Ofertas de luz y gas

QUIRUELAS DE VIDRIALES: NORIAS...

NORIAS

En esta comarca de Los Valles de Benavente, a pesar de tener tantos ríos, arroyos y regatos, los agricultores y hortelanos, antiguamente más que ahora, se han servido también de norias para sacar el agua de los numerosos pozos, existentes en huertos y huertas próximos a los pueblos, y así poder regar la tierra. Las norias son máquinas de tracción animal, pues necesitan de éstos para su funcionamiento, bueno, de los animales y de la ayuda del hombre. Podemos decir que su utilización fue general hasta los años 1960-1970, en que comenzaron a utilizarse los motores de gasolina y gasoil y, no mucho más tarde, los eléctricos. Coincidió esto con la incipiente mecanización del campo, pues también comenzaron a aparecer los primeros tractores, que trajeron consigo la paulatina desaparición de vacas, bueyes, mulas y demás animales, con los que, hasta entonces, se realizaban las faenas agrícolas y el acarreo de los productos.
El uso de las norias fue un avance en el trabajo manual de sacar el agua de pozos poco profundos. Antes de su existencia los hortelanos utilizaban el cigüeñal o cigoñal, llamado así por tener forma de cigüeña. Consistía éste en una pértiga o vara larga, enejada sobre un pie en horquilla, y dispuesta de modo que, atando un caldero u otro recipiente a un extremo y tirando del otro, podían sacar agua de dichos pozos. También se utilizaba la polea. Norias, cigüeñal y polea supusieron un avance en el trabajo manual del riego ejercido solamente por el hombre, pues existieron incluso regadores de oficio.
Vemos todavía muchas norias o, si queremos, restos de norias, en esta comarca. Algunas han sido recogidas y restauradas en lo posible por sus propietarios o amigos y adornan jardines o patios de casas de campo. Incluso las han pintado para evitar su desgaste a través de la oxidación. Pero la mayor parte siguen en el campo, en huertos y huertas próximos a los pueblos, en estado de abandono y, lógicamente, en proceso de desaparición.
No hace falta ir lejos de Benavente, ciudad hortelana y huertana, para verlas. Pero vamos a comentar y referirnos a las dos que Alberto, un agricultor de Villabrázaro, posee en una finca a la entrada del pueblo. Nos dice que cada una de ellas tiene distinto engrane y nos explica, amablemente, sus piezas y cómo funcionaban. Las conserva in situ, aunque no las utilice, y espera y desea conservarlas en el futuro. Por nuestra parte pensamos que, al ser de hierro, al menos las piezas más importantes, durarán más. Pero hasta el hierro se oxidará y se irá desgastando con el paso de los años, si se deja todo en estado de abandono. Vemos que las norias, como tantas máquinas, aperos, herramientas y oficios tradicionales, han pasado ya a la historia. Pero debemos, podemos y queremos recordarlos, como lo estamos haciendo, a través de estas páginas.
El emplazamiento de la noria, lo mismo que la construcción del pozo sobre el que se instalaba, solía estar casi siempre en el centro de la huerta, para que el agua se distribuyese con más rapidez por toda la tierra. No faltaba una caseta o un palomar cerca de ella y algún árbol, preferentemente nogales, castaños o moreras, u otros, según el terreno o el lugar. Estos contribuían a dar sombra al hombre y al animal, cuando se regaba, además de recoger sus productos. Hoy las casetas, lo mismo que las norias están medio caídas o abandonadas y tan sólo nogales o castaños centenarios siguen estando allí, como testigos de la antigüedad de la noria y del pasado del hombre y del animal, que tantas veces realizaron esta tarea de regar la huerta.
La noria se instalaba a ras de tierra o sobre el brocal del pozo, si lo tenía. Y para asentarla, en ambos casos, se necesitaba un marco o cuadro de asiento, que solía ser de hierro, aunque en norias más pequeñas, pudiera ser también de madera, de buena calidad. Los demás elementos que constituyen su maquinaria son los siguientes:
-Un volante con su engrane, que hace girar el mecanismo de los vasos o cangilones que transportan el agua en su doble tarea de recogerla del fondo y vaciarla en la superficie.
