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SAN MIGUEL DE LA RIBERA: Una vez terminado el convento, el Conde de Alba y de...

Una vez terminado el convento, el Conde de Alba y de Aliste, principal ejecutor del testamento de la Osorio, pensó en las Monjitas que habían de ocuparlo. Varias veces le había manifestado la Fundadora su deseo de que éstas fueran, a poder ser, Clarisas de la Primera regla, a las que en España llamaban Descalzas. Y el pensamiento del Conde voló espontáneamente a Gandía. La casa de Alba y Aliste estaba unida con lazos familiares a la casa ducal de los Borjas, desde que una dama de este titulo, que era ademas Marquesa de Alcañices, se caso con D. Alvaro de Borja, cuarto hijo de San Francisco, el Duque jesuita.
Y en Gandia había un jardin de Descalzas en el que tenian un verdadero feudo de Santidad los retoños de la casa ducal del Santo. Entre hermanas de San Francisco, hijas, nietas y parientes fueron treinta y tres al mismo tiempo las flores de aquel religioso jardín.
Una de estas monjas de la estirpe borjiana habia esparcido el perfume de su santidad por todos los pueblos de la patria.
Más adelante la recorrería inquieta y andariega y su nombre andaría de boca en boca, como el de Teresa de Jesús.
Pero ya por entonces, a pesar de su juventud, se le llamaba por sabiduría la Salomona de España. Escribía el latin como los clásicos, calaba las honduras de la Teología y Filosofía de su tiempo, se comunicaba con los hombres más doctos que le consultaban sus dudas, parecia no tener secretos para ella el estudio de las Santas Escrituras.

Su vida era sencillamente admirable. Hija del primogénito de San Francisco de Borja, a los tres años se encerró en el Convento de Descalzas de Gandía. Profeso a edad reglamentaria en mano de Sor María de los Angeles, de Ciudad Rodrigo, y al poco tiempo era el espejo en que se miraban las Monjas más perfectas de su Convento.
En esta monja admirable, Sor Ana de la Cruz, pensó el buen Conde de Alba y de Aliste, para la Fundadora de la comunidad de Zamora; tenia entonces ventisiete años. Hubo que pedir dispensa de edad para que pudiera ser Abadesa al General de la Orden Franciscana, y un dia prepara su viaje a Zamora con otras tres religiosas de la comunidad de Gandía, cuyos nombres no olvidamos los zamoranos: Sor Beatriz del Espiritu Santo, Sor Vicencia de Jesus, y Sor Juana de Jesús. A su paso por Madrid, Sor Ana dió el santo hábito a una novicia llamada Sor Inés de los Reyes que se vino con ellas a Zamora.
Y éstas son las Monjas, lector, que dejamos dormidas en la Hospedería de los Jeronimos, fuera de las tapias del Monasterio, dispuestas a entrar en aquel Conventin de los Osorios que con más razón que ninguno se va a poder llamar dentro de poco el Palomarcito de la Virgen.