El Profesor Van Dido entrevista a un alienígena
El pasado Jueves por la noche me encontraba caminando sin ningún motivo aparente por un oscuro y solitario descampado a varios kilómetros de la ciudad más cercana. Cuando estaba a punto de marcharme hacia un lugar más bullicioso, divisé una extraña luz blanca que se acercaba desde el cielo nocturno. Pronto se reveló como un platillo volante de aspecto metálico que se paró frente a mí, lanzando a tierra un haz de luz blanca del que surgió un pequeño ser de unos 120 centímetros de altura, carente de vello, con piel color gris, enorme cabeza y grandes ojos negros.
El ser, alzando uno de sus brazos, me habló telepáticamente:
- ¡Eh, oiga, un café con leche!- me gritó-. ¡Y dos bocadillos de pollo, para llevar!.
- ¿Cómo dice?- pregunté desconcertado.
- Dése prisa. Y póngame un vaso de agua con gas.
- Se confunde usted, señor Extraño Ser Probablemente Originario Del Espacio Que Aparece Misteriosamente Aquí.
- ¿Cómo sabe mi nombre, terrícola?. ¿Cómo se llama usted?.
- Yo soy el Profesor Van Dido, pero puede llamarme por teléfono.
- A mí puede llamarme ESPODEQAMA, para abreviar.
- Encantado.
- ¡Oh, no, por favor, nada de sortilegios!.
- Así que es usted un extraterrestre. Debe ser emocionante. La cantidad de cosas increíbles que debe haber visto usted en los espacios siderales.
- Psé. Así, así...
- Bueno pero, en cualquier caso, estará orgulloso de pertenecer a una civilización indudablemente miles de años más avanzada y sabia que la nuestra.
- ¿Cualo dise?.
- Le preguntaba que en qué trabaja usted.
- Formo el grueso del ejército de invasión.
- ¿Usted sólo es el ejército de invasión?.
- No, claro que no. ¿Es usted tonto?. El ejército lo completan mi señora y mi suegra, que están en el platillo.
- Comprendo. Y se disponen a invadir la Tierra...
- No, no. La Tierra no nos interesa. Sólo vamos a invadir Madrid; el barrio de Carabanchel, más concretamente.
- ¿Y por qué sólo Carabanchel precisamente?.
- Es que mi señora tiene un antojo. Está esperando clones, ¿sabe usted?, y, claro, para que no vengan con manchas de nacimiento en forma de Carabanchel... pues no nos queda otro remedio.
- Cierto, cierto. Oiga, su español coloquial es bastante bueno. ¿Cómo lo aprendió?.
- Compré unos fascículos hace tiempo. Además he aprendido también infiltrándome entre la gente de la calle, por todos los diablos, maldito bastardo hijo de...
- Cálmese, ESPODEQAMA, cálmese. Cambiando de tema, ¿puede decirme por qué abducen a la gente y le hacen cosas horribles?.
- ¿Nosotros?. Quite, quite. Pero si eso es todo mentira. Mi civilización ni abduce personas ni les hace cosas horribles. ¡Hasta ahí podíamos llegar!.
- Entonces puede asegurarme que ustedes no llevan a cabo abducciones.
- ¡Se lo juro por la Vía Láctea, hombre!. ¡Qué barbaridad!. Nosotros sólo hemos recogido una vez a un señor que paseaba cerca de Salamanca y fue para preguntarle por dónde se iba al Museo del Prado.
- ¿Y qué hicieron con ese señor?.
- Pues nos lo comimos. ¿Qué esperaba usted que hiciéramos, terrícola estúpido?.
- Pero, ¿por qué no lo soltaron simplemente en cualquier sitio y que se fuera a su casa?.
- ¡Anda, pues es verdad!. Madre mía, que fallo más tonto. Espero que eso no nos dé mala prensa.
- ¡Bah!. No se preocupe. No era nadie importante, como un delantero centro, un cronista de la prensa rosa o un guionista de telenovelas, ¿verdad?.