-Un gato o seguro de marcha atrás del volante, que impide los mecanismos de retroceso.
-Una masera, especie de artesa en donde se descarga el agua de los vasos, para poder salir por el caño de riego.
-Una canaleta metálica, para salvar el agua bajo el mecanismo circular giratorio y hacer que pueda salir de la masera al canal de riego.
-Los vasos o cangilones, que eran los encargados de recoger el agua en el fondo del pozo, debido al mecanismo giratorio, y de transportarla a la superficie, depositándola en la masera, de donde pasaba a la canaleta o al sifón. Había norias con treinta o más vasos o cangilones dependiendo de la profundidad del pozo También las había más pequeñas, según la necesidad del hortelano. Por su parte, los vasos podían ser de distinto tamaño y capacidad. Algunos transportaban hasta 10 litros de agua cada uno aunque parte de ella se perdía de nuevo en el fundo del pozo
-La palanca de tiro, que era movida por la caballería. Solían ser burros, mulas, caballos o yeguas. En pocas ocasiones vacas, aunque también se podían ver, incluso en pareja. Al animal, que solía ser uno casi siempre, con la collera se le conectaba a la palanca, a través de un balancín, una especie de madero o palo con punto de apoyo en el centro y en los extremos.
Gracias al interminable caminar del animal o animales, que debían tener los ojos tapados (tal vez para evitar el mareo o la desorientación) alrededor del pozo de la noria, se extraía el agua necesaria para regar los cultivos. Se conseguía de la siguiente forma:
La palanca, arrastrada por el animal, confiere un movimiento circular al volante horizontal del engrane, el cual, solidario a un eje vertical, gira, haciendo que cada uno de sus dientes empuje a los del volante vertical del engrane, con lo que él también gira y con él su eje y la ruedas de la noria. Sobre estas se apoya y de ellas cuelga la cadena de vasos o cangilones que habrá de elevar el agua desde el fondo del pozo, hasta caer en la masera. Los cangilones descienden boca abajo, hasta sumergirse en el agua, de donde vuelven, boca arriba, cargados del líquido, hasta la superficie. Cuando el agua está ya en la masera, es conducida a través de un sifón hacia el canal de salida. Por último llega a un pilón cuadrado o rectangular, de hormigón, con tres orificios (uno en cada lado, además del de salida), a través de los cuales se la puede enviar en varias direcciones, para regar las distintas zonas de cultivo.
Las norias utilizadas en los Valles de Benavente, como en el resto de la provincia y en toda Castilla y León, son distintas, al menos en su forma y parte de su maquinaria, a las que existen y que todavía se utilizan en las Comunidades de Andalucía, Murcia o Valencia y en otras partes.
La tarea de regar con noria era lenta y costosa, sobre todo por el tiempo que se empleaba en ello. A veces el hortelano o agricultor comenzaba por la mañana, y, si era mucho el terreno y mucho el agua que necesitaba, sobre todo en el verano, no interrumpía el riego hasta la noche. El animal descansaba lo imprescindible para comer, tal vez la cebada que él mismo había regado y que su dueño había cosechado el año anterior. Y los huertanos lo mismo, apenas descansaban, si no en el trabajo, sí en la vigilancia del riego y sobre todo del animal que, después de tantas horas trajinando, en torno al pozo, podía detenerse por cualquier motivo, inexplicable para el hombre, pero sí para él. Y así se pasaban ambos, casi todo el día, hasta el oscurecer.
Las norias son testigos de una época y de una forma de vida distinta, que no pasó inadvertida a escritores y poetas, como muy bien nos dejó reflejado Antonio Machado en estos versos:

La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta...
Sonaba la mula,
¡pobre mula vieja ¡
al compás de sombra
que en el agua suena.

Por nuestra parte hemos querido dejar constancia de este artilugio, la noria, todavía presente en la memoria de muchos hombres y mujeres de los Valles que se sirvieron de ella y que se resisten a que desaparezca, al menos de su recuerdo.