Ciego camina el el caballo,
D. Sancho mira y observa,
y el halcón libre y altivo
va persiguiendo su presa.
Es un ave gris y torpe
que anidó en las matojeras,
y que sobre los rastrojos
parece un terrón que vuela.
Acosada y perseguida,
se refugia en una hiniesta,
y ansiosos perros y halcones
en derredor olfatean.
Jadeante llega D. Sancho,
y abandonando las riendas,
con firme planta al arbusto,
dispuesta el arma, se acerca.
Mas de pronto abre los ojos,
hinca la rodilla en tierra
mientras horrisono un trueno
tableteando resuena.
En un nido del ramaje
hay una imagen excelsa,
y el ave gris temblorosa
buscó su refugio en ella.
Es una virgen sentada,
con rostro de madre buena,
y un Niño que en su regazo
suavemente se recuesta.
Juro a Dios dijo D. Sancho,
y a vos la Señora nuestra,
que en este mismo lugar
mandaré hacer una Iglesia;
y mi ciudad de Zamora
os ha de nombrar su reina,
y adorará todo el pueblo
a la virgen de la Hiniesta.
D. Sancho mira y observa,
y el halcón libre y altivo
va persiguiendo su presa.
Es un ave gris y torpe
que anidó en las matojeras,
y que sobre los rastrojos
parece un terrón que vuela.
Acosada y perseguida,
se refugia en una hiniesta,
y ansiosos perros y halcones
en derredor olfatean.
Jadeante llega D. Sancho,
y abandonando las riendas,
con firme planta al arbusto,
dispuesta el arma, se acerca.
Mas de pronto abre los ojos,
hinca la rodilla en tierra
mientras horrisono un trueno
tableteando resuena.
En un nido del ramaje
hay una imagen excelsa,
y el ave gris temblorosa
buscó su refugio en ella.
Es una virgen sentada,
con rostro de madre buena,
y un Niño que en su regazo
suavemente se recuesta.
Juro a Dios dijo D. Sancho,
y a vos la Señora nuestra,
que en este mismo lugar
mandaré hacer una Iglesia;
y mi ciudad de Zamora
os ha de nombrar su reina,
y adorará todo el pueblo
a la virgen de la Hiniesta.