Niña menudos” “ ¡Niña menudos!”
Gritaba en las encrucijadas de aquel barrio marginal, sin calles, sin luces, sin ilusión. “Menudos” suena bien. Decir Patas, rabo, pito, cagalón careta u ojos (Se vendían por quilos) parece más de “escombrerería” que de “carníssería”. Palabras de los vernáculos.
Algunos días, salen buenos, el sol seca la “Boira” el techo de cartón cuero no condensa el rocío, el suelo de tierra en aquel humedal, se seca y el barro de las callejas también. Entonces, las humildes barraquitas casi se vuelven casitas de pueblo blanco y limpio, o casitas de la pradera,”Et turututú chapeau pointu”
El ruido del mar, y el trajín de los camiones que arrojan a él los escombros de los derribos, los camiones-cisternas repletos de carburantes de la CAMPSA, parecían arrimar un poco aquel “No-mans-land” a la activa ciudad, al rico puerto, donde todo lo que relucía parecía oro y no lo era.
Justo se aclimata enseguida. Le costó trabajo coger el acento catalán; pero con deje extremeño decía sus cositas en el idioma, y sus nuevos amigos se ríen mucho escuchándolo “enraonar”. A sus padres se le olvidó inscribirlo en la escuela. Aquel año fue para él sabático. Y el siguiente, con la llegada de su hermano Adolfo, - consecuencia del reencuentro del Mariposo padre con la mamá mariposa - se le atribuye la guarda del niño, mientras que Fermina va a hacer sus faenas, o a vender sus asquerosidades de menudos
Se podían contar con los dedos de una persona pies y manos incluidos, los días que Justo fue a la escuela en Casa Antúnez. Pero él, también buscaba su vía. Justo tiene once años, y además de guardián de Abel, (Quiero decir de Caín, que así de malo o peor, era su hermano Adolfo) en la escuela, aprende a cantar el “Cara al Sol”. Es el himno falangista. Es obligado castellano. Él, con su cerrado acento extremeño, masca muchas palabras que no llega a captar tanto en castellano como en catalán. Se entera de que los peces del mar no son salados. Aprende la tabla de multiplicar del 5 al 10 y se niega a ir a comer al comedor de la falange, porque dice su padre que eso es para los fascistas.
Los domingos por la tarde, vienen unos tíos muy cursis y hacen cine, y dan caramelos a los niños del barrio, herejes como no se puede ser más, ¿Por qué? ¿Con qué objeto? Justo no lo entiende, pero se arrima a la cohorte que espera en la verja de la escuela.
De momento, enterado de que pasan pelis, y de que dan caramelos, se coloca en la cola que los “catequistas han formado. Cuando le toca el turno, le ponen en las manos un libro de catecismo y un puñado de caramelos. Se da la vuelta, se saca la camisa por fuera del pantalón y en un intento de disfraz, pone la cara torcida y se vuelve a colocar en la cola. Los catequistas, no lo reconocen, hereje entre herejes, y le dan otro libro: Idéntico. Los caramelos se han acabado. Vehementes protestas de Justo, que se siente defraudado.
III - Un día más el sol salió. / Gateando en el tejado. / En las gotas se prendió.
En la pez queda Impregnado / La humedad sale de casa. / El sol nos ha visitado.
Y secando el barro pasa... / Un día más el sol salió / y en la frente nos besó.
IV. Ecos del pueblo: Aunque muy de tarde en tarde, llegan cartas con noticias del pueblo. El señor Manuel, las lee en voz alta, Traduciendo el primer grado, marmoteando el segundo, y encontrando más defectos y desgracias que buenas nuevas en ellas, intentado así, apaciguar su decepción de haber perdido un edén; Si por el contrario, su hermano Antonio le refiere en una de sus cartas, algo que ataña a su Madre, el señor Manuel, enseguida lo transforma en chiste, jocoseria o gracia. Porque “Hay que ver las ocurrencias que tiene su pobrecita madre”.
Por aquellos tiempos, Justo ya se ha dado cuenta de que, a su padre se lo mete fácilmente en el bolsillo, si le ríe las gracias, y si se queda con la boca abierta, escuchando sus discursos. Había instaurado Don Manuel, una lista de preferencia, que se conseguía a base de ganar puntos que él iba apuntando en una libreta cuadriculada. Justo, como está transitoriamente en las buenas gracias de su papá, le escucha las horas muertas, con cara de bobalicón. Esos puntos, no servían para nada, sino para incitarlos a ser mejores los unos contra los otros, o mejor dicho, los unos en detrimento de los otros. Las cábalas de Justo no han llegado hasta esta conclusión: Él espera que un domingo de estos, su padre le llevará al cine, o le dará una peseta por punto para que haga lo que quiera con ella. Y como la manera de ganar puntos es tan sencilla, él, pone cara de San Antón y va almacenando tantos.
