Durante años firmamos contratos que tenían demasiada letra pequeña y cláusulas a menudo marxianas. No nos preocupamos demasiado, hasta que con el tiempo comprobamos que esa letra pequeña pesaba más que la grande, y que las cláusulas eran puro abuso. Y que lo firmado podía servir para echarnos a la calle, perder la vivienda y quedar con una deuda de por vida.
Algo así le ocurrió a Víctor Moreno, director de la película documental Edificio España. En su día firmó un contrato con el banco Santander para poder rodar en su interior, y años después vio cómo el banco desahuciaba su película de los cines y festivales, acogiéndose a una cláusula que ha resultado ser tan abusiva como las que contenían tantos contratos hipotecarios.
La historia ya la conocerán, se publicó hace unos días aquí mismo. Se trata del rodaje de un documental sobre la demolición interna del emblemático Edificio España, en el centro de Madrid. Cuando empezó a rodar, en 2007, Moreno se propuso mirar y hacernos mirar el lento vaciamiento de un rascacielos, la tarea de decenas de trabajadores como insectos en el interior de un tronco enfermo.
Pero llegó el desplome inmobiliario y financiero, y el Edificio España, llamado a revivir sus días de gloria, se convirtió en una metáfora de la ruina de todo un país: un proyecto franquista que entra en decadencia hasta ser un gigantesco cadáver, y que remata su carrera el día que la candidatura olímpica madrileña lo utiliza como icono sobre el que proyectar un futuro tan fantasmal como el propio edificio.
En nada de eso tuvo nada que ver Moreno, que se limitó a poner su cámara y rodar pacientemente durante todo un año. Es la realidad la que ha construido la metáfora, la que ha convertido su película en algo más, en mucho más; tanto que el banco propietario del edificio ha decidido que es mejor que los espectadores no la veamos.
Sin embargo, la película en ningún momento menciona al banco, ni siquiera contiene un discurso crítico explícito contra la banca. Si lo tuviese, seguiría siendo inaceptable su silenciamiento, pero es que además no lo tiene. Por su parte, el banco dice que la película perjudica la comercialización del edificio. Como todos sabemos, lo que devalúa el edificio no es una película que, sin la polémica, vería poca gente, sino el desplome del mercado inmobiliario español, del que Moreno paga el pato, de la misma forma que las familias desahuciadas pagan por los excesos que otros cometieron. Y si algo puede dañar la imagen del edificio y de su propietario no es la película, sino la actitud censora del banco.
He usado el paralelismo con los desahucios, y me parece oportuno. Por eso los ciudadanos, de la misma forma que nos unimos para impedir que echen a la calle a una familia, deberíamos sumar fuerzas para evitar que un banco eche a una película de los cines. Para empezar, podemos firmar aquí, para que el banco sepa que somos muchos.
La historia de España, dice Moreno, se ha construido con silencio y oscuridad. Yo diría más: la historia se sigue escribiendo con letra pequeña y cláusulas abusivas. Incluidas las cláusulas de confidencialidad, que obligan a guardar silencio, y que el mismo banco que se la quiso incluir a Moreno como condición para llegar a un acuerdo, ya la impuso en su día a quienes compraron sus productos tóxicos.
Déjenme terminar con un poco de autobombo, en este caso merecido. Sabemos que hay medios de comunicación que también parecen tener cláusulas de confidencialidad, sus propias hipotecas por las que temen ser desahuciados, y que en ocasiones silencian noticias que afectan al Poder con mayúsculas, es decir, el poder económico. Debemos celebrar que este medio, eldiario. es, no atienda letra pequeña ni cláusula alguna, y haya sido el primero en contar este asunto. Independencia, se llama.
Algo así le ocurrió a Víctor Moreno, director de la película documental Edificio España. En su día firmó un contrato con el banco Santander para poder rodar en su interior, y años después vio cómo el banco desahuciaba su película de los cines y festivales, acogiéndose a una cláusula que ha resultado ser tan abusiva como las que contenían tantos contratos hipotecarios.
La historia ya la conocerán, se publicó hace unos días aquí mismo. Se trata del rodaje de un documental sobre la demolición interna del emblemático Edificio España, en el centro de Madrid. Cuando empezó a rodar, en 2007, Moreno se propuso mirar y hacernos mirar el lento vaciamiento de un rascacielos, la tarea de decenas de trabajadores como insectos en el interior de un tronco enfermo.
Pero llegó el desplome inmobiliario y financiero, y el Edificio España, llamado a revivir sus días de gloria, se convirtió en una metáfora de la ruina de todo un país: un proyecto franquista que entra en decadencia hasta ser un gigantesco cadáver, y que remata su carrera el día que la candidatura olímpica madrileña lo utiliza como icono sobre el que proyectar un futuro tan fantasmal como el propio edificio.
En nada de eso tuvo nada que ver Moreno, que se limitó a poner su cámara y rodar pacientemente durante todo un año. Es la realidad la que ha construido la metáfora, la que ha convertido su película en algo más, en mucho más; tanto que el banco propietario del edificio ha decidido que es mejor que los espectadores no la veamos.
Sin embargo, la película en ningún momento menciona al banco, ni siquiera contiene un discurso crítico explícito contra la banca. Si lo tuviese, seguiría siendo inaceptable su silenciamiento, pero es que además no lo tiene. Por su parte, el banco dice que la película perjudica la comercialización del edificio. Como todos sabemos, lo que devalúa el edificio no es una película que, sin la polémica, vería poca gente, sino el desplome del mercado inmobiliario español, del que Moreno paga el pato, de la misma forma que las familias desahuciadas pagan por los excesos que otros cometieron. Y si algo puede dañar la imagen del edificio y de su propietario no es la película, sino la actitud censora del banco.
He usado el paralelismo con los desahucios, y me parece oportuno. Por eso los ciudadanos, de la misma forma que nos unimos para impedir que echen a la calle a una familia, deberíamos sumar fuerzas para evitar que un banco eche a una película de los cines. Para empezar, podemos firmar aquí, para que el banco sepa que somos muchos.
La historia de España, dice Moreno, se ha construido con silencio y oscuridad. Yo diría más: la historia se sigue escribiendo con letra pequeña y cláusulas abusivas. Incluidas las cláusulas de confidencialidad, que obligan a guardar silencio, y que el mismo banco que se la quiso incluir a Moreno como condición para llegar a un acuerdo, ya la impuso en su día a quienes compraron sus productos tóxicos.
Déjenme terminar con un poco de autobombo, en este caso merecido. Sabemos que hay medios de comunicación que también parecen tener cláusulas de confidencialidad, sus propias hipotecas por las que temen ser desahuciados, y que en ocasiones silencian noticias que afectan al Poder con mayúsculas, es decir, el poder económico. Debemos celebrar que este medio, eldiario. es, no atienda letra pequeña ni cláusula alguna, y haya sido el primero en contar este asunto. Independencia, se llama.