El porvenir tiene acento inglés
Jennifer Antón Santos, natural de Quiruelas de Vidriales, encuentra un futuro en Bristol cansada de la precariedad laboral que le ofrecían en España
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Jennifer Antón, frente a su primera vivienda cuando llegó a Bristol. Foto cedida por Jennifer Antón Santos
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B. BLANCO GARCÍA «Me embarqué a la aventura». Así resume la zamorana Jennifer Antón Santos su decisión el pasado año de dejar atrás una lista de trabajos precarios para probar suerte en el extranjero. Natural de Quiruelas de Vidriales, esta joven de 26 años se formó en Educación Física en León y Pontevedra y después de buscar suerte en distintas ciudades, como Albacete o Valencia, dio el paso definitivo.
«La situación de crisis actual nos afecta especialmente a los jóvenes, aprobar ahora mismo una oposición es prácticamente imposible. Vi que era el momento de salir y, por lo menos, aprender bien una lengua», argumenta. Y el lugar elegido fue Bristol. «Lo dejé todo porque no estoy de acuerdo con la situación política y económica de España, estaba harta de que se aprovecharan de mí por unos sueldos bajos y sin ninguna seguridad», subraya.
No era la primera vez que salía al extranjero, puesto que uno de sus años de universidad lo pasó de Erasmus en París, aunque reconoce que la experiencia fue muy diferente. De hecho, nada fue de color de rosa cuando aterrizó en la ciudad inglesa. «Llegué para trabajar de niñera con una familia española, pero solo duré una semana, porque las condiciones no fueron las pactadas, así que allí me vi, con mis maletas y sin conocer a nadie. Pero lo que tenía claro es que no me iba a volver tan pronto a casa», asegura con valentía.
En un principio, un amigo que había conocido por Internet le acogió en un sofá cama cuatro días mientras buscaba piso. Primero, estuvo tres meses con una chica pakistaní o otra de Guadalajara y después se mudó al centro de la ciudad con dos españolas. «Cuando estás fuera, buscas a gente de tu propia cultura, te da seguridad, sobre todo cuando tienes la idea de estar por una larga temporada», argumenta.
Todos esos contratiempos no le cejaron en su empeño por abrirse camino en Bristol mientras aprendía el idioma. «Llegué con nivel de bachillerato y me apunté en una academia para mejorar», recuerda. En casa ni se enteraron de lo que estaba viviendo. «No quería preocupar a mi familia y ni siquiera les pedí dinero. Ahí descubrí cuáles eran mis límites y que con lo mínimo puedes llegar a ser muy feliz», asegura.
Comenzó a buscar trabajo y lo encontró en una de las discotecas más conocidas de la capital. «Allí he hecho de todo. Comencé en el ropero y recogiendo vasos y he sido camarera, azafata, chica de la limpieza o decoradora, hasta llegar a ser relaciones públicas», enumera.
Con unos 500.000 habitantes, Bristol es una ciudad «muy familiar, de casas bajas y barrios residenciales, con una buena calidad de vida», describe. Lo que más le sorprendió tras su llegada fue cómo los ingleses saben apreciar a la gente que tiene cualidades. «Dan multitud de oportunidades. Mientras que en España necesitas un título para todo, aquí, si sabes desenvolverte, y tienes un inglés aceptable, te forman en lo que quieras trabajar aunque no tengas en principio los estudios pertinentes», compara.
Confiesa que a lo que no termina de acostumbrarse es al clima inglés. «Necesito el sol, los días grises terminan agobiándome mucho». Por eso este verano decidió cambiar de aires y seguir trabajando, pero esta vez en Ibiza. «Necesitaba ese cambio antes de volver de nuevo a las nieblas inglesas», asegura.
Crítica con la situación que se vive en el país, apunta que «la juventud española somos ahora mismo la generación más preparada, pero también la más perdida». Una circunstancia que se generaliza en este último año entre sus conocidos. «Últimamente recibo muchas llamadas de amigos que me piden consejo y apoyo para venir a Bristol en busca de trabajo, cuando el pasado año casi no tuve visitas», asegura
Como la mayoría de los que se han tenido que ir a vivir al extranjero, lo que más echa de menos es su familia, «el estar cerca de ellos, sobre todo de los más pequeños». Al resto de lo cambios «terminas adaptándote. Los horarios chocan un poco, sobre todo eso de comer a las doce y no tener sobremesa, pero luego terminas tu jornada laboral a las seis de la tarde y eres libre para tener vida social».
El esfuerzo tiene su recompensa y en la actualidad, Jennifer acaba de ser ascendida en su trabajo. «Ahora estoy de manager de promociones y marketing», anuncia con orgullo, mientras prepara una visita a la familia en estas próximas navidades. Sobre el futuro, reconoce que la experiencia de vivir el Bristol le ha enseñado «a no planificar las cosas». De momento, estará allí al menos hasta el próximo verano, para presentarse a sus exámenes de inglés y acumular experiencias.
