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TIANA: Alconchel, a día 10 del mes de octubre de 1946...

Niña menudos” “ ¡Niña menudos!”
Gritaba en las encrucijadas de aquel barrio marginal, sin calles, sin luces, sin ilusión. “Menudos” suena bien. Decir Patas, rabo, pito, cagalón careta u ojos (Se vendían por quilos) parece más de “escombrerería” que de “carníssería”. Palabras de los vernáculos.
Algunos días, salen buenos, el sol seca la “Boira” el techo de cartón cuero no condensa el rocío, el suelo de tierra en aquel humedal, se seca y el barro de las callejas también. Entonces, las humildes barraquitas casi se vuelven casitas de pueblo blanco y limpio, o casitas de la pradera,”Et turututú chapeau pointu”
El ruido del mar, y el trajín de los camiones que arrojan a él los escombros de los derribos, los camiones-cisternas repletos de carburantes de la CAMPSA, parecían arrimar un poco aquel “No-mans-land” a la activa ciudad, al rico puerto, donde todo lo que relucía parecía oro y no lo era.
Justo se aclimata enseguida. Le costó trabajo coger el acento catalán; pero con deje extremeño decía sus cositas en el idioma, y sus nuevos amigos se ríen mucho escuchándolo “enraonar”. A sus padres se le olvidó inscribirlo en la escuela. Aquel año fue para él sabático. Y el siguiente, con la llegada de su hermano Adolfo, - consecuencia del reencuentro del Mariposo padre con la mamá mariposa - se le atribuye la guarda del niño, mientras que Fermina va a hacer sus faenas, o a vender sus asquerosidades de menudos

Se podían contar con los dedos de una persona pies y manos incluidos, los días que Justo fue a la escuela en Casa Antúnez. Pero él, también buscaba su vía. Justo tiene once años, y además de guardián de Abel, (Quiero decir de Caín, que así de malo o peor, era su hermano Adolfo) en la escuela, aprende a cantar el “Cara al Sol”. Es el himno falangista. Es obligado castellano. Él, con su cerrado acento extremeño, masca muchas palabras que no llega a captar tanto en castellano como en catalán. Se entera de que los peces del mar no son salados. Aprende la tabla de multiplicar del 5 al 10 y se niega a ir a comer al comedor de la falange, porque dice su padre que eso es para los fascistas.

Los domingos por la tarde, vienen unos tíos muy cursis y hacen cine, y dan caramelos a los niños del barrio, herejes como no se puede ser más, ¿Por qué? ¿Con qué objeto? Justo no lo entiende, pero se arrima a la cohorte que espera en la verja de la escuela.
De momento, enterado de que pasan pelis, y de que dan caramelos, se coloca en la cola que los “catequistas han formado. Cuando le toca el turno, le ponen en las manos un libro de catecismo y un puñado de caramelos. Se da la vuelta, se saca la camisa por fuera del pantalón y en un intento de disfraz, pone la cara torcida y se vuelve a colocar en la cola. Los catequistas, no lo reconocen, hereje entre herejes, y le dan otro libro: Idéntico. Los caramelos se han acabado. Vehementes protestas de Justo, que se siente defraudado.

III - Un día más el sol salió. / Gateando en el tejado. / En las gotas se prendió.
En la pez queda Impregnado / La humedad sale de casa. / El sol nos ha visitado.
Y secando el barro pasa... / Un día más el sol salió / y en la frente nos besó.

IV. Ecos del pueblo: Aunque muy de tarde en tarde, llegan cartas con noticias del pueblo. El señor Manuel, las lee en voz alta, Traduciendo el primer grado, marmoteando el segundo, y encontrando más defectos y desgracias que buenas nuevas en ellas, intentado así, apaciguar su decepción de haber perdido un edén; Si por el contrario, su hermano Antonio le refiere en una de sus cartas, algo que ataña a su Madre, el señor Manuel, enseguida lo transforma en chiste, jocoseria o gracia. Porque “Hay que ver las ocurrencias que tiene su pobrecita madre”.

