LOS CUEROS DE VINO
Lo que cuentas al final, Emilio, me ha traído de repente una vieja historia de un zamorano. Me la relato con detalle, muchos pelos y señales e incluso los nombres con sus apodos. Ha pasado mucho tiempo, algo de ella habré olvidado sin duda, mas espero no necesitar de la inspiración sólo hacer algo de memoria.
Recién llegado yo a la ciudad, a comienzos de los setenta, conocí al Sr. José, sanabrés cincuentón, fuerte de complexión y dicharachero. De mozo fue zagal, me confesó que más de una vez y más de dos vieron sus ojos cómo los pastores mataban oveja ajena y se daban un festín. Oveja de las trashumantes de la tierra de Aliste que cuidaban en La Sanabria, donde pastaban todos los veranos. En una ocasión le pregunté:
-Sr. José, ande, cuénteme algo, ¿estuvo Ud. alguna vez en Quiruelas?
-Pues claro, ya lo creo, lo menos una docena de veces si no más, aparte de pastor hice de vinatero. Primero con mi padre antes de la guerra y dispués yo sólo o con mi hermano –me respondió cantarín, con su agallegado acento.
Fue él quien me informó de que entonces bajaban de La Sanabria con sus productos –castañas, cisco, nueces...- y regresaban cargados de los nuestros, trigo o vino. En sus carros "chillones", hechos por ellos mismos, de ruedas más pequeñas y sin radios, mejor adaptados a su orografía y de un especial soniquete chirriante al que debían su nombre. A veces venían al mercado de Benavente haciendo noche en las ventas o posadas que salpicaban la vieja carretera. El vino lo acarreaban en odres y añadió que eran más prácticos y ligeros que los cubetos, tinajas o los garrafones forrados de mimbre, no rompiéndose jamás con el traqueteo o al trajinar. También las mulas cargaban perfectamente con ellos –él llegó a poner hasta cuatro de estos pellejos al macho en trayectos cortos- y eran muy cómodos de llevar a cuestas.
- ¿Y no perdían vino esos odres? –le pregunté sorprendido.
-Nunca, si rezumaban un poco por un sitio los untábamos con pez. Primero había que calentar la pez, o un poco el pellejo por fuera, luego se frotaba hasta que se sellaba el poro. De viejos se agrietaban, se untaban con sebo o grasa y ya no se cuarteaban. Lo mismito que una bota, ¿a que tampoco has probado el vino en bota?
- ¿Y de que animal era la piel?
-Los mejores de piel de cabra, enteriza, más suave. Los había también de oveja. Cuando iba con mi padre el vino lo vendíamos dispués en El Puente, en el mercado. Recuerdo que a 32 reales, 8 pesetas el cántaro. Un poco más, un poco menos, según el año y la cantidad. Dispués lo vendí yo a dos duros y hasta 48 reales le llegué a sacar. Ya me conocían por los pueblos, tenía mi clientela hecha, no me merecía la pena acercarme a El Puente.
- ¿Y entendían mucho de vino los paisanos que se lo compraban?
-No, qué va, je, je, je..., pero les gustaba p´ol alma. Echaban antes un vaso para probarlo, estaba tan fresquito en el pellejo. Ahora que yo se lo alzaba antes a la luz del sol pa´que viesen la color. ¡Qué brillo!, ¡qué transparencia encarnada! Je, je, je... Se encandilaban. Casi siempre se lo bautizaba y ni se enteraban. Nada más llegar, voceaba:
- ¡Traigo vino de Vidriales!
- ¿De dónde, de dónde? –preguntaban para averiguar más.
-Este es de Quiruelas, amigo –les añadía yo.
-Pepe, ¿y dispuís?... Cuéntale lo que te pasó aquel año.
