Ninguna de las dos se quería perder la enriquecedora experiencia que supone estudiar un año en el extranjero y este curso han hecho las maletas para cambiar el aula de Derecho de la Universidad de Salamanca por las clases en la facultad de Groningen, en Holanda. Las zamoranas Marina Flores Alonso, de la capital, y Elsa Fernando Gonzalo, natural de Villadepera y Villardiegua, reconocen que aunque tercero de carrera es el curso más exigente «no queríamos acabar los estudios sin probar otros sistemas educativos y entender cómo se imparte el Derecho en el resto de Europa. Además, teníamos claro que mejorar y dominar el inglés era algo esencial, dada la situación laboral en España», razonan.
Hasta el próximo mes de junio estarán en esa ciudad holandesa, que cuenta con 200.000 habitantes. «Es una capital muy dinámica, no tienes tiempo para aburrirte», asegura Elsa Fernando, quien comparte su misma situación con alrededor de cinco mil estudiantes extranjeros que cada año acuden a formarse en una ciudad tan universitaria como la propia Salamanca. «El ambiente estudiantil es continuo, de día y de noche. Puedes acudir a conciertos de jazz, hacer actividades al aire libre o cualquier deporte», añade su amiga Marina Flores.
La mayor diferencia entre ambas capitales universitarias está en el transporte. La bicicleta es «indispensable» para moverse por la ciudad holandesa. «De hecho, Groninger es considerada la ciudad con más bicicletas por habitante en toda Holanda. Una de las cosas que más sorprende al llegar aquí es que los atascos no son de coches, sino de bicicletas», asegura Elsa Fernando.
Además, en los meses que llevan de estudio en Holanda, afirman que la diferencia en el sistema universitario es «abismal». Por ejemplo, solo tienen una clase por día de dos horas, «algo que en España es impensable. Valoran mucho el trabajo autónomo y son bastante exigentes y participativos en las clases. Los semestres están divididos en dos partes y hay exámenes en octubre y diciembre. Por otro lado, la educación ya desde los niveles más bajos es totalmente bilingüe; prácticamente el 90% de la población domina el inglés y el neerlandés, incluso la gente mayor», explican.
Junto con otros sesenta estudiantes internacionales conviven en una residencia. «Al tener solo una clase por día de dos horas disponemos bastante tiempo libre, aunque también estudiamos», puntualizan. A lo que más les cuesta adaptarse, confiesan, es a los horarios. «La gente come a la una del mediodía y cena sobre las seis. Además, la mayoría de las tiendas cierran a esa misma hora», explican.
Holanda es un país que sorprende. La primera impresión de Marina Flores fue la increíble cantidad de bicicletas que había y lo rápido que circulaba la gente, lo que le ha dado algún que otro susto, aunque ya se han hecho a este nuevo sistema de transporte. «Para ir a la facultad calculamos el tiempo en bicicleta, ya que la residencia está un poco apartada. Si el viento va en nuestra contra, podemos tardar unos cuarenta minutos, pero si está a nuestro favor, llegamos a clase en solo un cuarto de hora», calcula. Por su parte, Elsa Fernando se quedó «sorprendida» por la amabilidad de la gente. «Esperaba un carácter más frío y no tan mediterráneo. Son gente cercana y directa, que te ayuda en lo que puede. Además, el nivel de vida es mucho más elevado y los precios algo más caros», considera.
El estar lejos de casa no les impide informarse sobre lo que sucede en España. De ahí su indignación en la distancia con la situación y los cambios que se pretenden con las ayudas al estudio en el extranjero por parte del Ministerio de Educación. «Esto no hace más que dinamitar el ya cansado espíritu del estudiante emprendedor. Mitos aparte sobre estas becas, personalmente puedo decir que es una experiencia recomendable y muy enriquecedora. Uno sueña con salir del nido, conocer nuevas culturas e idiomas, aprender a cocinar y, por qué no, estudiar en otro idioma. Lo malo es que esto solo se consigue por la vía institucional, aunque los padres tengan que hacer un gran esfuerzo y pensárselo muy bien antes de aceptar la beca», opina Elsa Fernando, para quien el «verdadero motor» de este tipo de becas de estudio «es Europa y si desde los propios países se intenta acallar o reducir el número de alumnos que disfruten de esto, estamos matando nuestro propio futuro».