Por aquellos tiempos, Justo ya se ha dado cuenta de que, a su padre se lo mete fácilmente en el bolsillo, si le ríe las gracias, y si se queda con la boca abierta, escuchando sus discursos. Había instaurado Don Manuel, una lista de preferencia, que se conseguía a base de ganar puntos que él iba apuntando en una libreta cuadriculada. Justo, como está transitoriamente en las buenas gracias de su papá, le escucha las horas muertas, con cara de bobalicón. Esos puntos, no servían para nada, sino para incitarlos a ser mejores los unos contra los otros, o mejor dicho, los unos en detrimento de los otros. Las cábalas de Justo no han llegado hasta esta conclusión: Él espera que un domingo de estos, su padre le llevará al cine, o le dará una peseta por punto para que haga lo que quiera con ella. Y como la manera de ganar puntos es tan sencilla, él, pone cara de San Antón y va almacenando tantos.
Su hermana Marina dice que “pone cara de monje bobo” A ella, estas preferencias que su padre alternaba con todos según su talante, la sacan de quicio. Y es que desde que empezó a sacar pechitos de limón, culito de bien vivir, y empezaron a rondar los mostrencos, al señor Manolo, se le ha pasado eso de que ella es el “ojito derecho de papá” Desde ya en el pueblo, empezó a fijarse Marinita en el otro genero. Y si cuando estaban en aquel bendito lugar, las cosas pasaban por ser niñadas, ahora con sus 15 años cumplidos, parece desmadre, despadre y des muy señor de ella. Para distraer la atención de sus andadas, saca siempre al pobre de Justo a la palestra. En realidad, no ser ya los ojos con que su padre miraba al mundo, le venía crudo. Y que ahora sea Justito, el señor “todo bien” de la casa la trae por la calle de la amargura: Envidia, pura envidia, la hacía buscar detalles para ponerlo en evidencia.
Llegan noticias del pueblo a los Panduros de Barcelona.
La apoplejía de Carlota, madre del señor Manuel y abuela de Justo, se la anuncia Antonio a su hermano Manuel por una carta que le llega dos semanas después del acontecimiento. Como en aquel Barrio todavía no había calles completamente formadas, ni claramente nombradas, y que cada cual le ponía a la suya el nombre que le apetecía, el cartero, se subía en cualquier montón de ladrillos, preferentemente en las plazoletas, soplaba en un silbato, y pregonaba los nombres. La operación la repetía una y otra vez, hasta que alguien se manifestaba, sea el destinatario, sea alguno que le conocía. Cuando le quedaban algunas, las dejaba en el bar del Primi durante algún tiempo.

¬ Manuel Hernández González, gritó el cartero entre dos pitidos.
¬ ¡Mi padre! Gritó Justo que recogió la carta. Fermina se la arrebató:
¬ ¡Trae para acá esa carta!
¬ Es para papá. Protestó Justo.
¬Quiero ver quién le escribe al granuja de tu padre.
Con una técnica bien rodada, despegó el sobre con el vapor del puchero. Cuando la cola se reblandeció, que el sobre se tornó de color tocino añejo, la abrió y leyó:

Alconchel, a día 10 del mes de octubre de 1946
Mi mayor deseo es que al recibo de esta carta, os encontréis todos bien de salud – Fermina por haber leído ya otras cartas supo enseguida que era Antonio quien escribía – Nosotros ya bien, gracias a Dios. Digo ya, porque esta carta es para informaros de que a madre le dio un soplo hace quince días, del cual ya está curada. Solamente arrastra un poco el pié derecho y se le ha torcido un poquito la boca. Que sepas que cuando se encontró mal, te nombró mucho. Así que a ver si le escribes, Madre piensa que se va a morir, y dice que quisiera verte antes de irse. Ya ves cómo están las cosas. Yo considero que si se atreve a decir esas cosas es que no le va a pasar nada. Pues con sus supersticiones no ser atrevería a decirlas. Cuando escribas, pregunta por su salud pero no digas que yo te he prevenido. Ahora estoy trabajando con A. Rodríguez, en el cortijo de Río. Le estoy haciendo un pozo en la finca de “Las charcas” La cual, por fin, tras haber estado emperrado con A. Fuentes, logró comprársela por una imperiosa necesidad que este no pudo solucionar y que como te dije en anterior carta le llevó a la tumba.
Como todos sabemos, Antonio esperaba con esa compra unir sus dos cortijos, cosa que consiguió a muy alto precio. ¡Bien se burló de él el alcalde!
Si no hubiera sido por el problema de la niña gitana, yo creo que no le hubiera vendido nunca esa parcela. Ahora tu cuñado, anda cambiado con ella, y a oírlo, parece ser que es la mejor de sus dos cortijos. Pero con sus caprichos a mí me asegura trabajo. Aunque no se me olvida el trato que le tenía al pobrecito de padre y a madre.
¿Te dije que el edil murió? Yo creo que sí. Pero por si no te le escribí, que sepas que lo mató el vino Pitarra que bebía con exceso. ¡Chacho! Se ha quedado el pueblo medio vacío. Aquí solo quedan las cuatro comadres de siempre, con sus lutos de siempre, y sus Ora pro nobis de beatonas. Sin mentar, claro está, a nuestra madrecita que lleva el luto por padre y reza por todos nosotros de día como de noche. A consecuencias del deceso alcalderil, se ha elegido por unanimidad menos un voto (El de Ángel Sánchez) el secretario Antón Méndez. De una manera muy poco convencional, pero práctica en el fondo. Menos mal que no eligieron al tonto de capirote de Anginito. Porque con sus pamplinas nos hubiese desterrado a todos, por un quíteme allá esas pajas.
Sin más ganas de escribir por hoy, recibe un abrazo de tu hermano, que repartirás como buenamente Dios te dé a entender con tus Mujer e hijos, mis queridos sobrinos. Ya sabes que aquí en el pueblo, los que quedamos somos muy pobres, y no tenemos para tantos besuqueos.
Antonio Hernández Gonzáles.