- No, no. Era un Premio Nobel de no-se-qué, algo de una vacuna contra el cáncer.
- Lo que yo le decía. Ni caso. ¿Y qué me dice de las mutilaciones de ganado?.
- Eso sí es nuestro.
- ¿Y por qué?.
- En nuestro planeta ya casi no queda ternera lechal. Y la verdad, donde esté un buen trozo de ternera...
- ¡Qué me va a contar usted a mí!. Con una buena guarnición, con una salsa de aguacate,...
- De acuerdo, tráigame uno. Poco hecho. Y anule uno de los bocadillos de pollo.
- Dígame, ahora que estamos aquí en confianza, ¿es verdad que tienen pactos secretos con el gobierno americano?.
- Más o menos. Hablamos con ellos hace años para venderles un invento que haría avanzar la tecnología terrestre a pasos agigantados, pero lo rechazaron y nos denegaron la entrada en la Tierra.
- ¡Caramba!. ¿Y qué invento rechazaron?.
- Un supercerdo mutante multiuso. Puede producir cien toneladas diarias de estiércol o dos platos de fresas con nata a la semana, lo que usted prefiera. Además sabe hablar checoslovaco antiguo y realiza predicciones bursátiles a mansalva.
- ¡Le compro tres!.
- ¡Yo le compro cinco!.
- ¡Trato hecho!. Voy a buscarlos y ahora se los traigo. ¿Se los empaqueto?.
- No. Me los llevo puestos.... ¡Eh, oiga!. ¿Y viene ese café con leche o no?.
- ¡Marchando!.... Aquí tiene.
- Gracias. Pues me voy. ¿Cuánto es?.
- Déjelo. Invita la casa.
- Pues gracias, hombre. Y hasta otra. ¿Por aquí cerca hay una farmacia de guardia?.
- Sí, sí; siga todo recto, que no tiene pérdida. Adiós. ¡Y salude a mi tía cuando llegue a Carabanchel!.
El pasado Jueves por la noche me encontraba caminando sin ningún motivo aparente por un oscuro y solitario descampado a varios kilómetros de la ciudad más cercana. Cuando estaba a punto de marcharme hacia un lugar más bullicioso, divisé una extraña luz blanca que se acercaba desde el cielo nocturno. Pronto se reveló como un platillo volante de aspecto metálico que se paró frente a mí, lanzando a tierra un haz de luz blanca del que surgió un pequeño ser de unos 120 centímetros de altura, carente de vello, con piel color gris, enorme cabeza y grandes ojos negros.
El ser, alzando uno de sus brazos, me habló telepáticamente:
- ¡Eh, oiga, un café con leche!- me gritó-. ¡Y dos bocadillos de pollo, para llevar!.
- ¿Cómo dice?- pregunté desconcertado.
- Dése prisa. Y póngame un vaso de agua con gas.
- Se confunde usted, señor Extraño Ser Probablemente Originario Del Espacio Que Aparece Misteriosamente Aquí.
- ¿Cómo sabe mi nombre, terrícola?. ¿Cómo se llama usted?.
- Yo soy el Profesor Van Dido, pero puede llamarme por teléfono.
- A mí puede llamarme ESPODEQAMA, para abreviar.
- Encantado.
- ¡Oh, no, por favor, nada de sortilegios!.
- Así que es usted un extraterrestre. Debe ser emocionante. La cantidad de cosas increíbles que debe haber visto usted en los espacios siderales.
- Psé. Así, así...
- Bueno pero, en cualquier caso, estará orgulloso de pertenecer a una civilización indudablemente miles de años más avanzada y sabia que la nuestra.
- ¿Cualo dise?.
- Le preguntaba que en qué trabaja usted.
- Formo el grueso del ejército de invasión.
- ¿Usted sólo es el ejército de invasión?.
- No, claro que no. ¿Es usted tonto?. El ejército lo completan mi señora y mi suegra, que están en el platillo.