-Ah, sí, ¡me cago en tal!... Esto es verídico, ¿eh? Un año traje yo ocho odres de tu pueblo. Cuatro le compré a un bodeguero y los otros a uno que le decían el Tío... Vaya un gitano, ¡menudo pellejo estaba él hecho! ¡La manta que lo tapó! Yo a todos los odres los bauticé por igual, sin abusar, como acostumbraba siempre, je, je, je... Les sisaba vino y los rellenaba con agua. El caso es que dispués se me quejaron tres clientes del pueblo de al lado, con uno me trataba bastante... ¡Qué vergüenza pasé!, luego le regalé un cántaro. Notaron que su vino era peor que el del vecino, más flojo, y es que les había tocado de los dos últimos pellejos. Se ve que el Tío..., el muy granuja, tenía un compinche abajo, en la bodega. ¿Cómo pudo ser si no, si llenamos los cuatro pellejos a la vez? Se aprovecharon de que yo estaba más sólo que Carracuca y m´índiñó bien de agua en los dos últimos odres. Un compadre escondido, tuvo que ser así, otro tunante conchabado con él que me bautizó los dos odres que dejamos abajo, junto a la cuba, mientras el Tío... y yo subíamos con los otros dos cueros a cuestas por el callejón, para colocarlos en el carro. Se dio bien de prisa, parece mentira, tenían que tener los cántaros con agua ya preparados con malicia, para vaciarme vino y atestar con agua. ¡Qué vergüenza pasé! Culpé al bodeguero de tu pueblo y le regalé un cántaro a mi paisano. Gané el jornal, perdí los 48 reales, entonces era un dinerico.
Me mosqueé y un tiempo compré el vino en Santibáñez de Tera, me pillaba más a mano, pero pronto empezaron a encarecerlo, aparte de que era algo mejor el de Vidriales. Ahora que al Tío... ¡buena le anduvo, rapaz! No pasarían ni dos años y volví con mi hermano a tu pueblo con castañas. Íbamos al trueque, nos daban una hemina de trigo enrasada, se le pasaba el rasero por encima, a cambio de dos heminas de castañas con copete. Se la tenía jurada, me adelanté con el macho para que no desconfiase, salió su mujer y mi hermano l´empuntió una de las heminas de un saco de cocosas que traíamos ex profeso preparadas, je, je, je... Le ajustamos bien la cuenta.
PD. Esta historia la contrasté en su momento con varios entendidos de la boina que la dieron por verdadera e incluso llegaron a contarme alguna muy parecida. Lo que todavía no he podido averiguar a fecha de hoy es el nombre de aquel "compadre" que participó en el engaño.
Lo que cuentas al final, Emilio, me ha traído de repente una vieja historia de un zamorano. Me la relato con detalle, muchos pelos y señales e incluso los nombres con sus apodos. Ha pasado mucho tiempo, algo de ella habré olvidado sin duda, mas espero no necesitar de la inspiración sólo hacer algo de memoria.
Recién llegado yo a la ciudad, a comienzos de los setenta, conocí al Sr. José, sanabrés cincuentón, fuerte de complexión y dicharachero. De mozo fue zagal, me confesó que más de una vez y más de dos vieron sus ojos cómo los pastores mataban oveja ajena y se daban un festín. Oveja de las trashumantes de la tierra de Aliste que cuidaban en La Sanabria, donde pastaban todos los veranos. En una ocasión le pregunté:
-Sr. José, ande, cuénteme algo, ¿estuvo Ud. alguna vez en Quiruelas?
-Pues claro, ya lo creo, lo menos una docena de veces si no más, aparte de pastor hice de vinatero. Primero con mi padre antes de la guerra y dispués yo sólo o con mi hermano –me respondió cantarín, con su agallegado acento.
Fue él quien me informó de que entonces bajaban de La Sanabria con sus productos –castañas, cisco, nueces...- y regresaban cargados de los nuestros, trigo o vino. En sus carros "chillones", hechos por ellos mismos, de ruedas más pequeñas y sin radios, mejor adaptados a su orografía y de un especial soniquete chirriante al que debían su nombre. A veces venían al mercado de Benavente haciendo noche en las ventas o posadas que salpicaban la vieja carretera. El vino lo acarreaban en odres y añadió que eran más prácticos y ligeros que los cubetos, tinajas o los garrafones forrados de mimbre, no rompiéndose jamás con el traqueteo o al trajinar. También las mulas cargaban perfectamente con ellos –él llegó a poner hasta cuatro de estos pellejos al macho en trayectos cortos- y eran muy cómodos de llevar a cuestas.
- ¿Y no perdían vino esos odres? –le pregunté sorprendido.