Su hermana Marina dice que “pone cara de monje bobo” A ella, estas preferencias que su padre alternaba con todos según su talante, la sacan de quicio. Y es que desde que empezó a sacar pechitos de limón, culito de bien vivir, y empezaron a rondar los mostrencos, al señor Manolo, se le ha pasado eso de que ella es el “ojito derecho de papá” Desde ya en el pueblo, empezó a fijarse Marinita en el otro genero. Y si cuando estaban en aquel bendito lugar, las cosas pasaban por ser niñadas, ahora con sus 15 años cumplidos, parece desmadre, despadre y des muy señor de ella. Para distraer la atención de sus andadas, saca siempre al pobre de Justo a la palestra. En realidad, no ser ya los ojos con que su padre miraba al mundo, le venía crudo. Y que ahora sea Justito, el señor “todo bien” de la casa la trae por la calle de la amargura: Envidia, pura envidia, la hacía buscar detalles para ponerlo en evidencia.
Llegan noticias del pueblo a los Panduros de Barcelona.
La apoplejía de Carlota, madre del señor Manuel y abuela de Justo, se la anuncia Antonio a su hermano Manuel por una carta que le llega dos semanas después del acontecimiento. Como en aquel Barrio todavía no había calles completamente formadas, ni claramente nombradas, y que cada cual le ponía a la suya el nombre que le apetecía, el cartero, se subía en cualquier montón de ladrillos, preferentemente en las plazoletas, soplaba en un silbato, y pregonaba los nombres. La operación la repetía una y otra vez, hasta que alguien se manifestaba, sea el destinatario, sea alguno que le conocía. Cuando le quedaban algunas, las dejaba en el bar del Primi durante algún tiempo.
¬ Manuel Hernández González, gritó el cartero entre dos pitidos.
¬ ¡Mi padre! Gritó Justo que recogió la carta. Fermina se la arrebató:
¬ ¡Trae para acá esa carta!
¬ Es para papá. Protestó Justo.
¬Quiero ver quién le escribe al granuja de tu padre.
Con una técnica bien rodada, despegó el sobre con el vapor del puchero. Cuando la cola se reblandeció, que el sobre se tornó de color tocino añejo, la abrió y leyó:
Gritaba en las encrucijadas de aquel barrio marginal, sin calles, sin luces, sin ilusión. “Menudos” suena bien. Decir Patas, rabo, pito, cagalón careta u ojos (Se vendían por quilos) parece más de “escombrerería” que de “carníssería”. Palabras de los vernáculos.
Algunos días, salen buenos, el sol seca la “Boira” el techo de cartón cuero no condensa el rocío, el suelo de tierra en aquel humedal, se seca y el barro de las callejas también. Entonces, las humildes barraquitas casi se vuelven casitas de pueblo blanco y limpio, o casitas de la pradera,”Et turututú chapeau pointu”
El ruido del mar, y el trajín de los camiones que arrojan a él los escombros de los derribos, los camiones-cisternas repletos de carburantes de la CAMPSA, parecían arrimar un poco aquel “No-mans-land” a la activa ciudad, al rico puerto, donde todo lo que relucía parecía oro y no lo era.
Justo se aclimata enseguida. Le costó trabajo coger el acento catalán; pero con deje extremeño decía sus cositas en el idioma, y sus nuevos amigos se ríen mucho escuchándolo “enraonar”. A sus padres se le olvidó inscribirlo en la escuela. Aquel año fue para él sabático. Y el siguiente, con la llegada de su hermano Adolfo, - consecuencia del reencuentro del Mariposo padre con la mamá mariposa - se le atribuye la guarda del niño, mientras que Fermina va a hacer sus faenas, o a vender sus asquerosidades de menudos
Se podían contar con los dedos de una persona pies y manos incluidos, los días que Justo fue a la escuela en Casa Antúnez. Pero él, también buscaba su vía. Justo tiene once años, y además de guardián de Abel, (Quiero decir de Caín, que así de malo o peor, era su hermano Adolfo) en la escuela, aprende a cantar el “Cara al Sol”. Es el himno falangista. Es obligado castellano. Él, con su cerrado acento extremeño, masca muchas palabras que no llega a captar tanto en castellano como en catalán. Se entera de que los peces del mar no son salados. Aprende la tabla de multiplicar del 5 al 10 y se niega a ir a comer al comedor de la falange, porque dice su padre que eso es para los fascistas.
