Esta mañana he tenido una mala experiencia. Cuando bajaba a la calle a echar unas cartas al correo he visto que en mi portal hacían guardia dos tipejos malencarados con pinta de gánsteres, una mujer muy maquillada con cara de profundo aburrimiento que llevaba un gran cartapacio en la mano, cuatro policías municipales, muy guapos ellos, de uniforme impecable y así como almidonado... La tensión se palpaba y desde luego, por las pintas, algo malo iba a ocurrir. Yo he salido del portal y los ojos de esta suerte de fauna ibérica se han clavado en mí, o así me lo ha parecido, me miraban como haciéndose esta pregunta: " ¿será éste?". Yo, como suelo pasar por la vida sin dejar enemigos o débitos detrás, he pasado junto a ellos bien tieso y hasta que no he doblado la esquina no he dejado de sentir sus miradas, tan desagradables como inquisitoriales. Cuando he vuelto a casa, he notado que los sabuesos ya tenían su presa. Ya no me miraban, es más, he pasado desapercibido. Joder, un tío como yo, de 1,82 y casi 100 kilos en canal... ¿desapercibido?. Ah! Las bestias implacables ya tenían su pieza, era la vecina del primero. La mujer aburrida era una secretaria judicial, los gánsteres eran eso, gánsteres. Ahora se les llama banqueros o bancarios o... vaya usted a saber. Los alegres chicos de amarillo y pulcramente almidonados eran policías municipales de mi localidad y la señora del primero era, presuntamente, una peligrosa delincuente a la que la sociedad, nuestra sociedad, ponía de patitas en la calle. Día 18 de Febrero de 2013. Hora, 10 de la mañana. Ni un minuto más. A la puta calle. Todavía me dura la mala ostia. Mi pobre vecina del primero. No tuvo suerte con su hijo... ni con su marido... ni con su banco... ni con la sociedad.... ni con nadie. LLevaba un tiempo queriendo contar a quien tuviera tiempo para escucharla cuál fue su vida, sueños rotos... vida de mierda.
Todavía me dura la mala ostia. De verdad.
Todavía me dura la mala ostia. De verdad.