Otra zamorana pide al fiscal que investigue si su hijo murió al nacer o fue robado
El Clínico entregó a la familia una caja de zapatos con el niño de cuatro kilos y medio para enterrarlo en San Atilano, donde no está registrado
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La madre zamorana consulta en la página de la Asociación Anadir los pasos a seguir para denunciar su caso.
Foto L. O. Z.
SUSANA ARIZAGA Nadie abrió la pequeña caja de zapatos sellada «con celofán» donde descansaba el cadáver del niño de cuatro kilos y medio nacido a las diez de la noche del día anterior, 14 de octubre de 1984, en el Hospital Virgen de la Concha, y fallecido cinco horas después, según consta en el Registro Civil, en el legajo de criaturas abortivas.
«Es un recuerdo sin cara, siempre está ahí», declara la madre, una zamorana de 49 años que nunca llegó a ver a su primogénito, tras un parto muy complicado, aunque dice tener «la sensación de que está vivo porque mi familia no le vio muerto». De este detalle, que ha desencadenado sus sospechas y la ha impulsado a buscar, se ha enterado en noviembre, cuando la Asociación Anadir dio la vuelta al mundo con su denuncia de niños supuestamente robados a sus padres al nacer para ser vendidos o dados en adopción. Hasta entonces, «era un tema tabú, no hablábamos de ello porque yo lo pasé muy mal» tras perder al bebé. Pero en esos días la abuela materna lo dijo en alto al otro vástago del matrimonio, de 24 años, al único que han tenido: « ¡Ay, hijo, a tu hermano nos lo robaron!».
Los casos dados a conocer por Anadir sacudieron a la mujer. Y la incertidumbre y la angustia se han instalado en la vida de esta zamorana al tratar de reencontrarse con los restos de su hijo, después de comprobar que en el cementerio de San Atilano «no está registrado como enterrado». Las preguntas son inevitables: « ¿qué hicieron con mi hijo?, ¿dónde está?». La caja de zapatos, «mi madre dice que muy pequeña para que cupiese el niño, que era grande», llegó al camposanto, de eso se encargaron el padre del neonato, y los abuelos maternos y paternos. En el Clínico, cuando recogen el supuesto cadáver, «les dicen que lo lleven al Cementerio, pero no les preguntaron si querían ver al bebé». En San Atilano, en la mañana del día 15 de octubre de 1984, dos hombres atienden a la familia, recogen la caja e informan al padre y abuelos de que «al no haber vivido 24 horas, se le enterraría en una fosa común». No vieron cómo le inhumaban y nadie les entregó ningún certificado de que así fuera. Cuando la madre del neonato supo estos datos, surgieron las dudas: «Si yo voy al cementerio y aparece registrado el entierro, yo no le doy mayor importancia porque no cuestioné nunca que estuviera muerto, ya que yo no le oí llorar, había una pediatra en el parto». Sí es consciente de que «se lo llevaron con vida». Por otro lado, no le entregaron ningún informe médico en el que se le explicara la causa de la fallecimiento, «ni certificado de defunción del niño, ni me devolvieron la cartilla de embarazada ni me dieron el papel del alta», subraya.
La familia -que entonces residía en un pueblecito de la provincia, por lo que no entiende por qué les remitieron a San Atilano en lugar de permitir que realizaran el entierro en el camposanto de su localidad-, y especialmente la madre, define la situación actual como «un sin vivir porque si el niño está muerto, ¿dónde está? Estamos mal por todo, por si está vivo o si falleció» porque será difícil encontrarle de cualquier modo. «Todo son preguntas y no hay respuestas, ahora no puedo ni dormir, estoy dándole vueltas todo el tiempo» a lo que pudo ocurrir.
La familia, con el único hijo nacido del matrimonio dos años después del óbito del primogénito completamente implicado en la búsqueda del hermano, lucha por saber la verdad: «Sólo quiero que se aclare todo. La tranquilidad de uno vale más que cualquier otra cosa. Estoy decaída, no encuentro la documentación» sobre la muerte del bebé, una búsqueda emprendida «para quedarme tranquila» y con la que «ha ocurrido todo lo contrario». Tomado este camino, ya sin retorno, para descubrir los detalles de lo sucedido, «cada vez es mayor la duda sobre si tenía que haber pedido el certificado de defunción o no».
El siguiente paso será acudir a la Fiscalía Provincial para, a través de Anadir, presentar una denuncia para que se investigue judicialmente lo ocurrido entre las diez de la noche del 14 de octubre y el día 15, cuando de madrugada se dio por muerto al niño, para comprobar que lo que dice el legajo de aborto firmado el 15 de octubre por el médico Manuel Mesonero, que certifica haber asistido al parto, es real.
Esta madre zamorana estuvo entonces a punto de denunciar la mala atención que le dieron en el Virgen de la Concha, ya que la tuvieron hasta la semana 41 de gestación antes de provocarle el parto. La pérdida de su primer hijo, cuando ella sólo tenía 23 años, esperado con muchísima ilusión, le hundió psicológicamente. «Estaba tan mal que no quería volver a remover la historia». Nunca lo ha podido superar como demuestra el que sólo haya tenido un hijo más.