Jennifer Antón Santos, natural de Quiruelas de Vidriales, encuentra un futuro en Bristol cansada de la precariedad laboral que le ofrecían en España
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Jennifer Antón, frente a su primera vivienda cuando llegó a Bristol. Foto cedida por Jennifer Antón Santos
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B. BLANCO GARCÍA «Me embarqué a la aventura». Así resume la zamorana Jennifer Antón Santos su decisión el pasado año de dejar atrás una lista de trabajos precarios para probar suerte en el extranjero. Natural de Quiruelas de Vidriales, esta joven de 26 años se formó en Educación Física en León y Pontevedra y después de buscar suerte en distintas ciudades, como Albacete o Valencia, dio el paso definitivo.
«La situación de crisis actual nos afecta especialmente a los jóvenes, aprobar ahora mismo una oposición es prácticamente imposible. Vi que era el momento de salir y, por lo menos, aprender bien una lengua», argumenta. Y el lugar elegido fue Bristol. «Lo dejé todo porque no estoy de acuerdo con la situación política y económica de España, estaba harta de que se aprovecharan de mí por unos sueldos bajos y sin ninguna seguridad», subraya.
No era la primera vez que salía al extranjero, puesto que uno de sus años de universidad lo pasó de Erasmus en París, aunque reconoce que la experiencia fue muy diferente. De hecho, nada fue de color de rosa cuando aterrizó en la ciudad inglesa. «Llegué para trabajar de niñera con una familia española, pero solo duré una semana, porque las condiciones no fueron las pactadas, así que allí me vi, con mis maletas y sin conocer a nadie. Pero lo que tenía claro es que no me iba a volver tan pronto a casa», asegura con valentía.
En un principio, un amigo que había conocido por Internet le acogió en un sofá cama cuatro días mientras buscaba piso. Primero, estuvo tres meses con una chica pakistaní o otra de Guadalajara y después se mudó al centro de la ciudad con dos españolas. «Cuando estás fuera, buscas a gente de tu propia cultura, te da seguridad, sobre todo cuando tienes la idea de estar por una larga temporada», argumenta.
Todos esos contratiempos no le cejaron en su empeño por abrirse camino en Bristol mientras aprendía el idioma. «Llegué con nivel de bachillerato y me apunté en una academia para mejorar», recuerda. En casa ni se enteraron de lo que estaba viviendo. «No quería preocupar a mi familia y ni siquiera les pedí dinero. Ahí descubrí cuáles eran mis límites y que con lo mínimo puedes llegar a ser muy feliz», asegura.
Comenzó a buscar trabajo y lo encontró en una de las discotecas más conocidas de la capital. «Allí he hecho de todo. Comencé en el ropero y recogiendo vasos y he sido camarera, azafata, chica de la limpieza o decoradora, hasta llegar a ser relaciones públicas», enumera.
Con unos 500.000 habitantes, Bristol es una ciudad «muy familiar, de casas bajas y barrios residenciales, con una buena calidad de vida», describe. Lo que más le sorprendió tras su llegada fue cómo los ingleses saben apreciar a la gente que tiene cualidades. «Dan multitud de oportunidades. Mientras que en España necesitas un título para todo, aquí, si sabes desenvolverte, y tienes un inglés aceptable, te forman en lo que quieras trabajar aunque no tengas en principio los estudios pertinentes», compara.
Confiesa que a lo que no termina de acostumbrarse es al clima inglés. «Necesito el sol, los días grises terminan agobiándome mucho». Por eso este verano decidió cambiar de aires y seguir trabajando, pero esta vez en Ibiza. «Necesitaba ese cambio antes de volver de nuevo a las nieblas inglesas», asegura.
Crítica con la situación que se vive en el país, apunta que «la juventud española somos ahora mismo la generación más preparada, pero también la más perdida». Una circunstancia que se generaliza en este último año entre sus conocidos. «Últimamente recibo muchas llamadas de amigos que me piden consejo y apoyo para venir a Bristol en busca de trabajo, cuando el pasado año casi no tuve visitas», asegura
Como la mayoría de los que se han tenido que ir a vivir al extranjero, lo que más echa de menos es su familia, «el estar cerca de ellos, sobre todo de los más pequeños». Al resto de lo cambios «terminas adaptándote. Los horarios chocan un poco, sobre todo eso de comer a las doce y no tener sobremesa, pero luego terminas tu jornada laboral a las seis de la tarde y eres libre para tener vida social».
El esfuerzo tiene su recompensa y en la actualidad, Jennifer acaba de ser ascendida en su trabajo. «Ahora estoy de manager de promociones y marketing», anuncia con orgullo, mientras prepara una visita a la familia en estas próximas navidades. Sobre el futuro, reconoce que la experiencia de vivir el Bristol le ha enseñado «a no planificar las cosas». De momento, estará allí al menos hasta el próximo verano, para presentarse a sus exámenes de inglés y acumular experiencias.