TIANA: Pelotas de algodón...

Pelotas de algodón
Ahora Justo ha dado un paso gigantesco hacia su incierto pero mejor porvenir: Este invierno, lo va a pasar en el seminario, adonde sus ansias de mejorar le han llevado: Su hermano pequeño ya no le necesita, cuando el padre se decide a inscribirlo en la escuela de Cantunis, él se descubrió ignorante, casi analfabeto y busca la mejor manera de progresar. La escuela de Luis Antúnez no se muestra la mejor solución.
¬ ¿Una escuela de pago? ¿Con qué fondos? ¿Cómo creer a este niño que ahora quiere lo que ha estado rechazando desde que hemos venido a Barcelona?
La solución la encuentra él solo. Se irá a estudiar al seminario que es el único lugar donde puede hacerlo gratuitamente; piensa él. De los ejercicios espirituales con los catequistas vuelve con una flamante vocación sacerdotal, que es la llave que abre la puerta del saber, de los estudios.
Nada inducía a pensar que cayera la nieve esa tarde, en Tiana, El Turó la Conrería y las montañas que rodean esta comarca del Maresme. El seminario está como adormecido, las últimas clases aun están dándose; queda por terminarse la de Historia en el primer piso del claustro, y la de Ciencias de Mn. Cases, en la planta baja, cerca del anfiteatro. Los dos estudios del primer piso están también ocupados por los alumnos que terminaron las clases por hoy.
Nada hacía pensar que nevara: quizás aquellos remolinos borrascosos, que amontonaban las hojas caídas de los plátanos del patio, acaso el frío húmedo que se infiltraba por las rendijas de las desvencijadas puertas de los estudios. O el ambiente exterior que se estaba volviendo algodonoso y que por momentos se iba fijando como la nata montada. Hay como una espera concertada, hay una vibración en el aire que va a romper el tañido de la campana: Un repiqueteo y la turba multa que sale de las clases y de los estudios para aprovechar la ´postrera hora de recreo. Algo les retiene de salir al patio exterior: Es ya, o se ha hecho, de noche. Y refugiados entre las columnas del claustro bajo, todos se emboban viendo cómo caen los primeros copos de nieve,
Cual pelotas de algodón.
Como semilla que vuela,
Que va viene sube y baja,
Así de mi corazón
Los sentimientos se cuelan.
Son sueños dulces, de niño,
Azúcar y canela,
Anís sobre pestiños,
Y flor de hojuela...
Pero en el pecho,
Como tachuelas,
son a despecho
dos,
Las tejas sobrevuelan,
Donde atrapados,
Ojos miran al monte
Como ofuscados,
Temiendo no alcanzar
El horizonte.
Como semilla lanzada,
Por árbol madre
Que quiere sembrar,
Que va, que viene
A merced del viento,
Así, mis sentimientos,
Pelotas de algodón,
Por alcanzar la eternidad
Vuelan sedientos.
Pelotas de algodón,
Pelotas son.
Llegan al corazón,
Para quedar prendidas
A esos sarmientos
Sueños de niño
Con sabor a fresa
Nata montada,
Manzana camuesa
Azúcar y canela,
Anís sobre prestiño,
Y miel de hojuelas.
Una gota de cielo desprendida,
Me salpica la frente:
Me abre una herida,
Que saca de la llaga aviesa
Gotas de almíbar.
Sueños de niño,
De sabor inocente,
Pelota de algodón
Vienen, me besan
Estas hebras de plata
Sobre mi frente.
Esta nieve que cae,
Copos preciosos,
Bolitas de algodón,
Nube y pavesa,
Que te retrae
Que te atraviesa.
Así, como estatuas de sal, nos quedamos todos embaucados por aquellos hilos de algodón que mansamente van recubriendo el suelo del patio interior. Otros hilos no vistos, se entremezclaron en mi corazón de niño, y eché de menos: El helado que mi madre nos compuso de hielo y azúcar candeal, el calor de sus manos envolviéndome en los abrigos y bufandas, el acurruco al volver a los camastros y los sonoros y repetitivos besos de madre en mis mejillas.
Como estatuas de sal, peleles aglutinados, nos quedamos allí, cada uno sumido en sus recuerdos. Otro toque de campana y bajamos al comedor siempre frío hasta que nuestro propio calor lo recaliente. Mañana haremos una guerra de pelotas de nieve. Mañana jugaremos con esas pelotas de algodón que el viento mece…
Estos recuerdos me han cortado el apetito, yo tan voraz, no he cenado. No porque la cena fuera mala. Tampoco el lóbrego comedor estaba tan frío. Y el dormitorio constantemente a veinte grados centígrados, seguía tan acogedor, con sus rinconcitos, la cama entre los dos armarios puertas abiertas, almohadas de plumas, mantas de merino, mullido colchón.
Pero eché de menos el aliento de olor a camuesa de mamá cuando, en la barraca se acercaba para besuquearme, como si quisiese recuperar el tiempo perdido. Allí en el dormitorio del seminario, nadie vino a calarme la cobija; ni tan siquiera la presencia física de mi hermano chico. Por primera vez en mi vida, sentí el peso de la soledad. La extrañeza del lugar donde tan pocas raíces yo tenía.
La tibieza del amor familiar, me hicieron añorar aquella mísera barraca, donde te acurrucan por la noche, aunque sea envolviéndote en harapos; donde unos copitos de nieve se transforman en
Una copa de helado,
azúcar candeal,
canela en rama
Con sabor a fresa,
nata montada,
Manzana camuesa
Azúcar y canela,
Anís sobre prestiño,
Y miel de hojuelas.

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