El Clínico entregó a la familia una caja de zapatos con el niño de cuatro kilos y medio para enterrarlo en San Atilano, donde no está registrado
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La madre zamorana consulta en la página de la Asociación Anadir los pasos a seguir para denunciar su caso.
Foto L. O. Z.
SUSANA ARIZAGA Nadie abrió la pequeña caja de zapatos sellada «con celofán» donde descansaba el cadáver del niño de cuatro kilos y medio nacido a las diez de la noche del día anterior, 14 de octubre de 1984, en el Hospital Virgen de la Concha, y fallecido cinco horas después, según consta en el Registro Civil, en el legajo de criaturas abortivas.
«Es un recuerdo sin cara, siempre está ahí», declara la madre, una zamorana de 49 años que nunca llegó a ver a su primogénito, tras un parto muy complicado, aunque dice tener «la sensación de que está vivo porque mi familia no le vio muerto». De este detalle, que ha desencadenado sus sospechas y la ha impulsado a buscar, se ha enterado en noviembre, cuando la Asociación Anadir dio la vuelta al mundo con su denuncia de niños supuestamente robados a sus padres al nacer para ser vendidos o dados en adopción. Hasta entonces, «era un tema tabú, no hablábamos de ello porque yo lo pasé muy mal» tras perder al bebé. Pero en esos días la abuela materna lo dijo en alto al otro vástago del matrimonio, de 24 años, al único que han tenido: « ¡Ay, hijo, a tu hermano nos lo robaron!».
Los casos dados a conocer por Anadir sacudieron a la mujer. Y la incertidumbre y la angustia se han instalado en la vida de esta zamorana al tratar de reencontrarse con los restos de su hijo, después de comprobar que en el cementerio de San Atilano «no está registrado como enterrado». Las preguntas son inevitables: « ¿qué hicieron con mi hijo?, ¿dónde está?». La caja de zapatos, «mi madre dice que muy pequeña para que cupiese el niño, que era grande», llegó al camposanto, de eso se encargaron el padre del neonato, y los abuelos maternos y paternos. En el Clínico, cuando recogen el supuesto cadáver, «les dicen que lo lleven al Cementerio, pero no les preguntaron si querían ver al bebé». En San Atilano, en la mañana del día 15 de octubre de 1984, dos hombres atienden a la familia, recogen la caja e informan al padre y abuelos de que «al no haber vivido 24 horas, se le enterraría en una fosa común». No vieron cómo le inhumaban y nadie les entregó ningún certificado de que así fuera. Cuando la madre del neonato supo estos datos, surgieron las dudas: «Si yo voy al cementerio y aparece registrado el entierro, yo no le doy mayor importancia porque no cuestioné nunca que estuviera muerto, ya que yo no le oí llorar, había una pediatra en el parto». Sí es consciente de que «se lo llevaron con vida». Por otro lado, no le entregaron ningún informe médico en el que se le explicara la causa de la fallecimiento, «ni certificado de defunción del niño, ni me devolvieron la cartilla de embarazada ni me dieron el papel del alta», subraya.
La familia -que entonces residía en un pueblecito de la provincia, por lo que no entiende por qué les remitieron a San Atilano en lugar de permitir que realizaran el entierro en el camposanto de su localidad-, y especialmente la madre, define la situación actual como «un sin vivir porque si el niño está muerto, ¿dónde está? Estamos mal por todo, por si está vivo o si falleció» porque será difícil encontrarle de cualquier modo. «Todo son preguntas y no hay respuestas, ahora no puedo ni dormir, estoy dándole vueltas todo el tiempo» a lo que pudo ocurrir.
La familia, con el único hijo nacido del matrimonio dos años después del óbito del primogénito completamente implicado en la búsqueda del hermano, lucha por saber la verdad: «Sólo quiero que se aclare todo. La tranquilidad de uno vale más que cualquier otra cosa. Estoy decaída, no encuentro la documentación» sobre la muerte del bebé, una búsqueda emprendida «para quedarme tranquila» y con la que «ha ocurrido todo lo contrario». Tomado este camino, ya sin retorno, para descubrir los detalles de lo sucedido, «cada vez es mayor la duda sobre si tenía que haber pedido el certificado de defunción o no».
El siguiente paso será acudir a la Fiscalía Provincial para, a través de Anadir, presentar una denuncia para que se investigue judicialmente lo ocurrido entre las diez de la noche del 14 de octubre y el día 15, cuando de madrugada se dio por muerto al niño, para comprobar que lo que dice el legajo de aborto firmado el 15 de octubre por el médico Manuel Mesonero, que certifica haber asistido al parto, es real.
Esta madre zamorana estuvo entonces a punto de denunciar la mala atención que le dieron en el Virgen de la Concha, ya que la tuvieron hasta la semana 41 de gestación antes de provocarle el parto. La pérdida de su primer hijo, cuando ella sólo tenía 23 años, esperado con muchísima ilusión, le hundió psicológicamente. «Estaba tan mal que no quería volver a remover la historia». Nunca lo ha podido superar como demuestra el que sólo haya tenido un hijo más.