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Una tarde vio asomada a la reja de un palacio a una mujer, y sintió como si una flecha le hubiera atravesado el corazón. Amigos y dueñas le dieron los informes precisos. Era una noble señora, viuda, joven y rica, dechado de hermosura, pero más famosa aún por su virtud.
Julian al cabo de poco tiempo se casó con ella. Las bodas fueron como las del hijo de unRey. El Príncipe les apadrinó, y como regalo de la boda le donó uno de sus castillos, que miraba al mar.
Allí vivían felices Julian y Basilisa, que asi se llamaba la señora. Un cariño hondo y las atenciones de que le rodeaba, su joven y cristiana esposa le hicieron olvidar un poco la profecía del ciervo, y tenia de sus padres sólo un recuerdo lejano. Pero ¡ay de la felicidad conyugal si se deja sorprender por el demonio de los celos y de la discordia!
Julian y Basilisa vivian en paz, y gozaban de su juventud visitando los castillos vecinos, y organizando unas veces giras alegres por la mar, y otras cacerias fastuosas por los montes. En su propio castillo eran frecuentes los saraos y las reuniones de sociedad, todo dentro de la más estricta moralidad cristiana.
En una de estas reuniones sucedió que Julian se aparto de la gente con un amigo, y se fueron los dos a sentarse en una roca gozando de las delicias de una noche estival. El amigo, despues de unos comentarios banales, vino a decirle:
Mira, Julian, yo no quisiera causarte el más mínimo dolor. Pero soy tu amigo, y a veces los amigos tienen que causar dolores para impedir desgracias.
Tú diras, contesto Julian preocupado con tal exodio.
Te lo dire con toda franqueza, con todo el cariño que te tengo. Tu mujer es una santa. Pero no hay fortaleza que resista a un asedio. Fernando en el castillo de arriba esta poniendo ese asedio a la virtud de tu mujer. No te digo que haya caido, pero te lo digo para que la apartes del camino de caer.
¿Con ella que es lamejor de las mujeres? No sabes lo que dices pero vamos a casa y comenzare la vigilancia.
Julian al cabo de poco tiempo se casó con ella. Las bodas fueron como las del hijo de unRey. El Príncipe les apadrinó, y como regalo de la boda le donó uno de sus castillos, que miraba al mar.
Allí vivían felices Julian y Basilisa, que asi se llamaba la señora. Un cariño hondo y las atenciones de que le rodeaba, su joven y cristiana esposa le hicieron olvidar un poco la profecía del ciervo, y tenia de sus padres sólo un recuerdo lejano. Pero ¡ay de la felicidad conyugal si se deja sorprender por el demonio de los celos y de la discordia!
Julian y Basilisa vivian en paz, y gozaban de su juventud visitando los castillos vecinos, y organizando unas veces giras alegres por la mar, y otras cacerias fastuosas por los montes. En su propio castillo eran frecuentes los saraos y las reuniones de sociedad, todo dentro de la más estricta moralidad cristiana.
En una de estas reuniones sucedió que Julian se aparto de la gente con un amigo, y se fueron los dos a sentarse en una roca gozando de las delicias de una noche estival. El amigo, despues de unos comentarios banales, vino a decirle:
Mira, Julian, yo no quisiera causarte el más mínimo dolor. Pero soy tu amigo, y a veces los amigos tienen que causar dolores para impedir desgracias.
Tú diras, contesto Julian preocupado con tal exodio.
Te lo dire con toda franqueza, con todo el cariño que te tengo. Tu mujer es una santa. Pero no hay fortaleza que resista a un asedio. Fernando en el castillo de arriba esta poniendo ese asedio a la virtud de tu mujer. No te digo que haya caido, pero te lo digo para que la apartes del camino de caer.
¿Con ella que es lamejor de las mujeres? No sabes lo que dices pero vamos a casa y comenzare la vigilancia.