EL ACARREO
Para acarrear la mies desde las tierras a la era antes de la llegada de los tractores y cosechadoras, se hacía con el carro provisto de grandes ruedas con radios de madera protegidas con un aro de hierro, tirado por vacas. En el carro se colocaban las “pernillas” para ganar capacidad. De madrugada aún sin despuntar el alba se uncían las vacas al carro y se iniciaba el viaje hacia las tierras que en algunas ocasiones distaban mucho del pueblo. El carro con su peculiar traqueteo de bujes y ruedas, abandonaba el pueblo e iba dejando cansina y lentamente atrás el camino lleno de baches, lodazales y piedras. Los caminos de antes no eran como los de ahora. Llegados a la tierra aún de noche, se iniciaban las tareas de cargar el bálago en el carro. Una persona con una “purridera” de palo largo era la encargada de llevar la mies desde la “morena” hasta el carro, donde otra persona con habilidad la iba colocando ordenadamente para ganar capacidad y evitar que posteriormente cayera. Rara era la vez que cuando se cargaba una “morena” no salían ratones corriendo al verse descubiertos. El perro que siempre acompañaba al dueño era el encargado de darles caza. Y así “morena” tras “morena” hasta que se llenaba el carro a tope. Luego se arrastraba bien para no perder ni una espiga, y de regreso al pueblo, a la “era”. El viaje de retorno resultaba más complicado. Ahora el carro pesaba y sobre todo tenía mucho volumen, por lo que había que extremar el cuidado para no volcar en alguno de los socavones que había en el camino. Era un arte ver cómo el que guiaba las vacas, con mucho tacto sorteaba los baches y lodazales más peligrosos. Sin embargo en más de una ocasión el carro se quedaba atrapado en una “rodera” y era necesario recurrir a la yegua para que ayudara a las vacas a sacarlo del atolladero. Parece ser que en alguna ocasión algún carro había volcado; accidente que siempre se achacaba a la inexperiencia del que guiaba las vacas. Cuando esto ocurriría, se intentaba silenciar por todos los medios. Con presteza se colocaba el carro de pié y a cargarlo de nuevo antes que cundiera la noticia. Ya por fin a primera hora de la mañana se llegaba a la “era” donde se esparcía el bálago en círculo para que fuera calentado por el sol y posteriormente trillado. Era habitual en aquellos años ver a los niños ir detrás de los carros cuando entraban al pueblo recogiendo las espigas que se caían, e incluso recoger las “cagadas” de vaca llenas de trigo para dárselas a las gallinas. Posiblemente de ahí nació el cuento de “El Gallo del Tío Perico”. ¡Qué tiempos aquellos! €1000io.
Para acarrear la mies desde las tierras a la era antes de la llegada de los tractores y cosechadoras, se hacía con el carro provisto de grandes ruedas con radios de madera protegidas con un aro de hierro, tirado por vacas. En el carro se colocaban las “pernillas” para ganar capacidad. De madrugada aún sin despuntar el alba se uncían las vacas al carro y se iniciaba el viaje hacia las tierras que en algunas ocasiones distaban mucho del pueblo. El carro con su peculiar traqueteo de bujes y ruedas, abandonaba el pueblo e iba dejando cansina y lentamente atrás el camino lleno de baches, lodazales y piedras. Los caminos de antes no eran como los de ahora. Llegados a la tierra aún de noche, se iniciaban las tareas de cargar el bálago en el carro. Una persona con una “purridera” de palo largo era la encargada de llevar la mies desde la “morena” hasta el carro, donde otra persona con habilidad la iba colocando ordenadamente para ganar capacidad y evitar que posteriormente cayera. Rara era la vez que cuando se cargaba una “morena” no salían ratones corriendo al verse descubiertos. El perro que siempre acompañaba al dueño era el encargado de darles caza. Y así “morena” tras “morena” hasta que se llenaba el carro a tope. Luego se arrastraba bien para no perder ni una espiga, y de regreso al pueblo, a la “era”. El viaje de retorno resultaba más complicado. Ahora el carro pesaba y sobre todo tenía mucho volumen, por lo que había que extremar el cuidado para no volcar en alguno de los socavones que había en el camino. Era un arte ver cómo el que guiaba las vacas, con mucho tacto sorteaba los baches y lodazales más peligrosos. Sin embargo en más de una ocasión el carro se quedaba atrapado en una “rodera” y era necesario recurrir a la yegua para que ayudara a las vacas a sacarlo del atolladero. Parece ser que en alguna ocasión algún carro había volcado; accidente que siempre se achacaba a la inexperiencia del que guiaba las vacas. Cuando esto ocurriría, se intentaba silenciar por todos los medios. Con presteza se colocaba el carro de pié y a cargarlo de nuevo antes que cundiera la noticia. Ya por fin a primera hora de la mañana se llegaba a la “era” donde se esparcía el bálago en círculo para que fuera calentado por el sol y posteriormente trillado. Era habitual en aquellos años ver a los niños ir detrás de los carros cuando entraban al pueblo recogiendo las espigas que se caían, e incluso recoger las “cagadas” de vaca llenas de trigo para dárselas a las gallinas. Posiblemente de ahí nació el cuento de “El Gallo del Tío Perico”. ¡Qué tiempos aquellos! €1000io.