CONFESIONARIOS
Cualquier persona que visite el interior de una iglesia podrá ver algún confesionario, junto a los muros laterales de la misma, en el crucero o debajo del coro, lugares en los que suele estar este mueble, dentro del cual se coloca el sacerdote para oír la confesión sacramental. Se trata fundamentalmente de un asiento encerrado entre dos tableros laterales, con celosías y que tiene por delante una puerta.
El fundamento o la base bíblica de la confesión como parte del sacramento de la Penitencia está en las palabras de Cristo a sus discípulos: "A quienes remitiereis los pecados les serán remitidos y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Juan, 20,23). En el Concilio de Letrán, en el año 1215, se ordenó por parte de la iglesia a todos los fieles, en uso de razón, confesarse una vez al año. Después se fue generalizando la confesión privada. Y tras el Concilio Vaticano II (1963) se dictan nuevas normas y requisitos para la confesión pública y la absolución colectiva.
Como en la Iglesia Católica, hasta el momento actual, no basta el dolor y arrepentimiento de los pecados, sino que es necesario confesarlos al sacerdote y recibir de él la absolución, lo que posibilita también acercarse a la Eucaristía. Es natural que existiesen, y existan todavía, muchos confesionarios, como quiero hacer ver aquí, aunque sean cada vez menos utilizados.
Porque los hay de las más variadas formas y tamaños, destacando incluso algunos por la calidad de la madera con la que están fabricados. Y hasta coincide que son más grandes los que hay en las iglesias de las ciudades que en las de los pueblos de menor población, e incluso se diferencian, a veces, según se trate de catedrales, colegiatas o iglesias normales dedicadas a cualquier santo, santa o virgen. Ni que el trabajo a ejercer en ellos fuese distinto según el lugar o quien lo ejerce.
En las iglesias de los pueblos de esta comarca de Los Valles de Benavente he tenido la oportunidad de ver y comprobar lo que acabo de afirmar, la variedad de confesonarios, pues unos son simples sillones con una celosía al lado, otros, sin puerta, tienen sus tablas pintadas de colores llamativos o con otro tipo de adornos en la madera. Muchos con la cubierta terminada en forma de pirámide y coronada con una cruz. También destacan, además de por su fabricación, por el valor material de la madera empleada en ella. Y lo que no falta en ninguno de ellos es la celosía, pues es, a través de ella, cómo la mujer podía y puede confesarse. Los hombres, sin embargo, lo pueden hacer por la puerta y cara a cara con el mismo confesor. La discriminación entre los sexos es evidente, todavía no se ha llegado en la iglesia católica a la equiparación de tareas y a la igualdad en derechos y deberes entre mujeres y hombres.
Los que tienen forma de sillón con celosía posibilitaban el traslado fácil de un lugar hacia otro, lo cual se hacía y se seguirá haciendo, en ocasiones, con motivo de grandes concentraciones religiosas, como algunas peregrinaciones, romerías, u otras fiestas eclesiásticas multitudinarias. Es de suponer, además, que sean mixtos y que puedan ser utilizados, tanto por hombres y mujeres, como por niños y niñas.
Aunque el lugar de colocación de los confesonarios es el que hemos indicado, muros laterales o del crucero, en muchas iglesias están colocados en la parte de atrás y casi siempre debajo del coro, lugar éste más oscuro y recogido, y más adecuado para el silencio y la intimidad requerida entre confesor y penitente.
Da la impresión de que estos pequeños muebles, lo mismo que muchas de las imágenes y otros objetos de culto, han sido fabricados por artesanos o carpinteros locales, siendo ellos mismos los dibujantes y diseñadores. Destacan por su sencillez en la forma y decoración, muy de acuerdo con las costumbres, vida y tradiciones populares.
Antiguamente era frecuente ver a muchas personas haciendo cola ante los confesionarios, sobre todo durante la Cuaresma o días anteriores a la Pascua, fechas en las que se solían celebrar las Confesiones Generales. Y es que lo ordenado por la iglesia de "confesar y comulgar por Pascua Florida" se tomaba muy en serio. Se esperaba a que le tocase el turno a cada uno y en ocasiones se tardaba en conseguirlo, debido unas veces al penitente y otras al confesor. Era la época de la iglesia oficial confundida con el Estado y también con la sociedad y se cumplía a rajatabla con sus mandatos. Pero, en la actualidad, ya todo ha cambiado y los ciudadanos son libres para decidir sobre este y otros asuntos. La sociedad ha evolucionado y sus vivencias y creencias también, eligiendo cada uno aquellas que crea más convenientes.
A pesar de todo, ahí siguen en las iglesias los confesionarios que sorprenden a muchos de los visitantes, desconocedores algunos, incluso, de cual era y es su utilización. Admiran, no obstante su belleza y el arte, si lo tienen, y los consideran como un recuerdo y un testimonio más, de una época de tradición más religiosa, unida a una forma de vida muy distinta a la actual.
