EL BURRO Y EL CERDO
Había una vez un labrador que tenía un burro y un cerdo. El burro no paraba de lamentarse del trato que le dispensaba su amo con respecto al cerdo. El burro tenía que ir cada día a trabajar al campo y cuando regresaba a casa siempre lo hacía con las carguillas llenas de forraje. Sin embargo el cerdo permanecía en la cuadra sin trabajar bien alimentado y cuidado. Solo salía para pasear por el corral, escarbar en el abono y de nuevo regresaba a la cuadra donde le esperaba una buena comida y cama limpia. El asno casi siempre comía alfalfa y poco más para seguir trabajando y dormía encima de una poca de paja y de sus excrementos. Su imagen era la de un animal escuálido y mal cuidado. Sin embargo, su colega el cerdo cada día iba engordando más y más. Presentaba un buen aspecto y se le veía feliz. El burro que envidiaba al cerdo, maldecía su suerte y hubiera preferido haber nacido cerdo para comer y no trabajar. Así iban transcurriendo los días. El burro, como siempre a trabajar y mal vivir; y si se quejaba le podía caer algún palo, por lo que no era conveniente ni rebuznar, ni orniar... El cerdo, en la cuadra, bien cuidado, comiendo y engordando sin parar, muy contento con la suerte que le había tocado y sin tener que trabajar. Siguió transcurriendo el tiempo hasta que un buen día de frío invierno, por la mañana en la que el burro no había salido a trabajar, observó desde la ventana de su cuadra cómo se aproximan a la cuadra del cerdo un grupo de hombres fornidos con soga en mano y lo sacaban a la fuerza al corral para tenderlo sobre un banco. Allí lo ataron y le clavaron un largo cuchillo en el cuello. Entre llantos y gruñidos, el pobre cerdo murió totalmente desangrado después de una larga agonía. Entonces el burro entendió por qué cuidaban con tanto esmero al cerdo y prefirió seguir siendo siempre un burro toda la vida aunque tuviera que trabajar y pensó: menos mal que no nací siendo un cerdo que sino... €1000io
Había una vez un labrador que tenía un burro y un cerdo. El burro no paraba de lamentarse del trato que le dispensaba su amo con respecto al cerdo. El burro tenía que ir cada día a trabajar al campo y cuando regresaba a casa siempre lo hacía con las carguillas llenas de forraje. Sin embargo el cerdo permanecía en la cuadra sin trabajar bien alimentado y cuidado. Solo salía para pasear por el corral, escarbar en el abono y de nuevo regresaba a la cuadra donde le esperaba una buena comida y cama limpia. El asno casi siempre comía alfalfa y poco más para seguir trabajando y dormía encima de una poca de paja y de sus excrementos. Su imagen era la de un animal escuálido y mal cuidado. Sin embargo, su colega el cerdo cada día iba engordando más y más. Presentaba un buen aspecto y se le veía feliz. El burro que envidiaba al cerdo, maldecía su suerte y hubiera preferido haber nacido cerdo para comer y no trabajar. Así iban transcurriendo los días. El burro, como siempre a trabajar y mal vivir; y si se quejaba le podía caer algún palo, por lo que no era conveniente ni rebuznar, ni orniar... El cerdo, en la cuadra, bien cuidado, comiendo y engordando sin parar, muy contento con la suerte que le había tocado y sin tener que trabajar. Siguió transcurriendo el tiempo hasta que un buen día de frío invierno, por la mañana en la que el burro no había salido a trabajar, observó desde la ventana de su cuadra cómo se aproximan a la cuadra del cerdo un grupo de hombres fornidos con soga en mano y lo sacaban a la fuerza al corral para tenderlo sobre un banco. Allí lo ataron y le clavaron un largo cuchillo en el cuello. Entre llantos y gruñidos, el pobre cerdo murió totalmente desangrado después de una larga agonía. Entonces el burro entendió por qué cuidaban con tanto esmero al cerdo y prefirió seguir siendo siempre un burro toda la vida aunque tuviera que trabajar y pensó: menos mal que no nací siendo un cerdo que sino... €1000io