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TIANA: I.- De Antonio Panduro y sus hijas en casa de su hermano...

I.- De Antonio Panduro y sus hijas en casa de su hermano Manuel.

¬ ¿Lo ves? ¿Lo ves Manolo? Se lamentaba Fermina, que desde el marco de la puerta de la cocina, saca la cabeza y mira en dirección de la mesa camilla, donde trona el Señor Manuel.
¬ ¿Quéee? Le pregunta su marido, sacándose un auricular de la oreja, con los que escucha el parte en la radio galena.
¬Pues lo que te dije: Que tu hermanito “iba de paso” y ya los tenemos aquí, instalados a los tres.
¬Pero, pero ¿Qué puedo yo, hacer? –Retorna Manuel - ¿Le voy a negar el cobijo a un hermano? ¿Y a las dos huerfanitas, mis sobrinas carnales?
Fermina saca otra vez cabeza y media espalda de la cocina, mientras se limpia unas lágrimas: -Está cortando cebollas y para que no le lloren los ojos, se ha puesto unos cascos de las mismas en la cabeza.
“—No, si no te lo reprocho yo a ti, marido y padre de familia numerosa, hermano de hermano sin casa, tío de huérfanas desvalidas. ¡No te lo reprocho! -Desaparece, hace unos ruidos de cacerola, y vuelve aparecer ya sin los cascos de cebollas que debe haber echado en un puchero o en una sartén - Se lo reprocho a tu hermano, que bien podía haberse dado cuenta en la situación que estamos. Y no “empurrarse” aquí con sus dos hijas, donde no cabemos los de nuestra tribu.
El Señor Manolo, que a vuelto a ponerse los auriculares, se despega uno de la oreja, y simula estar atento a la verborrea de Fermina. En realidad, transita por las ondas tratando de captar lo que la piedra de galena transmite; así, como ha perdido la transmisión, se olvida de Fermina, se alza hasta la repisa donde ha puesto la radio galena, y empieza a hurgar en la piedra con el alambrillo, para recuperar Radio Andorra para España. Cuando se vuelve y mira para la cocina, Fermina ya no está:
¬ ¿Decías? Lanza a la invisible Fermina.
¬ ¡Tonterías mías!
Se le oye decir a esta desde la cocinilla.

II -Los ejercicios espirituales.
Justo consigue convencer a su madre, para que le deje ir con los Jesuitas y los Catequistas a hacer unos ejercicios espirituales, a pesar de las marcadas reticencias de ésta, que teme que allí, los curas le saquen el “sebo” o se lo queden para siempre.
Su padre, menos consecuente, le da su bendición, por decirlo de alguna manera:
¬Ve, Ve a esos “ejércitos” (Se las da de gracioso) Espirituales y no te olvides de comer tanto como puedas. Con tu marcha, aunque sea por pocos días, se aliviará la despensa de la casa. No me hace gracia que vayas con los curas, a que te adoctrinen, aunque como eres un vendo, no lo conseguirán. No olvides que eres el hijo de un rojo, que, por antonomasia, no cree en esas cosas... Pero...
¬ ¡Hay que ver cómo eres, Manolo! Le reprocha la señora Fermina- Cómo te han cambiado esas ideas republicanas. ¡Y pensar que en el pueblo, desfilabas en las procesiones con el hábito de la hermandad de Jesús de nazareno!
Como sea, Justo se marcha a esos ejercicios espirituales. En la casa de los jesuitas de Pedralves, escuela de señoritos, descubrimos una vida insospechada por nosotros, hijos de la escoria de España, vergüenza de la cristiandad.
Después de hacer varias colas, le llega el turno a Justo de dar su nombre y apellidos:
¬ ¿Cómo te llamas hijo mío?
¬Justo Hernández Hernández, para servir a Dios y a usted.
¬ ¿Sabes la fecha de tu nacimiento?
¬Sí señor: El doce de febrero de mil novecientos treinta y siete.
¬ ¿Dónde naciste?
¬En Alconchel, provincia de Badajoz.
¬ ¿Eres miembro de nuestra santa madre iglesia?
¬ ¿Cómo dice usted?
¬Que si estás bautizado.
¬ ¡Ah! Sí señor: Me llevó mi abuela a la iglesia del pueblo, de noche, porque era la guerra, y mi padre...
¬Bien, bien. –Y mirándole las manos y las rodillas, por ver qué tal de limpias, le da el visto bueno, para que se una a la otra cola.
– ¡Alpargatas y calcetines!
Vocea a otro cura que reparte estas prendas, viendo las arruinadas que algunos llevábamos.