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QUIRUELAS DE VIDRIALES: A la mayoría de nosotros Zamora nos suena a dos cosas:...

A la mayoría de nosotros Zamora nos suena a dos cosas: a Semana Santa y a románico. Todo lo más solemos tener cierta noción de su catedral, por peculiar, y con muchísima suerte, recordaremos que está junto al Duero.
Pero pese a ser una ciudad pequeña, esta capital castellana ya un poco lejos de todo y que a veces parece más cerca de Portugal que de nosotros, resulta que guarda algunas sorpresas inesperadas, o no tan esperadas, sorpresas en cualquier caso más que agradables.

Sorpresas como un patrimonio modernista más que llamativo, de hecho la ciudad es parte de la ruta modernista de España, con casi una veintena de edificios catalogados además de otros que, sin serlo del todo, nos evocan inconfundiblemente este estilo.

O como esa plaza del Ayuntamiento que tiene dos ayuntamientos y una iglesia en la mitad, colocada de una forma que da la impresión de haber llegado allí mucho después que todo lo demás, cuando la verdad es que lleva en ese mismo suelo desde mucho antes.
O esa muralla que en algunos tramos es difícil distinguir de la roca viva sobre la que está la parte vieja de la ciudad, y en otros se nos confunde con las viejas iglesias románicas o la impresionante Catedral.
Las calles peatonales y comerciales quizá nos sorprendan menos, porque esos callejones llenos de tiendas no dejan de ser costumbre castellana y, si me apuran, española. El caso es que en ellas, entre los edificios modernistas, están ahora las tiendas de moda habituales, con su ropa para chicas jovencísimas y la música ruidosa que se oye desde el exterior. Un curioso contraste.

Junto al Duero

Pero si algo favorece a Zamora (además del románico, del que ya hablaremos otro día) es su ubicación de lujo junto al Duero, que parece pensada para que uno disfrute cámara en ristre: con la ciudad reflejándose en las tranquilas aguas del río, que parece pararse para poder ser un espejo perfecto.
Está Zamora en un alto, sobre una gran roca y acercándose al Duero y pegándose a él de forma que parece querer estirarse para seguir el curso del río.
Además, el viajero tendrá que adentrarse en los dominios del agua al menos en dos puntos: el primero en el espectacular puente románico, que todavía sirve para que personas y coches crucen de una orilla a otra.
El segundo son las Aceñas de Olivares, unos antiguos molinos harineros situados dentro del propio cauce del Duero que han sido restaurados y en los que se ha instalado un "centro de interpretación" francamente mejorable (también podría ser un Museo de la Cursilería y la Fatuidad) pero los edificios son realmente interesantes y las vistas sobre el río fantásticos.
No dejen de ir a las Aceñas pronto por la mañana, antes de que abran a eso de las 10, con un poco de suerte les recibirá un brumoso y bellísimo Duero, con el sol todavía bajo abriéndose paso entre la niebla: les aseguro que les parecerá mágico.

Algunas cosas más

Si todavía necesitan motivos para viajar a Zamora no se preocupen que les doy alguno más: para empezar la comida, es ciudad en la que la buena mesa es tradición y, cómo lo mejor de una buena tradición es mantenerla, hay varios restaurantes en los que disfrutarla.
Buenas carnes, platos contundentes de cuchara, pescados con tradición como el bacalao a la tranca (delicioso en el Asador Mariano) y también algunas mesas en las que disfrutar de platos un poco más sofisticados, como los boletus con foie y huevo que hicieron que casi se me saltaran las lágrimas en el restaurante Sancho 2.
Continuemos por una vida cultural más animada de lo que podía parecer, con la Fundación Rei Afonso Henriques como estandarte pero también, aunque no estemos en ese momento especial del año, con el Museo de la Semana Santa y su espectacular imaginería.
Y terminemos por un atardecer en el viejo castillo, cercano a la Catedral (por cierto, no se preocupen por su ausencia: de ella hablaremos otro día) y que nos ofrece una visita más que interesante, no sólo por su propios viejos muros de piedra; o por las vistas de la ciudad y la propia Catedral desde sus almenas; o por las llamativas esculturas de Baltasar Lobo que se esconden en sus rincones y sus jardines... También porque es el lugar ideal para, cuando cae el sol, ver a las cigüeñas volver a la ciudad en formaciones de combate como si fueran oleadas de bombarderos, un espectáculo tan llamativo como, afortunadamente, tranquilo: poco hay que temer a las bombas que los pacíficos pájaros pueden dejar caer.
(Articulo de un periódico digital)