gento.
¡Esto parece Las Vegas! En cada mesa – mármol blanco, pie de hierro forjado tipo máquina de coser-se juega la partida. A ninguna le falta su laguna central producida por el trajín, desgaste de tanto marear las fichas de dominó tarde tras tarde, año tras año. Algunas están en el piso superior entarimado, otras en la calle a la sombra. Las ventanas, de par en par abiertas, y el ventilador, colgado del techo, gira sin parar. El Sr. Juan juega su partida de garrafina. Se levanta un momento a recoger el verde tapete y una baraja de la mesa de al lado que lleva al mostrador. Se lleva la mano a la boina retocándose la posición de ésta sobre su cabeza y echa una mirada de fuego a la escalera, repleta de niños que ven la tele asomados entre los barrotes de la barandilla. ¿Habrá algún gafe entre nosotros?
- ¡Huy, huy, huy!... ¡Qué feo se pone esto... Callaos ya que en cualquier momento nos van a mandar al Arco!
- ¡Bah!, si Valentín nos deja, si todavía no nos ha avisado.
(Continuará)
Me marcho al café de Juan –decía mi padre. Tarde de domingo, lleno hasta la bandera. (Si bien el mayor peso lo llevaban ya los hijos, tenía aún mucha energía –genio y figura-, estaría más cerca de los 60 que de los 70 años). Primero Bonanza –siempre llego tarde- luego televisan un Madrid-Barça. La autoridad indiscutible en la materia es Alfredo ("Posada", ¿eh?, no Di Stéfano):
-Mira, Alfredo, lo que dice éste, que el Real Madrid ha ganado 6 Copas de Europa... ¡jajá!-se acercan riéndose un grupo de niños.
-Sí, es verdad, el Madrid ganó 6 copas de Europa -contesta inmutable Alfredo.
-Anda, lo veis, ¿qué me decís ahora, eh? –nadie se atreve a replicar, eso iba a misa.
Como un oráculo –no sé si es que ya leía el As o escuchaba mucho la radio-, tengo para mí que sabía aún más de esto que de todas las prácticas veterinarias que del ancestral oficio de "sanador"de animales aprendía del padre: que a la burrica le ha salido un bulto, que hay que capar el cocho, que a la mula le ha dao un "trozón" (¿cólico?), pues nada, a llamar a Posada sin falta.
- ¡Esta Italia ya no es lo que era!... –afirma Valentín tajante. (Iba a enfrentarse a Brasil, miramos a Alfredo y asiente. Efectivamente, Italia perdió aquella final del Mundial que no me interesó demasiado, total pa´qué, si no jugaba España. Sí lo hizo un tal Pelé).
Su prestigio sería sólo comparable al del propio Valentín –el soñado duelo Posada-Posado- pero no estaba para atender a la chiquillería. Y daba igual que fuese fútbol que boxeo. (Aquellas veladas memorables hasta las tantas de la madrugada en el viejo bar: Carrasco frente a Mando Ramos –varias veces enfrentados-, Urtain contra Henry Cooper:" ¡El árbitro... tongo, tongo!" –chillaba Valentín desesperado. Vimos cómo, en una pelea amañada, el árbitro permitía al tal Cooper –campeón de Europa- abrazarse continuamente y que le fuese rozando con el codo la ceja hasta llegar a abrírsela poco a poco para poder así suspender el combate y darle la victoria a Cooper, de la pérfida Albión).
¿De qué equipo era Valentín? Siempre que el locutor decía "Amancio" volvía la cabeza hacia el televisor, era un acto reflejo. Si hacía algún regate se emocionaba un poco. Como le hiciesen la zancadilla –decíamos la "retranca"- y rodase por el suelo, muchísimo; Valentín se cabreaba entonces casi tanto como el propio Amancio, que en seguida quería llegar a las manos y tenían que sujetarlo los compañeros. Apenas Valentín escuchaba "Gento" interrumpía la faena, no podía por menos; como si tuviese un resorte en el cuello sus ojos se dirigían arriba, a la tele. Si hacía café, abandonaba la taza en la máquina. Dejaba de echar la copa de Terry o Asturiana, de poner la cerveza, la Fanta o la Mirinda, por muy viejo que estuviese ya Paco Gento.
¡Esto parece Las Vegas! En cada mesa – mármol blanco, pie de hierro forjado tipo máquina de coser-se juega la partida. A ninguna le falta su laguna central producida por el trajín, desgaste de tanto marear las fichas de dominó tarde tras tarde, año tras año. Algunas están en el piso superior entarimado, otras en la calle a la sombra. Las ventanas, de par en par abiertas, y el ventilador, colgado del techo, gira sin parar. El Sr. Juan juega su partida de garrafina. Se levanta un momento a recoger el verde tapete y una baraja de la mesa de al lado que lleva al mostrador. Se lleva la mano a la boina retocándose la posición de ésta sobre su cabeza y echa una mirada de fuego a la escalera, repleta de niños que ven la tele asomados entre los barrotes de la barandilla. ¿Habrá algún gafe entre nosotros?
- ¡Huy, huy, huy!... ¡Qué feo se pone esto... Callaos ya que en cualquier momento nos van a mandar al Arco!
- ¡Bah!, si Valentín nos deja, si todavía no nos ha avisado.
(Continuará)