TRASFORMADORES
Esas pequeñas torres cuadradas, de no más de tres o cuatro metros de altura, que se encuentran a la entrada de los pueblos, aunque algunas también se ven en sus calles o plazas, y que hoy ya no están en uso, en general, se llaman transformadores, porque a ellas llegaba el cableado de energía eléctrica y en su interior estaban los contadores, los plomos y todo lo necesario para controlar y distribuir desde allí dicha energía.
Algunos de estos edificios pueden tener casi 100 años, pues son, poco más o menos, los que hace que la luz eléctrica comenzó a llegar a ciudades y pueblos, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Desde entonces, hasta hoy, aún sigue todavía llegando la luz a algún pueblo, de poca población y difícil acceso, lo que es motivo de fiesta, ante hecho tan esperado y tan importante. Ya es hora de que, en pleno siglo XXI, no haya ningún pueblo sin luz y sin carretera de acceso al mismo. Todos los ciudadanos tienen los mismos derechos.
Los transformadores nos llaman la atención por su situación y por su forma de construcción, así como por los materiales empelados en la misma, pues los hay de adobe o tapial y también de ladrillo e incluso se ven algunos de piedra, en donde esta era abundante y las casas también se construían así. Con el tejado de uralita o de teja, a una o dos aguas. Tienen una puerta no muy grande, generalmente de chapa o de madera chapeada con el grabado o dibujo de la muerte, (calavera y huesos) y la inscripción de PELIGRO. No suelen tener ventanas. Tan sólo en la parte alta de la pequeña torre hay unas aberturas necesarias para introducir los distintos tipos y grosor de los cables. El interior es un espacio abierto en cuyas paredes se colocaba el aparato llamado transformador, que da nombre al edificio y que estaba destinado a transformar una determinada tensión eléctrica alterna en otra tensión distinta, una que llega por la línea y otra que sale para servicio del pueblo y de sus habitantes. Además estaba dentro el contador de la empresa de electricidad y todo lo demás, necesario para prestar un buen servicio. Había también contadores de la luz que gastaban los vecinos y de la que gastaba el municipio en sus calles y plazas. El edificio desempeñaba fundamentalmente un servicio público.
De la atención al transformador y a los problemas que en él surgiesen, en algunos pueblos había una persona con conocimientos de electricidad, de hecho se le llamaba el electricista, que, si no profesional de oficio, la práctica le había convertido en profesional. Porque problemas con la luz los había y muy frecuentemente. Si se apagaba, o bajaba de fuerza o tensión, allí estaba el electricista a proceder a su reparación. A veces se decía que se habían fundido los plomos y era lo que él reparaba. Cuando había tormenta era frecuente la avería eléctrica y más trabajo para los electricistas.
La luz llegaba a los transformadores, desde la central, a través de cables de cobre colocados sobre postes de madera, que, aunque de calidad, frecuentemente no soportaban, ni los vientos, ni las lluvias, ni los rayos, por lo que las averías en la línea eran frecuentes.
En esta comarca de Los Valles de Benavente todavía se ven los antiguos transformadores, unos a la entrada de los pueblos y sin uso, como vemos en Ayoo de Vidriales. Aquí precisamente está al lado del nuevo transformador sobre postes de hormigón, lo que hace que el contraste sea aún mayor. Otros están dentro del pueblo, como en Fresno de la Polvorosa, en donde sigue prestando servicio o casi en medio de la calle como en Aguilar de Tera. Nos llama la atención el de Bretocino situado junto a la Espadaña de la Iglesia. Pero son más los que están a las afueras de los pueblos como el de Carracedo de Vidriales o el de Santa Cristina de la Polvorosa que se encuentra en la carretera de acceso a Arcos. Aquí las cigüeñas han tomado posesión del mismo y no abandonan nunca su nido.
En algunos pueblos se sirven del edificio, en la actualidad, lo cual no es mala idea, pues, en su interior, pueden ocultar el conglomerado de hierros y cables que contiene el nuevo transformador, y evitan que éste se coloque en alguna calle o plaza sobre postes de hormigón que chocan con el entorno, como ocurre en Sitrama de Tera, San Cristóbal de Entreviñas y en otras localidades.
