Baya manera de llover sin parar, eso si sin tormenta los que estáis trabajando no os mojáis bueno un besazo a los que leeis el foro
HAY SISI YA NO ME SALUDAS CON LOS BUENOS DIAS JI, JI.
- ¿Qué mensaje le gustaría que interiorizaran los alumnos de la Universidad de la Experiencia?
-Quiero hacerles ver que los problemas éticos que genera la investigación científica y tecnológica no son de los científicos, sino de la ciudadanía y, por lo tanto, estamos involucrados todos. Requieren un cierto tipo de preparación, ya que nos encontramos con espacios -como las tertulias de televisión- que parecen tener el mismo crédito y no es así. En definitiva, somos los sujetos morales quienes debemos valorar la investigación, pero la información rigurosa sobre las consecuencias es clave.
-Dice que ese debate se circunscribe a la ciudadanía, pero ¿pueden los científicos actuar con las manos libres?
-Afortunadamente, vivimos en un contexto en el que la ciencia no está por encima del bien y del mal, como lo demuestra el creciente número de comités y filtros éticos. Cada vez hay más medidas en Europa como la creación de comités éticos ciudadanos, como es el caso de Dinamarca. Se crean grupos sobre energía nuclear o biotecnología para que la gente de la calle pueda valorar una propuesta concreta. Asimismo, todos conocemos la dolorosísima experiencia de la Segunda Guerra Mundial, con el caso de la ciencia nazi. En suma, hay ciertos límites en negativo que la ciencia no debería traspasar, con unos mínimos como los derechos humanos, el respeto al prójimo y el daño moral.
-Tras el accidente nuclear de Fukushima derivado de la cadena de seísmos en Japón, ¿qué enseñanza debemos extraer sobre la energía atómica y la incapacidad del hombre para controlarla?
-Ese accidente, como muchos otros episodios derivados del uso de la tecnología, nos enseña que vivimos en un mundo de riesgos y de incertidumbres y ahí tenemos que jugar y tomar opciones, valorando cuáles son las consecuencias. En último término, debemos decidir en qué mundo queremos vivir. Habrá ciudadanos que prefieran un planeta con una mayor calidad de vida aunque muy arriesgado y otros se decantarán por otro más tranquilo pese a renunciar a ciertos bienes. Sobre esa disyuntiva la ciencia no puede decirnos nada, es una decisión política y ciudadana: Qué riesgos queremos asumir y por qué.
- ¿Pueden los ciudadanos combatir el poder de los grandes grupos empresariales que están detrás de la energía nuclear?
-Las comunidades científicas no se mueven hoy con independencia de las empresariales y, de hecho, muchas de ellas están unidas. Debería haber una ética empresarial, por ejemplo, en el caso de los alimentos transgénicos donde las empresas que comercializan los productos son las propias creadoras de la tecnología. Ahí se confunden los intereses empresariales con los científicos, por lo que podemos decir que la ética de la ciencia y de la tecnología también lo es de los negocios en muchas de sus consecuencias.
-Ha trasladado a los alumnos de la Universidad cuestiones muy polémicas como la investigación sobre células madre. En nuestro país, la Iglesia Católica está muy presente en algunos de ellos. ¿Qué dice la ética sobre la postura de esta institución?
-Debemos adoptar la misma posición que en el caso de los intereses empresariales. La ética de la tecnología ha de ser pluralista y laica, que vaya más allá de cualquier creencia particular, tanto en lo religioso como en otros ámbitos con intereses privados. Lo que se trata es de construir un «nosotros» en el que confluyan mínimos morales que todos compartimos, basados en la igualdad y la solidaridad.
- ¿Y cuando la Iglesia habla de ética en primera persona?
-La Iglesia Católica pretende hacer una ética universal, pero en la práctica no todos los españoles son católicos y la ética católica no se puede equiparar con una de tipo laico. Hay que tener en cuenta más voces, como la del agnóstico, la del budista o la del musulmán.
Ávila
Profesora titular de Filosofía Moral en la Universidad de Salamanca, la abulense Carmen Velayos ha dedicado su carrera profesional al ámbito de la ética aplicada a problemas ecológicos y biológicos. Su labor la ha refrendado con la publicación de diversas obras, entre las que cabe citar «Ética y cambio climático», el último libro de Velayos, que salió a la luz en 2009. A este trabajo se unen otros como «La dimensión moral del ambiente natural», «Feminismo psicológico» o «Ética y ethos profesionales».
