Luz ahora: 0,15082 €/kWh

SAN MIGUEL DE LOMBA: «La poesía de Gabriela». Tal es el título del libro...

«La poesía de Gabriela». Tal es el título del libro escrito y editado por Gabriela García Gómez, una activa e inquieta octogenaria que se propone aportar su granito de arena a la restauración de la torre de la iglesia de San Miguel de Lomba, derrumbada por el efecto de un rayo. Después de una rápida venta de los cien libros de la primera edición, el poemario se ha reeditado. Todo un testimonio de vida desde que la joven Gabriela empezara a hacer sus pinitos con la poesía. Muchas veces ha compartido la escritura con las labores del campo, una buena fuente de inspiración. Ha hecho corte y confección, ha cavado la tierra y también se ha ejercitado en el arte de la poesía. Gabriela desprende viveza y desparpajo.
ARACELI SAAVEDRA A sus casi 84 años, Gabriela García Gómez, se ha convertido en editora y escritora novel por vocación de juventud y ahora por obligación a su iglesia. Esta mujer de San Miguel de Lomba ha editado su primera obra «La poesía de Gabriela» para recaudar fondos destinados a la reconstrucción de la torre de la Iglesia de Santa Eulalia, partida por un rayo.

Se editaron un centenar de ejemplares de su curioso poemario «duraron muy poco», explica la autora, y se ha vuelto a reeditar. Su primer manuscrito lo escribió con 27 años, desde entonces se han acumulado cientos de poemas, comedias y cuentos. Sus años de infancia estuvieron ligados al cuidado del ganado y sin posibilidad de ir a la escuela, solo acudió a la llamada de las letras tres años, porque en casa hacía falta para el trabajo del campo por ser la mayor de tres hermanos.

Fueron innumerables las veces que fue al prado de la Devesina con el mandil, la azada la libreta y el boli, y el rastro. Unas veces hacía una güera o arrastraba unas hojas hasta que llegaba la inspiración y cogía el lápiz y la libreta.

Su edad no oculta su viveza, desparpajo y un gran sentido del humor sanabrés. Sus poemas recogen las historias de San Miguel y de pueblos cercanos. Hechos curiosos que dejan ver cómo funcionaba la pequeña comunidad rural marcada también por la emigración a Madrid, un Madrid que Gabriela imaginó de baldosas de oro y que se encontró no muy diferente al pueblo, más grande y con cemento pero casi igual que su pueblo.

«Yo tenía este pueblo revuelto. Una vez me escondí debajo de la cama de un matrimonio que no tenía luz en casa y las pasaron canutas toda la noche. Yo era muy mala».

En San Miguel ocurría algo «y la mala era yo. Una vez fueron a robar a Clemencia de noche, y veía que le empujaban la puerta y decía "pasa Gabriela que sé que eres tú". Cuando vio que seguían empujando tuvo que dar voces por su hermano. Clemencia había dicho por el pueblo que había bajado a Puebla por dinero para pagar a los obreros, y el que entró a robar sabía que tenía dinero».

En una ocasión Gabriela regresó de pastorear con las vacas y la pusieron a mazar el lino. Cuando llegó un niño del pueblo llamado Julián «le dije vamos a ir a pedir una limosna a la Ti Paula, que venían con un carro de ramajos. Lo descalcé, le llené los pies de barro y yo me disfracé de gitana con una cesta de tapadera donde metí una verduras». La mujer ni se percató de quien le pedía era Gabriela disfraza «ella ni miraba, y me decía que ellos eran pobres que fuera a otra casa y a otra vecina, por mi abuela, a pedir que eran ricos. Yo seguía pidiéndole algo».

De vez en cuando al niño le decía «baila fuco, y canta». Al final dijo el hombre «Paula bájate del carro y dale una limosna a ese niño, no ves al pobre, temblando de frío y como canta». Para que me conociera le dije «si a ti te metieran un paraguas bien por el culo y te lo abrieran dentro? y el marido le dijo ¡Arrea Paula! Quítale la limosna que es ese perico».

A los 27 años fue a aprender corte y confección en la academia Hoyos en Madrid, luego volvió al pueblo a «arar a cavar y a coser vestidos a las chicas y a la mozas, a hacerlo todo. Me encargaban vestidos para la fiesta, para las comuniones, para la gente del pueblo y todo ese lío me traía yo. Lo tenía que hacer de noche con un candil de petróleo. Cosas del demonio. Mi hermana se hizo peluquera y estuve en El Puente y fuimos a Madrid».

En la capital «enredamos» con una andaluza de corte y confección. Luego su hermana Basi puso su propio taller, y tuvieron 40 años un taller de «pret a porter» donde se confeccionaban trajes de novia, de gente joven. En la plaza del Doctor Lozano tuvieron 20 modistas y haciendo punto a mano. «Yo hacía muchas trampas. Cosía una torera y le ponía el forro y por dentro no cortaba un hilo. Corría y no sabía para qué».