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QUIRUELAS DE VIDRIALES: CIEN CARROS DE CONEJOS...

CIEN CARROS DE CONEJOS
Hubo hace muchos años un personaje del pueblo que al parecer era tan religioso que nunca soltaba tacos, vamos la excepción entre los paisanos de la boina, pero una vez le sucedió algo que lo sacó de sus casillas hasta el punto de que empezó primero un largo rato a mascullar entre dientes sin entendérsele ni jota, para acabar rompiendo así, muy alto cuando ya no pudo contenerse: “ ¡Me cago en cien carros de conejoooos! ¡Y en cada conejo en cien saantooooos! ¡Y si alguno queda que baje que lo piiiisooooo…! Y al decir lo último no paraba de dar grandes zapatazos y pisotones en el suelo, haciendo el gesto de pisar en verdad el santo. Fue muy famoso, los mayores seguro que recordarán de quién se trata, yo ya no, y hasta puede que la causa de su cólera.
Pues bien, yo no recuerdo jamás a mi padre tan cabreado como cuando una buena mañana al levantarse temprano y abrir el frigorífico se encontró una bolsa con un regalito. Abrió la bolsa con curiosidad para ver qué era y, ¡zas!, de sopetón se encontró los pegos. Habéis leído bien, pegos, urracas. La única diferencia es que, como mi padre de beato no tenía un pelo, no se anduvo por las ramas, ni se molestó siquiera con los tacos chicos, para qué, sino que enseguida comenzó con el órdago a la grande y sin parar. Algunos seguro que sabrán la historia, hará unos 30 años. Era costumbre entonces ir los chavales y jóvenes a cazar pájaros de noche con una escopeta de balines y una linterna, aunque ya estaba prohibido, la Guardia Civil multaba y te quitaba la carabina. A unos familiares por matar el tiempo no se les ocurrió otra cosa que ir a un plantío de chopos, fue tan fácil que en poco rato llenaron una bolsa hasta arriba de tantos como había. Regresaron ya pasada la medianoche y al llegar al bar de Manuel se pusieron a charlar con él animadamente hasta que éste les informó de que cuando él era mozo comían pegos en la bodega. Como los allí reunidos se echaron a reír, sin darle crédito alguno, les mostró en el acto cómo se desollaban. Cogió una pega, le rajó una pata con la navaja y con una paja del bar empezó a soplar y soplar por la raja hasta que la infló como un globo. No paraban de reírse, muy sorprendidos, todos los allí congregados y Manuel les seguía insistiendo en que estaban muy ricos, y que ave que vuela a la cazuela (debió omitir que serían los pollos); el caso es que después, no sé cómo, los pegos acabaron en el frigo con la intención de ir a la bodega de merendola la tarde siguiente. Ay, amigo, cuando mi padre se los encontró allí. Al levantarnos ya llevaba largo rato esperándonos dando grandes zancadas de aquí para allá sin dejar en los cielos títere con cabeza. ¡Me cago en tal, qué va a decir la gente! ¡El hazmerreír! ¡Me c.. en lo otro, pensarán que no os doy de comer!.... ¡Pegos, pegos, pegos, me c…!, “Que no, que nos dijo Manuel el del bar que…” “M c… qué bien os la ha pegao Manuel!... “Anda, lavad bien el frigo, desinfectad con lejía y que se ventile. ¡Tirad esa peste, me c…!” Y hasta yo, que cuando iba con ellos lo único que hacía a lo sumo era sostener la linterna, pagué parte del pato sin tener ninguna culpa. Sin comérmelo ni bebérmelo. Lo bueno es que no los guardaron con intención de comerlos ellos, no, no sé si es que pensaban invitar a gente forastera de categoría, de mucho respeto... (Una pista: esa tarde habíamos estado merendando en la bodega. Como siempre, primero río Tera y después bodega). Luego, cada año, en las vacaciones, al poco de saludar a Manuel en el bar siempre nos recordábamos lo de los pegos el uno al otro, él riéndose me cogía por el brazo para que yo le contara la escena con mi padre, y yo para que él me refiriese punto por punto la demostración en público de la pega hinchada con la pajita y las risotadas.
Cuento esta anécdota para que veáis que mi manía a los pegos es lejana, me viene de familia y pensando que quizá tú, Emilio amigo, la desconocieses. Luego sí había en las fábulas de pegos que os conté y que he decidido borrar un trasfondo, un sentido, una historia curiosa muy real.
P. d. Intentaré seguir el sabio consejo de Rabel. (Difícil será que no tire alguna que otra puntada… Si seguimos así la ciudad de doña Urraca ¿no será la de doña Pega? Es lo mismo, pero ¿acaso es igual?).