Este verano estuvimos en un concierto de canto gregoriano en el monasterio de Moreruela. La verdad es que hora y media de gregoriano fue algo que nos hizo sufrir más de la cuenta pero la atmósfera que se creó en este marco incomparable hizo que que mereciera la pena. La primera media hora (tiempo límite que un ser humano puede estar escuchando gregoriano sin bostezar) fue mágica. Una espectadora que estaba a mi derecha, así como con pinta de concertista o alumna de bellas artes, se quedo como temblando, medio en éxtrasis. No sabía si estaba gozando del espectáculo o le había dado un ataque epiléptico. Cuando acabó el concierto... despertó del trance. Todo había sido un sueño. Jo, se había dormido.