Algunos eran privados, pues los construían para un servicio particular, bien de una granja o finca, como se ve en el que hay cerca de Granucillo de Vidriales, o bien para el servicio de un molino, como el existente, construido de adobe, entre la ruinas del antiguo molino de Brime de Urz.
Muchos de estos edificios están hoy abandonados, con su puerta destruida y su tejado caído, lo mismo que otras muchas casas de los pueblos. En el interior de algunos anidan las aves o su tejado sirve, como hemos dicho, para que lo hagan las cigüeñas. Pero otros están en pie, al servicio del pueblo, lo mismo que las paneras u otros edificios de propiedad municipal. En ellos almacenan útiles de limpieza u otros objetos necesarios. Algunos ayuntamientos han querido mantener en pie este edificio, singular y emblemático, testigo del pasado, que desempeñaba una función de progreso y bienestar, como fue la llegada de la luz eléctrica a las casas y pueblos. Lo mismo que ocurrió con el agua, pues, aunque existían desde antiguo fuentes o pozos en casi todos los pueblos, la canalización de aguas limpias y sucias y la construcción de los depósitos se llevo a cabo muy posteriormente.
Los amigos del Patrimonio contemplan con admiración estos pequeños edificios, con esa función, y alaban la idea de algunos pueblos de mantenerlos en pie, como testigos del pasado y de una época, inicio de progreso y desarrollo. Es la única manera de que las generaciones futuras conozcan a través de su existencia, su función, su finalidad y su historia. Y también una forma de vida distinta y que ellos no conocieron ni vivieron. Esto ocurrirá, si no se destruyen, y se cuidan, asignándoles otros menesteres. Aunque sólo sea, como ocurre en Santa Cristina de la Polvorosa, para que las cigüeñas vengan al nido que construyeron ya hace muchos años, nido no muy elevado, por cierto, pues la altura de la torreta no da para más, pero que ellas han elegido y han querido que sea así, confiando en que siempre será respetado. Saben muy bien que, si se respeta su nido, se salvará y se respetará también el transformador en el que está colocado.
Esas pequeñas torres cuadradas, de no más de tres o cuatro metros de altura, que se encuentran a la entrada de los pueblos, aunque algunas también se ven en sus calles o plazas, y que hoy ya no están en uso, en general, se llaman transformadores, porque a ellas llegaba el cableado de energía eléctrica y en su interior estaban los contadores, los plomos y todo lo necesario para controlar y distribuir desde allí dicha energía.
Algunos de estos edificios pueden tener casi 100 años, pues son, poco más o menos, los que hace que la luz eléctrica comenzó a llegar a ciudades y pueblos, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Desde entonces, hasta hoy, aún sigue todavía llegando la luz a algún pueblo, de poca población y difícil acceso, lo que es motivo de fiesta, ante hecho tan esperado y tan importante. Ya es hora de que, en pleno siglo XXI, no haya ningún pueblo sin luz y sin carretera de acceso al mismo. Todos los ciudadanos tienen los mismos derechos.
Los transformadores nos llaman la atención por su situación y por su forma de construcción, así como por los materiales empelados en la misma, pues los hay de adobe o tapial y también de ladrillo e incluso se ven algunos de piedra, en donde esta era abundante y las casas también se construían así. Con el tejado de uralita o de teja, a una o dos aguas. Tienen una puerta no muy grande, generalmente de chapa o de madera chapeada con el grabado o dibujo de la muerte, (calavera y huesos) y la inscripción de PELIGRO. No suelen tener ventanas. Tan sólo en la parte alta de la pequeña torre hay unas aberturas necesarias para introducir los distintos tipos y grosor de los cables. El interior es un espacio abierto en cuyas paredes se colocaba el aparato llamado transformador, que da nombre al edificio y que estaba destinado a transformar una determinada tensión eléctrica alterna en otra tensión distinta, una que llega por la línea y otra que sale para servicio del pueblo y de sus habitantes. Además estaba dentro el contador de la empresa de electricidad y todo lo demás, necesario para prestar un buen servicio. Había también contadores de la luz que gastaban los vecinos y de la que gastaba el municipio en sus calles y plazas. El edificio desempeñaba fundamentalmente un servicio público.
