QUIRUELAS DE VIDRIALES: CALLEJÓN SIN SALIDA: "RECORDAR PARA NO REPETIR"...

CALLEJÓN SIN SALIDA: "RECORDAR PARA NO REPETIR"

Lo que sigue parecerá atrevimiento: lo inconfesable deja de serlo cuando hay confianza. Me la da el saber que estamos entre paisanos... Vaya un ejemplo más del
uso polivalente que el callejón siempre ha tenido.
Cuando jugando o yendo a nidos por las bodegas, sucedía que un chico sentía de pronto una necesidad irrefrenable –todos hemos sido niños y ¡cocineros antes que frailes!: Me refiero a la fisiológica e intransferible, de esas que otro no puede hacer por ti, a aguas mayores, que a las chicas con tanta hierba y recoveco como había lo que sobraba era sitio-, y por capricho elegía un callejón, sería siempre con gran zozobra y el alma en vilo por temor de ser pillado in fraganti por el dueño, que a tal tiempo viniese a buscar vino (sorprendiéndolo jiñando, gerundio del v."guiñar", con el ojo tercero u ojete) e interrumpiese su faena. Ahí no había escape posible ni pies para qué os quiero. Es una perogrullada: en la Naturaleza, salvo milagro, todo cuanto de continuo entra por un sitio necesariamente acaba saliendo por otro, si no por el mismo lugar describiendo un círculo, aun cuando sea transformado y cabalmente se llame de otro modo. Traducido a cristiano, significa -grosso modo, con palabras más concretas-, que todo lo que entra por la boca saldrá por fuerza ya sabéis por dónde, a veces con retortijones. Esto es ineluctable. Y si las bestias (la cabra, el asno...) no son de piedra, les entra tarde o temprano el "apretón", ¿cómo los chicos, ¡pobres e inocentes criaturas!, íbamos a escapar de nuestra vil condición, estando sujetos a la servidumbre propia del animal reino?; y con mayor justificación que ellas, no ya por ser natural buscar el acomodo y sombra del callejón cuando el sol aprieta o su amparo y abrigo en el gélido invierno, sino por cuanto racionales podría obligarnos a ello la moralidad o el pudor. En este caso el pecado sería, creo yo, a lo sumo venial –común al del resto de animales partícipes de la Creación- y gozaría del perdón eclesial, si no de la bendición apostólica. ¡Nunca del dueño, que podría montar en cólera! Puede parecer cruel, pero el de la boina quizá se hubiere encontrado recientemente con varios presentes y no querría en modo alguno que se tomase su suelo sagrado por majada para cultivo del champiñón, y lo que es peor: a él por majadero. Si no servía para corregirle y apartarlo del vicio, al menos podría evitar que en lo sucesivo eligiese el de su adorada bodega como favorito: tendría recuerdos, antes de actuar se lo pensaría dos veces. No es cuestión de dar nombres, sí puedo dar fe (una vez yo mismo libré por los pelos) de que, obviando las generaciones pretéritas, al menos a dos de la mía les tocó sacar la muestra "a mostadas" (con las palmas de las manos) ¡Qué mala uva tenían algunos!, ¡qué intransigentes!:
-Tú sigue, salao, no te dé apuro, anda..., acaba... Qué a gusto quedestes cuando te c... estes, ¿eh?...-dijo el tío de la gorra. "Estos mocosos en cuanto bajas la guardia y te relajas un poco se te suben a las barbas. Si eres blando o te haces de la miel te toman por el pito de un sereno. Te mean en los hocicos. ¡Mira, que en la mi bodega!... pero ¿no tendría otro sitio? ¡Manda mecha!".
En este trance no se contaba con las hojas de higuera de nuestros primeros padres, ni de vid ni chopo. Menos con las virtudes maravillosas de aquel tan recomendado "ansarón de plumón suave"del que se sirviera el gigante Gargantúa, siempre tan erudito en estas lides. Nos limitábamos a imitar a nuestros mayores: "yo voy al campo y me limpio el... con un canto". A lo sumo alguno de los más previsores gozaría de la eficacia de aquellos recortes del ABC o de la revista Blanco y Negro, de Don Zacarías. Periódicos que se apilaban abandonados en el cuarto adjunto a la escuela, por haberlos ya leído nuestro querido maestro y estaban a nuestro alcance, no así los tebeos: los guardaba como oro en paño.
Lo más frecuente era, no obstante, que el dueño llegase tarde y se encontrase ya con el pastel... Y con bien de cera –enrollada velita o cirio- con que celebrar su santo. Ese día no necesitaba encender el candil, ya llevaba bastante lumbre con fragancia de tomillo y amapola. Y que se diese con el canto en los dientes si una mala pisada y un resbalón no daban con él en el suelo, pegándose un trompazo pendiente abajo o una culada fatídica, mancándose la rabadilla.
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En plena dictadura, la verdadera democracia era la practicada en la intimidad del excusado, con el ABC y el Blanco y Negro: al menos un recorte para cada servicio. (Podían también resultar muy útiles en un bolsillo para un apuro en el campo. Una lástima que no nos llegase El Alzázar. "Dictablaanda, una dictablaaanda", decía Pinochet) Allí no había clases sociales ni se discriminaba a nadie, todos los personajes paniaguados del régimen iban a un mismo taco de recortes, pinchados del mismo alambre colgado de la pared de la cuadra. Eran todos iguales: condeses, duqueses y marqueses (de Villagodio, Villageriz o Villaverde); Exmos. Señores y Ministros, Sota de Copas o Procurador en Cortes; Ilustrísimas y Rey de Espadas y Reverendísimos Aduladores; Grandes Damas y Perica de Oros y S.ªde Meirás; Próceres del Régimen, Caballo de Bastos y Destacados Falangistas Medradores o Carlistas; la tropa toda de Generalazos Africanistas, tan brutos como trepas... Con todos se hacía justicia. Según tu albedrío o al azar tirabas de uno. (Podías permitirte indultar a Amancio o a El Cordobés). Ignorantes de ello, hacíamos celebración y patria con el omnipresente Generalísimo: en esa lotería, casi todas las papeletas las tenía siempre Su Excelencia, "El Caudillo" (El Duce, El Fhürer...)-como en el Nodo que nos ponía Eugenio-, ya fuese de pesca del salmón, capturando el "campanu" en Asturias, de caza en un coto de la provincia de Toledo con ojeador nativo, asomado al balcón de la plaza de Oriente (¡Franco, Franco, Franco!..), de asueto pescando el atún a bordo del Azor, enternecido en el Pardo con los nietos, inaugurando un pantano... Todos allí reunidos, a éste quiero, a éste no quiero, iban antes o después desfilando para rendirles higiénico homenaje.