-Nunca, si rezumaban un poco por un sitio los untábamos con pez. Primero había que calentar la pez, o un poco el pellejo por fuera, luego se frotaba hasta que se sellaba el poro. De viejos se agrietaban, se untaban con sebo o grasa y ya no se cuarteaban. Lo mismito que una bota, ¿a que tampoco has probado el vino en bota?
- ¿Y de que animal era la piel?
-Los mejores de piel de cabra, enteriza, más suave. Los había también de oveja. Cuando iba con mi padre el vino lo vendíamos dispués en El Puente, en el mercado. Recuerdo que a 32 reales, 8 pesetas el cántaro. Un poco más, un poco menos, según el año y la cantidad. Dispués lo vendí yo a dos duros y hasta 48 reales le llegué a sacar. Ya me conocían por los pueblos, tenía mi clientela hecha, no me merecía la pena acercarme a El Puente.
- ¿Y entendían mucho de vino los paisanos que se lo compraban?
-No, qué va, je, je, je..., pero les gustaba p´ol alma. Echaban antes un vaso para probarlo, estaba tan fresquito en el pellejo. Ahora que yo se lo alzaba antes a la luz del sol pa´que viesen la color. ¡Qué brillo!, ¡qué transparencia encarnada! Je, je, je... Se encandilaban. Casi siempre se lo bautizaba y ni se enteraban. Nada más llegar, voceaba:
- ¡Traigo vino de Vidriales!
- ¿De dónde, de dónde? –preguntaban para averiguar más.
-Este es de Quiruelas, amigo –les añadía yo.
-Pepe, ¿y dispuís?... Cuéntale lo que te pasó aquel año.
-Ah, sí, ¡me cago en tal!... Esto es verídico, ¿eh? Un año traje yo ocho odres de tu pueblo. Cuatro le compré a un bodeguero y los otros a uno que le decían el Tío... Vaya un gitano, ¡menudo pellejo estaba él hecho! ¡La manta que lo tapó! Yo a todos los odres los bauticé por igual, sin abusar, como acostumbraba siempre, je, je, je... Les sisaba vino y los rellenaba con agua. El caso es que dispués se me quejaron tres clientes del pueblo de al lado, con uno me trataba bastante... ¡Qué vergüenza pasé!, luego le regalé un cántaro. Notaron que su vino era peor que el del vecino, más flojo, y es que les había tocado de los dos últimos pellejos. Se ve que el Tío..., el muy granuja, tenía un compinche abajo, en la bodega. ¿Cómo pudo ser si no, si llenamos los cuatro pellejos a la vez? Se aprovecharon de que yo estaba más sólo que Carracuca y m´índiñó bien de agua en los dos últimos odres. Un compadre escondido, tuvo que ser así, otro tunante conchabado con él que me bautizó los dos odres que dejamos abajo, junto a la cuba, mientras el Tío... y yo subíamos con los otros dos cueros a cuestas por el callejón, para colocarlos en el carro. Se dio bien de prisa, parece mentira, tenían que tener los cántaros con agua ya preparados con malicia, para vaciarme vino y atestar con agua. ¡Qué vergüenza pasé! Culpé al bodeguero de tu pueblo y le regalé un cántaro a mi paisano. Gané el jornal, perdí los 48 reales, entonces era un dinerico.
Me mosqueé y un tiempo compré el vino en Santibáñez de Tera, me pillaba más a mano, pero pronto empezaron a encarecerlo, aparte de que era algo mejor el de Vidriales. Ahora que al Tío... ¡buena le anduvo, rapaz! No pasarían ni dos años y volví con mi hermano a tu pueblo con castañas. Íbamos al trueque, nos daban una hemina de trigo enrasada, se le pasaba el rasero por encima, a cambio de dos heminas de castañas con copete. Se la tenía jurada, me adelanté con el macho para que no desconfiase, salió su mujer y mi hermano l´empuntió una de las heminas de un saco de cocosas que traíamos ex profeso preparadas, je, je, je... Le ajustamos bien la cuenta.
PD. Esta historia la contrasté en su momento con varios entendidos de la boina que la dieron por verdadera e incluso llegaron a contarme alguna muy parecida. Lo que todavía no he podido averiguar a fecha de hoy es el nombre de aquel "compadre" que participó en el engaño.