BEGOÑA GALACHE
Desde un punto de vista social y económico, la última gran crisis que azotó a Zamora y al resto del país hay que buscarla en la mitad de la década de los cuarenta. Sin embargo, los expertos aseguran que existen diferencias y distancias «insalvables» que no resistirían comparaciones, como las que marca el Estado del Bienestar. Sólo la red de servicios sociales, la sanidad, la estructura familiar y social, o la economía sumergida son elementos suficientes para definir un escenario completamente diferente. La sensación de precariedad, mantienen, no se ha instalado en la mayor parte de la sociedad. Al menos de momento.
El nivel de progreso alcanzado por el país, subraya José Andrés Casquero, «marca ya una gran distancia, porque en los años del hambre la gente en Zamora no tenía ni para sembrar en el campo, y sería injusto comprarlo con la actual situación». En aquellos momentos, «la crisis significaba verdadera necesidad y los zamoranos conocieron el hambre, sobre todo en la ciudad, mientras que ahora hay familias que aguantan el tirón hasta con la pensión del abuelo», ilustra como ejemplo.
Herminio Ramos, cronista de la ciudad, sostiene que aunque la gran crisis mundial fue la del 29, «a nivel familiar, humano y social, aquí la padecimos a partir de 1940, porque en la anterior España estaba fuera de los mercados internacionales y tuvo menos efecto». El racionamiento de los alimentos y la escasez de productos básicos marcó, explica, «lo más negro que hemos vivido en una década en la que también tuvo mucha incidencia enfermedades como la tuberculosis». Aunque la peor parte se la llevó la capital, este periodo «fue trágico hasta en los pueblos». Hasta 1953 «no llegó la leche el polvo y el queso de los americanos, a través de Unicef», apunta.
Las actuales políticas sociales, coincide el historiador y director de la Uned, Juan Andrés Blanco, «suavizan los efectos de la actual situación», aunque se trata de una crisis profunda, general, y con un incremento importante del paro. Los emigrantes en Cuba, Argentina, Brasil o Uruguay, «pasaron auténtica hambre y hasta se podía ver a mnuchos pidiendo por las calles. Los que pudieron regresar a sus provincias lo hicieron». En aquel momento la emigración se cortó, «porque ningún país la absorbía». Tras la II Guerra Mundial se relanza este movimiento, sobre todo a Cuba y Argentina, «porque desde mediados de la década de los cuarenta la crisis de subsistencia fue muy seria».
Desde un punto de vista social y económico, la última gran crisis que azotó a Zamora y al resto del país hay que buscarla en la mitad de la década de los cuarenta. Sin embargo, los expertos aseguran que existen diferencias y distancias «insalvables» que no resistirían comparaciones, como las que marca el Estado del Bienestar. Sólo la red de servicios sociales, la sanidad, la estructura familiar y social, o la economía sumergida son elementos suficientes para definir un escenario completamente diferente. La sensación de precariedad, mantienen, no se ha instalado en la mayor parte de la sociedad. Al menos de momento.
El nivel de progreso alcanzado por el país, subraya José Andrés Casquero, «marca ya una gran distancia, porque en los años del hambre la gente en Zamora no tenía ni para sembrar en el campo, y sería injusto comprarlo con la actual situación». En aquellos momentos, «la crisis significaba verdadera necesidad y los zamoranos conocieron el hambre, sobre todo en la ciudad, mientras que ahora hay familias que aguantan el tirón hasta con la pensión del abuelo», ilustra como ejemplo.
Herminio Ramos, cronista de la ciudad, sostiene que aunque la gran crisis mundial fue la del 29, «a nivel familiar, humano y social, aquí la padecimos a partir de 1940, porque en la anterior España estaba fuera de los mercados internacionales y tuvo menos efecto». El racionamiento de los alimentos y la escasez de productos básicos marcó, explica, «lo más negro que hemos vivido en una década en la que también tuvo mucha incidencia enfermedades como la tuberculosis». Aunque la peor parte se la llevó la capital, este periodo «fue trágico hasta en los pueblos». Hasta 1953 «no llegó la leche el polvo y el queso de los americanos, a través de Unicef», apunta.
Las actuales políticas sociales, coincide el historiador y director de la Uned, Juan Andrés Blanco, «suavizan los efectos de la actual situación», aunque se trata de una crisis profunda, general, y con un incremento importante del paro. Los emigrantes en Cuba, Argentina, Brasil o Uruguay, «pasaron auténtica hambre y hasta se podía ver a mnuchos pidiendo por las calles. Los que pudieron regresar a sus provincias lo hicieron». En aquel momento la emigración se cortó, «porque ningún país la absorbía». Tras la II Guerra Mundial se relanza este movimiento, sobre todo a Cuba y Argentina, «porque desde mediados de la década de los cuarenta la crisis de subsistencia fue muy seria».