Trozos de cazuela compartida
La estampa
nocturna de la vieja cocina de la
casa era un pote negro y barrigón, alrededor del cuál, depositadas en el suelo, se juntaban hasta nueve cazuelas de barro (algunas de Pereruela), a cuyos fondos se habían adherido las finas rebanadas de
pan que las sopas de unto requieren.
En el llar, bajo la enorme
campana, casi tocando la
placa de la pared, ardía animadamente una lumbre sobre la que colgaba un caldero de latón ennegrecido que contenía el “escaldao”
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