- Comprendo. Y se disponen a invadir la Tierra...
- No, no. La Tierra no nos interesa. Sólo vamos a invadir Madrid; el barrio de Carabanchel, más concretamente.
- ¿Y por qué sólo Carabanchel precisamente?.
- Es que mi señora tiene un antojo. Está esperando clones, ¿sabe usted?, y, claro, para que no vengan con manchas de nacimiento en forma de Carabanchel... pues no nos queda otro remedio.
- Cierto, cierto. Oiga, su español coloquial es bastante bueno. ¿Cómo lo aprendió?.
- Compré unos fascículos hace tiempo. Además he aprendido también infiltrándome entre la gente de la calle, por todos los diablos, maldito bastardo hijo de...
- Cálmese, ESPODEQAMA, cálmese. Cambiando de tema, ¿puede decirme por qué abducen a la gente y le hacen cosas horribles?.
- ¿Nosotros?. Quite, quite. Pero si eso es todo mentira. Mi civilización ni abduce personas ni les hace cosas horribles. ¡Hasta ahí podíamos llegar!.
- Entonces puede asegurarme que ustedes no llevan a cabo abducciones.
- ¡Se lo juro por la Vía Láctea, hombre!. ¡Qué barbaridad!. Nosotros sólo hemos recogido una vez a un señor que paseaba cerca de Salamanca y fue para preguntarle por dónde se iba al Museo del Prado.
- ¿Y qué hicieron con ese señor?.
- Pues nos lo comimos. ¿Qué esperaba usted que hiciéramos, terrícola estúpido?.
- Pero, ¿por qué no lo soltaron simplemente en cualquier sitio y que se fuera a su casa?.
- ¡Anda, pues es verdad!. Madre mía, que fallo más tonto. Espero que eso no nos dé mala prensa.
- ¡Bah!. No se preocupe. No era nadie importante, como un delantero centro, un cronista de la prensa rosa o un guionista de telenovelas, ¿verdad?.
- No, no. Era un Premio Nobel de no-se-qué, algo de una vacuna contra el cáncer.
- Lo que yo le decía. Ni caso. ¿Y qué me dice de las mutilaciones de ganado?.
- Eso sí es nuestro.
- ¿Y por qué?.
- En nuestro planeta ya casi no queda ternera lechal. Y la verdad, donde esté un buen trozo de ternera...
- ¡Qué me va a contar usted a mí!. Con una buena guarnición, con una salsa de aguacate,...
- De acuerdo, tráigame uno. Poco hecho. Y anule uno de los bocadillos de pollo.
- Dígame, ahora que estamos aquí en confianza, ¿es verdad que tienen pactos secretos con el gobierno americano?.
- Más o menos. Hablamos con ellos hace años para venderles un invento que haría avanzar la tecnología terrestre a pasos agigantados, pero lo rechazaron y nos denegaron la entrada en la Tierra.
- ¡Caramba!. ¿Y qué invento rechazaron?.
- Un supercerdo mutante multiuso. Puede producir cien toneladas diarias de estiércol o dos platos de fresas con nata a la semana, lo que usted prefiera. Además sabe hablar checoslovaco antiguo y realiza predicciones bursátiles a mansalva.
- ¡Le compro tres!.
- ¡Yo le compro cinco!.
- ¡Trato hecho!. Voy a buscarlos y ahora se los traigo. ¿Se los empaqueto?.
- No. Me los llevo puestos.... ¡Eh, oiga!. ¿Y viene ese café con leche o no?.
- ¡Marchando!.... Aquí tiene.
- Gracias. Pues me voy. ¿Cuánto es?.
- Déjelo. Invita la casa.
- Pues gracias, hombre. Y hasta otra. ¿Por aquí cerca hay una farmacia de guardia?.
- Sí, sí; siga todo recto, que no tiene pérdida. Adiós. ¡Y salude a mi tía cuando llegue a Carabanchel!.