Fermina se estuvo tanteando, si hacía desaparecer la carta, o si se la daba a Manolo. Temía que la carta fuese una treta de Antonio, que le decía esas cosas de su madre, para que fuera a verla al pueblo.
Y con los celos compulsivos de la celosa extremeña, pensaba, que de paso iría a ver a sus “amiguitas” de toda la vida. Así como a aquella niña rubia de piernecitas deformes que la gente pretendía era hija suya, y él negaba rotundamente. Luego pensó que si Carlota moría y Manolo tendría que ir al entierro, forzosamente los hermanos hablarían entre sí, de las cartas enviadas y de las que se habían perdido.

Después de sopesar los pro y los contra, Se decidió por dársela y, aunque le costó volverla a meter en el sobre húmedo, y re pegarla a puñetazos, así lo hizo. La prensó debajo de la plancha para que con el poco calor remanente secara y se pusiera tiesa.. Para eso, calentó la plancha de carbón en el infiernillo y cuando le pareció que estaba bien, se la puso al sobre encima. Vino la Escolástica y le pidió una pinta de colonia de “olores de oriente”, para quitarle el olor a caca a su cuñada la Fina, que se había caído en la fosa séptica cuando hacía sus... encima de la tabla que estaba podrida de las emanaciones. Fermina se rió mucho del percance de aquella tontorrona que además de fea, ahora no olía precisamente a rosas. Vino la Antonia a por un poquito de aceite para hacerle un ajiaceite a su carretero de marido. La vecina de detrás se asomó a empaparse de lo qué pasaba; y cuando se acordó Fermina de que la carta estaba debajo de la plancha, grito:
¬ ¡Ay! ¡La carta se habrá achicharrado!
La plancha que no estaba excesivamente caliente, seguía encima de la carta. Con lo cual la misiva y el sobre se secaron, se entiesaron y se resecaron hasta tomar un color pardusco y una consistencia quebradiza. No pensó Fermina que Manolo advirtiera tantos detalles, cuando se la diera de un aire “como quien no quiere la cosa”. Pensaba decirle: “Manolo: Ahí tienes esa carta que me parece que viene del pueblo y que debe haber viajado encima de la caldera del tren. También pensó que las noticias de su suegra y sus achaques le harían olvidar otros detalles, como las quemazones del sobre y lo reseco del papel. Manolo ya le había reñido en otras ocasiones por haberle abierto sus cartas, hasta decirle que la iba a denunciar por violación de su vida privada, con lo que sólo había conseguido que sospechara aún más de él, y se las abriera todas.
Con todo, hoy, venía contento; porque el maquinista de la Hispano Suiza había faltado al tajo por enésima vez, y él lo había sustituido sobre la marcha, pasando de la pala a la cabina de aquel trencillo que tanto le había hecho soñar. Como diera la casualidad, que por sus muchos años la Hispano Suiza tenía sus caprichos, y ya había fallado los días anteriores; no fue para menos que esta mañana se encasquillara en mitad del primer viaje.
Saltos de rabia daba encargado que no veía cómo paliar la falta del chofer.
Los años de conducción de coches hispanos Suiza durante el ejército de Manolo, le sirvieron entonces:

¬Será “el demarré” que se ha desfasado decía buscando en las tripas del armatoste.
¬ ¡Ah! ¿Pero usted sabe de mecánica?
¬ ¡Hombre! Tanto como saber... Algo sé. Algo es algo, pero no sé si daré con ese algo que se ha encasquillado.
¬Pues si quiere usted el puesto, encuéntrelo, arregle este cacharro y consiga acarrear tanta arena que no puedan aterrizar hoy los aviones y el puesto es suyo.
Tuvo suerte ese día el Señor Manolo: No era el “Demarré” como había dicho. Pero se le ocurrió mirar dentro del baso, donde se depositan las impurezas del carburante, y como lo ve embarrado, lo desmonta, lo limpia, lo vuelve a poner en su sitio, y pidiendo al ayudante que tapara el carburador con una mano, le da al encendido y la máquina arranca al primer intento.
La preocupación del encargado se cambió en una amplia sonrisa
¬ ¡Hombre! ¿Por qué no me ha dicho antes que usted se entendía de mecánica? Con las peleas que tengo echadas con ese gandul que viene un día sí, otro no...
¬ Jefe, se lo vengo diciendo desde que me destinaron a esta brigada. Lo que pasa es que usted ni me entendía ni me veía. Le he dicho un montón de veces, que yo, cuando estaba en el ejército...
¬ ¡Ah, ya! Usted es ese “Rojillo” Redomado sabiondo, que sirvió con Azaña.
¬No llegué a tanto hombre.
¬Bueno, como sea, el puesto es suyo. Pero como diga algo en contra del Régimen o de Franco, o me falte un solo día...
Así que por una vez, el señor Manolo venía sin “aquel temor al regresar a casa” como había escrito una vez en una acertada poesía.