Los domingos por la tarde, vienen unos tíos muy cursis y hacen cine, y dan caramelos a los niños del barrio, herejes como no se puede ser más, ¿Por qué? ¿Con qué objeto? Justo no lo entiende, pero se arrima a la cohorte que espera en la verja de la escuela.
De momento, enterado de que pasan pelis, y de que dan caramelos, se coloca en la cola que los “catequistas han formado. Cuando le toca el turno, le ponen en las manos un libro de catecismo y un puñado de caramelos. Se da la vuelta, se saca la camisa por fuera del pantalón y en un intento de disfraz, pone la cara torcida y se vuelve a colocar en la cola. Los catequistas, no lo reconocen, hereje entre herejes, y le dan otro libro: Idéntico. Los caramelos se han acabado. Vehementes protestas de Justo, que se siente defraudado.
III - Un día más el sol salió. / Gateando en el tejado. / En las gotas se prendió.
En la pez queda Impregnado / La humedad sale de casa. / El sol nos ha visitado.
Y secando el barro pasa... / Un día más el sol salió / y en la frente nos besó.
IV. Ecos del pueblo: Aunque muy de tarde en tarde, llegan cartas con noticias del pueblo. El señor Manuel, las lee en voz alta, Traduciendo el primer grado, marmoteando el segundo, y encontrando más defectos y desgracias que buenas nuevas en ellas, intentado así, apaciguar su decepción de haber perdido un edén; Si por el contrario, su hermano Antonio le refiere en una de sus cartas, algo que ataña a su Madre, el señor Manuel, enseguida lo transforma en chiste, jocoseria o gracia. Porque “Hay que ver las ocurrencias que tiene su pobrecita madre”.
Por aquellos tiempos, Justo ya se ha dado cuenta de que, a su padre se lo mete fácilmente en el bolsillo, si le ríe las gracias, y si se queda con la boca abierta, escuchando sus discursos. Había instaurado Don Manuel, una lista de preferencia, que se conseguía a base de ganar puntos que él iba apuntando en una libreta cuadriculada. Justo, como está transitoriamente en las buenas gracias de su papá, le escucha las horas muertas, con cara de bobalicón. Esos puntos, no servían para nada, sino para incitarlos a ser mejores los unos contra los otros, o mejor dicho, los unos en detrimento de los otros. Las cábalas de Justo no han llegado hasta esta conclusión: Él espera que un domingo de estos, su padre le llevará al cine, o le dará una peseta por punto para que haga lo que quiera con ella. Y como la manera de ganar puntos es tan sencilla, él, pone cara de San Antón y va almacenando tantos.
Su hermana Marina dice que “pone cara de monje bobo” A ella, estas preferencias que su padre alternaba con todos según su talante, la sacan de quicio. Y es que desde que empezó a sacar pechitos de limón, culito de bien vivir, y empezaron a rondar los mostrencos, al señor Manolo, se le ha pasado eso de que ella es el “ojito derecho de papá” Desde ya en el pueblo, empezó a fijarse Marinita en el otro genero. Y si cuando estaban en aquel bendito lugar, las cosas pasaban por ser niñadas, ahora con sus 15 años cumplidos, parece desmadre, despadre y des muy señor de ella. Para distraer la atención de sus andadas, saca siempre al pobre de Justo a la palestra. En realidad, no ser ya los ojos con que su padre miraba al mundo, le venía crudo. Y que ahora sea Justito, el señor “todo bien” de la casa la trae por la calle de la amargura: Envidia, pura envidia, la hacía buscar detalles para ponerlo en evidencia.
Llegan noticias del pueblo a los Panduros de Barcelona.
La apoplejía de Carlota, madre del señor Manuel y abuela de Justo, se la anuncia Antonio a su hermano Manuel por una carta que le llega dos semanas después del acontecimiento. Como en aquel Barrio todavía no había calles completamente formadas, ni claramente nombradas, y que cada cual le ponía a la suya el nombre que le apetecía, el cartero, se subía en cualquier montón de ladrillos, preferentemente en las plazoletas, soplaba en un silbato, y pregonaba los nombres. La operación la repetía una y otra vez, hasta que alguien se manifestaba, sea el destinatario, sea alguno que le conocía. Cuando le quedaban algunas, las dejaba en el bar del Primi durante algún tiempo.
¬ Manuel Hernández González, gritó el cartero entre dos pitidos.
¬ ¡Mi padre! Gritó Justo que recogió la carta. Fermina se la arrebató:
¬ ¡Trae para acá esa carta!
¬ Es para papá. Protestó Justo.