La familia, Villardiegua y Villadepera es lo que más echa de menos esta zamorana en la distancia. Y junto a su compañera, «el clima, ya que aquí entienden por verano el estar a 15 grados y nos han comentado que es normal que hasta mayo pueda estar nevando», señalan resignadas. Son unos meses en el extranjero con una experiencia muy positiva pero ambas tienen claro que «viendo cómo se manejan el resto de europeos, no tan cerrados como los españoles, es vital dominar el inglés y seguir formándonos fuera. No sabemos si repetiremos en Holanda, pero está claro que las facilidades para los jóvenes son más amplias aquí, donde se puede estudiar y trabajar al mismo tiempo», reconocen.
Hasta el próximo mes de junio estarán en esa ciudad holandesa, que cuenta con 200.000 habitantes. «Es una capital muy dinámica, no tienes tiempo para aburrirte», asegura Elsa Fernando, quien comparte su misma situación con alrededor de cinco mil estudiantes extranjeros que cada año acuden a formarse en una ciudad tan universitaria como la propia Salamanca. «El ambiente estudiantil es continuo, de día y de noche. Puedes acudir a conciertos de jazz, hacer actividades al aire libre o cualquier deporte», añade su amiga Marina Flores.
La mayor diferencia entre ambas capitales universitarias está en el transporte. La bicicleta es «indispensable» para moverse por la ciudad holandesa. «De hecho, Groninger es considerada la ciudad con más bicicletas por habitante en toda Holanda. Una de las cosas que más sorprende al llegar aquí es que los atascos no son de coches, sino de bicicletas», asegura Elsa Fernando.
Además, en los meses que llevan de estudio en Holanda, afirman que la diferencia en el sistema universitario es «abismal». Por ejemplo, solo tienen una clase por día de dos horas, «algo que en España es impensable. Valoran mucho el trabajo autónomo y son bastante exigentes y participativos en las clases. Los semestres están divididos en dos partes y hay exámenes en octubre y diciembre. Por otro lado, la educación ya desde los niveles más bajos es totalmente bilingüe; prácticamente el 90% de la población domina el inglés y el neerlandés, incluso la gente mayor», explican.
Junto con otros sesenta estudiantes internacionales conviven en una residencia. «Al tener solo una clase por día de dos horas disponemos bastante tiempo libre, aunque también estudiamos», puntualizan. A lo que más les cuesta adaptarse, confiesan, es a los horarios. «La gente come a la una del mediodía y cena sobre las seis. Además, la mayoría de las tiendas cierran a esa misma hora», explican.
Holanda es un país que sorprende. La primera impresión de Marina Flores fue la increíble cantidad de bicicletas que había y lo rápido que circulaba la gente, lo que le ha dado algún que otro susto, aunque ya se han hecho a este nuevo sistema de transporte. «Para ir a la facultad calculamos el tiempo en bicicleta, ya que la residencia está un poco apartada. Si el viento va en nuestra contra, podemos tardar unos cuarenta minutos, pero si está a nuestro favor, llegamos a clase en solo un cuarto de hora», calcula. Por su parte, Elsa Fernando se quedó «sorprendida» por la amabilidad de la gente. «Esperaba un carácter más frío y no tan mediterráneo. Son gente cercana y directa, que te ayuda en lo que puede. Además, el nivel de vida es mucho más elevado y los precios algo más caros», considera.
El estar lejos de casa no les impide informarse sobre lo que sucede en España. De ahí su indignación en la distancia con la situación y los cambios que se pretenden con las ayudas al estudio en el extranjero por parte del Ministerio de Educación. «Esto no hace más que dinamitar el ya cansado espíritu del estudiante emprendedor. Mitos aparte sobre estas becas, personalmente puedo decir que es una experiencia recomendable y muy enriquecedora. Uno sueña con salir del nido, conocer nuevas culturas e idiomas, aprender a cocinar y, por qué no, estudiar en otro idioma. Lo malo es que esto solo se consigue por la vía institucional, aunque los padres tengan que hacer un gran esfuerzo y pensárselo muy bien antes de aceptar la beca», opina Elsa Fernando, para quien el «verdadero motor» de este tipo de becas de estudio «es Europa y si desde los propios países se intenta acallar o reducir el número de alumnos que disfruten de esto, estamos matando nuestro propio futuro».
La familia, Villardiegua y Villadepera es lo que más echa de menos esta zamorana en la distancia. Y junto a su compañera, «el clima, ya que aquí entienden por verano el estar a 15 grados y nos han comentado que es normal que hasta mayo pueda estar nevando», señalan resignadas. Son unos meses en el extranjero con una experiencia muy positiva pero ambas tienen claro que «viendo cómo se manejan el resto de europeos, no tan cerrados como los españoles, es vital dominar el inglés y seguir formándonos fuera. No sabemos si repetiremos en Holanda, pero está claro que las facilidades para los jóvenes son más amplias aquí, donde se puede estudiar y trabajar al mismo tiempo», reconocen.