De la atención al transformador y a los problemas que en él surgiesen, en algunos pueblos había una persona con conocimientos de electricidad, de hecho se le llamaba el electricista, que, si no profesional de oficio, la práctica le había convertido en profesional. Porque problemas con la luz los había y muy frecuentemente. Si se apagaba, o bajaba de fuerza o tensión, allí estaba el electricista a proceder a su reparación. A veces se decía que se habían fundido los plomos y era lo que él reparaba. Cuando había tormenta era frecuente la avería eléctrica y más trabajo para los electricistas.
La luz llegaba a los transformadores, desde la central, a través de cables de cobre colocados sobre postes de madera, que, aunque de calidad, frecuentemente no soportaban, ni los vientos, ni las lluvias, ni los rayos, por lo que las averías en la línea eran frecuentes.
En esta comarca de Los Valles de Benavente todavía se ven los antiguos transformadores, unos a la entrada de los pueblos y sin uso, como vemos en Ayoo de Vidriales. Aquí precisamente está al lado del nuevo transformador sobre postes de hormigón, lo que hace que el contraste sea aún mayor. Otros están dentro del pueblo, como en Fresno de la Polvorosa, en donde sigue prestando servicio o casi en medio de la calle como en Aguilar de Tera. Nos llama la atención el de Bretocino situado junto a la Espadaña de la Iglesia. Pero son más los que están a las afueras de los pueblos como el de Carracedo de Vidriales o el de Santa Cristina de la Polvorosa que se encuentra en la carretera de acceso a Arcos. Aquí las cigüeñas han tomado posesión del mismo y no abandonan nunca su nido.
En algunos pueblos se sirven del edificio, en la actualidad, lo cual no es mala idea, pues, en su interior, pueden ocultar el conglomerado de hierros y cables que contiene el nuevo transformador, y evitan que éste se coloque en alguna calle o plaza sobre postes de hormigón que chocan con el entorno, como ocurre en Sitrama de Tera, San Cristóbal de Entreviñas y en otras localidades.
Algunos eran privados, pues los construían para un servicio particular, bien de una granja o finca, como se ve en el que hay cerca de Granucillo de Vidriales, o bien para el servicio de un molino, como el existente, construido de adobe, entre la ruinas del antiguo molino de Brime de Urz.
Muchos de estos edificios están hoy abandonados, con su puerta destruida y su tejado caído, lo mismo que otras muchas casas de los pueblos. En el interior de algunos anidan las aves o su tejado sirve, como hemos dicho, para que lo hagan las cigüeñas. Pero otros están en pie, al servicio del pueblo, lo mismo que las paneras u otros edificios de propiedad municipal. En ellos almacenan útiles de limpieza u otros objetos necesarios. Algunos ayuntamientos han querido mantener en pie este edificio, singular y emblemático, testigo del pasado, que desempeñaba una función de progreso y bienestar, como fue la llegada de la luz eléctrica a las casas y pueblos. Lo mismo que ocurrió con el agua, pues, aunque existían desde antiguo fuentes o pozos en casi todos los pueblos, la canalización de aguas limpias y sucias y la construcción de los depósitos se llevo a cabo muy posteriormente.
Los amigos del Patrimonio contemplan con admiración estos pequeños edificios, con esa función, y alaban la idea de algunos pueblos de mantenerlos en pie, como testigos del pasado y de una época, inicio de progreso y desarrollo. Es la única manera de que las generaciones futuras conozcan a través de su existencia, su función, su finalidad y su historia. Y también una forma de vida distinta y que ellos no conocieron ni vivieron. Esto ocurrirá, si no se destruyen, y se cuidan, asignándoles otros menesteres. Aunque sólo sea, como ocurre en Santa Cristina de la Polvorosa, para que las cigüeñas vengan al nido que construyeron ya hace muchos años, nido no muy elevado, por cierto, pues la altura de la torreta no da para más, pero que ellas han elegido y han querido que sea así, confiando en que siempre será respetado. Saben muy bien que, si se respeta su nido, se salvará y se respetará también el transformador en el que está colocado.