NORIAS, ESPADAÑAS Y… ”AUTÓCTONOS”
La Almucera, hilo de verdor que nos vertebra y da vida a eses vallecico perdido al N de la provincia de Zamora. ¿Perdida también? No, pero es una empresa difícil, como aquella del Romancero: “No se ganó Zamora en una hora”. Es preciso romper el cerco. Son muchos y poderosos los sitiadores. E invisibles a veces. Necesitamos paladines defensores (Arias Gonzalo) lidiando todos a una y hasta puede que algún traidor Vellido. Para que se haga justicia. ¿Aceptamos el reto y sus consecuencias? Entonces a resistir y no rendirse jamás. Clavar los pies en tierra sin dejarse arrastrar por la corriente. Ser como las espadañas de la Almucera; que nadie, ni contaminación ni invasor cangrejo, ha podido con ellas. (No quiero hablar aquí del otro símbolo: las espadañas de nuestros campanarios). ¡Cuánto nos gustaba jugar con los “pelujos”! Los cilindros marrón oscuro en que remata el tallo de la anea. Y cómo nos evocaban siempre los cohetes de bodas y fiestas… ¿Qué significará en árabe Almucera? ¿El arroyo? ¿Algo que ver con el vidrio? Almorcera –de almuerzo- decíamos. A Mózar y Tardemézar oí llamarlos en broma Almuerzas y Tardealmuerzas. Las tres tienen las mismas consonantes: M, Z, R. ¿Será simple coincidencia o por un origen común? Algún forero/a habrá que me saque de dudas.
¿Y las norias que salpicaban el Valle y regaban las pequeñas huertas? ¿Las heredaríamos también de los moros? La noria del tiempo que incansable gira y gira, movida por la mula o burro, dando vueltas y más vueltas. La rueda de la Fortuna. En los años 40 y 50 a algunos les tocaba la lotería y eran envidiados por todos, si por suerte “le salía un asno garañón”. No me entendáis mal, no quiero decir que su hijo fuese un buche/a, que podría ser también, sino que se hacía rico. Podía valer en la posguerra de 30 a 50.000 ptas., bastante más que una casa. Sería el ejemplar ideal para cruzar con la yegua. Así me lo describieron más o menos: “semental grande y noble, con las orejas gachas (caídas), que otros eran muy tercos y falsos, y soltaban cada coz…” Nuestros padres y abuelos eran expertos. Los distinguirían a simple vista por esas u otras pistas. Serían seguramente ejemplares autóctonos, de pura cepa zamorana, casi extinguidos ya, pero que mejoran a las demás razas. Nos da una idea de la riqueza de nuestra cabaña asnal de entonces, en cantidad y calidad, el que fuesen tan típicas las carreras de burros en las fiestas de los pueblos. Hasta mediados de los 70 el listón estaba muy alto. Llegó a ponerse “numerus clausus” en alguna de estas carreras asnales, como más tarde pasaría con las universitarias ante la masificación estudiantil. Poco después comenzaría su declive. En el año 76 –bien me acuerdo por sufrirlo en propia carne- fui lanzado en volandas, como en los “rodeos” del Oeste, por uno de estos jumentos campeones. Fue tras la carrera, íbamos a recogerlo en la cuadra el nieto del dueño y yo. Seguía muy excitado y comenzó a “retrincar”, o sea dar grandes brincos a las cuatro patas. No había quien lo parara. ¡Ay del jinete! Acabé deslomado por el pollino. Juan Ramón le daba a Platero higos con miel, para que no se pudiese decir de él que no se hizo la miel para su boca. Nosotros no llegábamos a tanta exquisitez burguesa, pero en fin, os confieso que en las siestas ociosas y escapando de la vigilancia materna, a falta de alfalfa, le dábamos a degustar algún manojo de mielgo que crecía por las cunetas. ¡Desagradecido! Así me lo pagó.
La Almucera, hilo de verdor que nos vertebra y da vida a eses vallecico perdido al N de la provincia de Zamora. ¿Perdida también? No, pero es una empresa difícil, como aquella del Romancero: “No se ganó Zamora en una hora”. Es preciso romper el cerco. Son muchos y poderosos los sitiadores. E invisibles a veces. Necesitamos paladines defensores (Arias Gonzalo) lidiando todos a una y hasta puede que algún traidor Vellido. Para que se haga justicia. ¿Aceptamos el reto y sus consecuencias? Entonces a resistir y no rendirse jamás. Clavar los pies en tierra sin dejarse arrastrar por la corriente. Ser como las espadañas de la Almucera; que nadie, ni contaminación ni invasor cangrejo, ha podido con ellas. (No quiero hablar aquí del otro símbolo: las espadañas de nuestros campanarios). ¡Cuánto nos gustaba jugar con los “pelujos”! Los cilindros marrón oscuro en que remata el tallo de la anea. Y cómo nos evocaban siempre los cohetes de bodas y fiestas… ¿Qué significará en árabe Almucera? ¿El arroyo? ¿Algo que ver con el vidrio? Almorcera –de almuerzo- decíamos. A Mózar y Tardemézar oí llamarlos en broma Almuerzas y Tardealmuerzas. Las tres tienen las mismas consonantes: M, Z, R. ¿Será simple coincidencia o por un origen común? Algún forero/a habrá que me saque de dudas.
¿Y las norias que salpicaban el Valle y regaban las pequeñas huertas? ¿Las heredaríamos también de los moros? La noria del tiempo que incansable gira y gira, movida por la mula o burro, dando vueltas y más vueltas. La rueda de la Fortuna. En los años 40 y 50 a algunos les tocaba la lotería y eran envidiados por todos, si por suerte “le salía un asno garañón”. No me entendáis mal, no quiero decir que su hijo fuese un buche/a, que podría ser también, sino que se hacía rico. Podía valer en la posguerra de 30 a 50.000 ptas., bastante más que una casa. Sería el ejemplar ideal para cruzar con la yegua. Así me lo describieron más o menos: “semental grande y noble, con las orejas gachas (caídas), que otros eran muy tercos y falsos, y soltaban cada coz…” Nuestros padres y abuelos eran expertos. Los distinguirían a simple vista por esas u otras pistas. Serían seguramente ejemplares autóctonos, de pura cepa zamorana, casi extinguidos ya, pero que mejoran a las demás razas. Nos da una idea de la riqueza de nuestra cabaña asnal de entonces, en cantidad y calidad, el que fuesen tan típicas las carreras de burros en las fiestas de los pueblos. Hasta mediados de los 70 el listón estaba muy alto. Llegó a ponerse “numerus clausus” en alguna de estas carreras asnales, como más tarde pasaría con las universitarias ante la masificación estudiantil. Poco después comenzaría su declive. En el año 76 –bien me acuerdo por sufrirlo en propia carne- fui lanzado en volandas, como en los “rodeos” del Oeste, por uno de estos jumentos campeones. Fue tras la carrera, íbamos a recogerlo en la cuadra el nieto del dueño y yo. Seguía muy excitado y comenzó a “retrincar”, o sea dar grandes brincos a las cuatro patas. No había quien lo parara. ¡Ay del jinete! Acabé deslomado por el pollino. Juan Ramón le daba a Platero higos con miel, para que no se pudiese decir de él que no se hizo la miel para su boca. Nosotros no llegábamos a tanta exquisitez burguesa, pero en fin, os confieso que en las siestas ociosas y escapando de la vigilancia materna, a falta de alfalfa, le dábamos a degustar algún manojo de mielgo que crecía por las cunetas. ¡Desagradecido! Así me lo pagó.