- ¿Qué mensaje le gustaría que interiorizaran los alumnos de la Universidad de la Experiencia?
-Quiero hacerles ver que los problemas éticos que genera la investigación científica y tecnológica no son de los científicos, sino de la ciudadanía y, por lo tanto, estamos involucrados todos. Requieren un cierto tipo de preparación, ya que nos encontramos con espacios -como las tertulias de televisión- que parecen tener el mismo crédito y no es así. En definitiva, somos los sujetos morales quienes debemos valorar la investigación, pero la información rigurosa sobre las consecuencias es clave.
-Dice que ese debate se circunscribe a la ciudadanía, pero ¿pueden los científicos actuar con las manos libres?
-Afortunadamente, vivimos en un contexto en el que la ciencia no está por encima del bien y del mal, como lo demuestra el creciente número de comités y filtros éticos. Cada vez hay más medidas en Europa como la creación de comités éticos ciudadanos, como es el caso de Dinamarca. Se crean grupos sobre energía nuclear o biotecnología para que la gente de la calle pueda valorar una propuesta concreta. Asimismo, todos conocemos la dolorosísima experiencia de la Segunda Guerra Mundial, con el caso de la ciencia nazi. En suma, hay ciertos límites en negativo que la ciencia no debería traspasar, con unos mínimos como los derechos humanos, el respeto al prójimo y el daño moral.
-Tras el accidente nuclear de Fukushima derivado de la cadena de seísmos en Japón, ¿qué enseñanza debemos extraer sobre la energía atómica y la incapacidad del hombre para controlarla?
-Ese accidente, como muchos otros episodios derivados del uso de la tecnología, nos enseña que vivimos en un mundo de riesgos y de incertidumbres y ahí tenemos que jugar y tomar opciones, valorando cuáles son las consecuencias. En último término, debemos decidir en qué mundo queremos vivir. Habrá ciudadanos que prefieran un planeta con una mayor calidad de vida aunque muy arriesgado y otros se decantarán por otro más tranquilo pese a renunciar a ciertos bienes. Sobre esa disyuntiva la ciencia no puede decirnos nada, es una decisión política y ciudadana: Qué riesgos queremos asumir y por qué.
- ¿Pueden los ciudadanos combatir el poder de los grandes grupos empresariales que están detrás de la energía nuclear?
-Las comunidades científicas no se mueven hoy con independencia de las empresariales y, de hecho, muchas de ellas están unidas. Debería haber una ética empresarial, por ejemplo, en el caso de los alimentos transgénicos donde las empresas que comercializan los productos son las propias creadoras de la tecnología. Ahí se confunden los intereses empresariales con los científicos, por lo que podemos decir que la ética de la ciencia y de la tecnología también lo es de los negocios en muchas de sus consecuencias.
-Ha trasladado a los alumnos de la Universidad cuestiones muy polémicas como la investigación sobre células madre. En nuestro país, la Iglesia Católica está muy presente en algunos de ellos. ¿Qué dice la ética sobre la postura de esta institución?
-Debemos adoptar la misma posición que en el caso de los intereses empresariales. La ética de la tecnología ha de ser pluralista y laica, que vaya más allá de cualquier creencia particular, tanto en lo religioso como en otros ámbitos con intereses privados. Lo que se trata es de construir un «nosotros» en el que confluyan mínimos morales que todos compartimos, basados en la igualdad y la solidaridad.
- ¿Y cuando la Iglesia habla de ética en primera persona?
-La Iglesia Católica pretende hacer una ética universal, pero en la práctica no todos los españoles son católicos y la ética católica no se puede equiparar con una de tipo laico. Hay que tener en cuenta más voces, como la del agnóstico, la del budista o la del musulmán.
Ávila
Profesora titular de Filosofía Moral en la Universidad de Salamanca, la abulense Carmen Velayos ha dedicado su carrera profesional al ámbito de la ética aplicada a problemas ecológicos y biológicos. Su labor la ha refrendado con la publicación de diversas obras, entre las que cabe citar «Ética y cambio climático», el último libro de Velayos, que salió a la luz en 2009. A este trabajo se unen otros como «La dimensión moral del ambiente natural», «Feminismo psicológico» o «Ética y ethos profesionales».