Cualquier persona que visite el interior de una iglesia podrá ver algún confesionario, junto a los muros laterales de la misma, en el crucero o debajo del coro, lugares en los que suele estar este mueble, dentro del cual se coloca el sacerdote para oír la confesión sacramental. Se trata fundamentalmente de un asiento encerrado entre dos tableros laterales, con celosías y que tiene por delante una puerta.
El fundamento o la base bíblica de la confesión como parte del sacramento de la Penitencia está en las palabras de Cristo a sus discípulos: "A quienes remitiereis los pecados les serán remitidos y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Juan, 20,23). En el Concilio de Letrán, en el año 1215, se ordenó por parte de la iglesia a todos los fieles, en uso de razón, confesarse una vez al año. Después se fue generalizando la confesión privada. Y tras el Concilio Vaticano II (1963) se dictan nuevas normas y requisitos para la confesión pública y la absolución colectiva.
Como en la Iglesia Católica, hasta el momento actual, no basta el dolor y arrepentimiento de los pecados, sino que es necesario confesarlos al sacerdote y recibir de él la absolución, lo que posibilita también acercarse a la Eucaristía. Es natural que existiesen, y existan todavía, muchos confesionarios, como quiero hacer ver aquí, aunque sean cada vez menos utilizados.
Porque los hay de las más variadas formas y tamaños, destacando incluso algunos por la calidad de la madera con la que están fabricados. Y hasta coincide que son más grandes los que hay en las iglesias de las ciudades que en las de los pueblos de menor población, e incluso se diferencian, a veces, según se trate de catedrales, colegiatas o iglesias normales dedicadas a cualquier santo, santa o virgen. Ni que el trabajo a ejercer en ellos fuese distinto según el lugar o quien lo ejerce.
En las iglesias de los pueblos de esta comarca de Los Valles de Benavente he tenido la oportunidad de ver y comprobar lo que acabo de afirmar, la variedad de confesonarios, pues unos son simples sillones con una celosía al lado, otros, sin puerta, tienen sus tablas pintadas de colores llamativos o con otro tipo de adornos en la madera. Muchos con la cubierta terminada en forma de pirámide y coronada con una cruz. También destacan, además de por su fabricación, por el valor material de la madera empleada en ella. Y lo que no falta en ninguno de ellos es la celosía, pues es, a través de ella, cómo la mujer podía y puede confesarse. Los hombres, sin embargo, lo pueden hacer por la puerta y cara a cara con el mismo confesor. La discriminación entre los sexos es evidente, todavía no se ha llegado en la iglesia católica a la equiparación de tareas y a la igualdad en derechos y deberes entre mujeres y hombres.
Los que tienen forma de sillón con celosía posibilitaban el traslado fácil de un lugar hacia otro, lo cual se hacía y se seguirá haciendo, en ocasiones, con motivo de grandes concentraciones religiosas, como algunas peregrinaciones, romerías, u otras fiestas eclesiásticas multitudinarias. Es de suponer, además, que sean mixtos y que puedan ser utilizados, tanto por hombres y mujeres, como por niños y niñas.
Aunque el lugar de colocación de los confesonarios es el que hemos indicado, muros laterales o del crucero, en muchas iglesias están colocados en la parte de atrás y casi siempre debajo del coro, lugar éste más oscuro y recogido, y más adecuado para el silencio y la intimidad requerida entre confesor y penitente.
Da la impresión de que estos pequeños muebles, lo mismo que muchas de las imágenes y otros objetos de culto, han sido fabricados por artesanos o carpinteros locales, siendo ellos mismos los dibujantes y diseñadores. Destacan por su sencillez en la forma y decoración, muy de acuerdo con las costumbres, vida y tradiciones populares.
Antiguamente era frecuente ver a muchas personas haciendo cola ante los confesionarios, sobre todo durante la Cuaresma o días anteriores a la Pascua, fechas en las que se solían celebrar las Confesiones Generales. Y es que lo ordenado por la iglesia de "confesar y comulgar por Pascua Florida" se tomaba muy en serio. Se esperaba a que le tocase el turno a cada uno y en ocasiones se tardaba en conseguirlo, debido unas veces al penitente y otras al confesor. Era la época de la iglesia oficial confundida con el Estado y también con la sociedad y se cumplía a rajatabla con sus mandatos. Pero, en la actualidad, ya todo ha cambiado y los ciudadanos son libres para decidir sobre este y otros asuntos. La sociedad ha evolucionado y sus vivencias y creencias también, eligiendo cada uno aquellas que crea más convenientes.
A pesar de todo, ahí siguen en las iglesias los confesionarios que sorprenden a muchos de los visitantes, desconocedores algunos, incluso, de cual era y es su utilización. Admiran, no obstante su belleza y el arte, si lo tienen, y los consideran como un recuerdo y un testimonio más, de una época de tradición más religiosa, unida a una forma de vida muy distinta a la actual.