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BARCELONA: Se acabó lo que se daba mocita. Con el entierro de...

Se acabó lo que se daba mocita. Con el entierro de la sardina acaban los placeres de la carne pecaminosa e iniciamos el recorrido que nos adentra en el mundo de los espíritus impolutos y, nosotros, tan perversos, ¿qué pintamos en el? Poco o nada, pero desde nuestro margen veremos cómo van pasando los días con sus noches hasta que el paroxismo explosione en toda su intensidad, impregnándonos a mirones y a actores directos con ese hálito mágico que, igual que el ciclo fenecido, se perpetua en el tiempo y se hace patente cada año con la misma intensidad.

Del pasado, he estado esta tarde-noche en el ritual de su entierro. He comido sardinas asadas y echado al fuego purificador sus raspas. He llorado con las hermosas y eróticas plañideras que pregonaban a berrido limpio, la pena que les embargaba ante la pérdida del objeto de sus momentos
placenteros. He visto cómo las desmadradas fuerzas impías se iban con manifiesta desgana a reposar de sus excesos en sus cuarteles lujuriosos. He intuido ya cerca la presencia de esas almas puras que, cíclicamente, nos sacan en volandas de la sima en la que nuestros extraviados sentidos nos sumergen para que nos enlodemos en los perversos cienos de la maldad.

A partir de ahora, nos recogeremos íntimamente y recapacitaremos constantemente, sobre la conveniencia de erradicar para siempre de nuestra imaginación y quehaceres cotidianos esas deleznables prácticas impropias de seres que, a pesar de todo, deben seguir multiplicándose porque, si no, también meten la pata hasta el mismísimo corbejón.

Como no hay mal que cien años dure (según dicen) ni cuerpo que lo resista, tú y yo, Melpómene, hoy nos quitaremos nuestras trágicas caretas y esperaremos a que llegue abril con sus verdes praderas y sus olorosas flores, a perfumar de nuevo los infestos habitáculos en los que discurre gran parte de nuestra miserable existencia. Luego ya, con mayo en su apogeo y el estío en puertas, nos desmadraremos de nuevo y disfrutaremos otra vez de las satisfacciones que nos pueda proporcionar nuestra inmunda carne. Si es posible, a la orillita de la mar y con sirenas a la vista.
Salud.