¬Quiero ver quién le escribe al granuja de tu padre.
Con una técnica bien rodada, despegó el sobre con el vapor del puchero. Cuando la cola se reblandeció, que el sobre se tornó de color tocino añejo, la abrió y leyó:
Pero esta noche, esa ahogada queja, se metió en el sueño de Justito, que tintes tenía de pesadilla, más que de sueño. En su mal dormir, Justo refleja todos sus feos pensamientos que a pesar de sus esfuerzos, se le han infiltrado en el fluir de su inmediatez con las primas, y ahora le parecen un doble pecado mortal. Tanto por ser el un futuro cura, como por ser ella prima hermana, que es lo más cercano a hermana. Siendo como eran los padres primos segundos, también por parte de Fermina, tanto Justo, como Consuelito, deben tener sino un cuarto de sangre igual, por lo menos un montón de genes indistintos.
Se revuelve en su jergón, con los remordimientos disparados, una vez echadas las suertes. “Que muy bueno es ser malo” y “muy malo ser bueno”. La boya, parece ser la voz de su conciencia que le previene, aunque ya, demasiado tarde:
¬“Peliiigro” Peliiiiigro” parece estar diciendo. “Pe- caaaa- do” “Peeeeca – do”
Parece que le responde la cresta de las olas al morir en la grava y los cascotes de las carretadas.
¬Peliiiigro, parecían prevenir, las espumas de las crestas, intentando agarrarse a la arena.
Ya está cayendo la noche, envuelta en una “Boira” lechosa. Fermina, en sus fogones, menea con ruidosos tintineos cacerolas, platos y cucharas, trajín habitual en aquel armario que le sirve de cocina. Otra vez debe estar matando cucarachas a golpes de alpargata.
El señor Manuel, levanta la cabeza hasta enfocar con las lentes inferiores las letras del crucigrama que intenta completar. Pero las letras se le emborronan, en el interior de sus cansados ojos de présbite. Manolito no ha llegado todavía. Está de permiso y salió para ver a la “Chón” Que la moza que le quita el sueño, se llama Ascensión, y él nos dijo que la llamaba Chón.
Manolo está cumpliendo con el servicio militar. Es el primer permiso que le dan. Goza paseando por el barrio, vestido de caqui. Por una vez, no se acobardó anteponiendo su voluntad a la de su padre, cuando se dispuso a salir. Ahora, Fermina lo está esperando, con la pobre cena preparada, que se le quedará en el plato. Decepción: Manolito ha comido en casa de la novia.
Pero llega la noche; llega para todos, hasta para el perro Retino, que procura hacerse olvidar cuando puede quedarse dentro de la barraca. Pero debajo de la mesa camilla, sus pesadillas le delatan: Seguro que debe irse a un hipotético paraíso perruno, donde perseguirá una enorme chuleta o a un hueso de dinosaurio, cosa, sobre todo la chuleta, que no suele ver en la vida real de perro de casa humilde. Y verla, aún, aún, puede suceder, un día que toque en la familia el cupón de los ciegos. Pero ¿comérsela? Algo intuiría él, de que ese hueso, o esa chuleta, no la alcanzaría nunca, ni en sus sueños más reales, cuando gimoteaba en su escondrijo, y hacía círculos con los globos oculares.
Tío Antonio, echado ya en su banco – cama, gorra de visera sobre la cara y mano caída hasta rozar el suelo de tierra apisonada. Comenta: “¬Este tonto de Retino, ni en sueños es capaz de comerse una chuleta.”
Por fin se anuncia Manolo, con un silbido discreto. Y ya se ha enterado Fermina, de que aquella comidita que le preparó con amor, se le quedará en el plato. Pepe el telegrafista, el que se casó con Marina, ha vuelto de Lyón, y ahora, los dos, están repitiendo el cuento de la lechera que se fue a Lyón de Francia y no tropezó en el camino ni se le cayó el cántaro, Fermina les ha preparado el cuchitril que el Sr. Manuel llama pomposamente “Laboratorio fotográfico de revelados.” Las intempestivas risas y los “bien sur” que salen del cuchitril de los “franceses” se van espaciando hasta que dejan de oírse, con lo cual, todos pueden ya entregarse al reparador sueño. La boya del Puerto franco, sigue lanzando su esperpéntico quejido. Las olas, atrapan el grito agónico, y lo revuelven con la arena, lo atufan, lo muelen. El último pensamiento de Justo es,
¬“Mañana se lo tendré que confesar al padre Damián... Al cura vicario”... Y se duerme, viéndose en la cama, la noche siguiente, rumiando, figurándose, lo mismo de lo redivivo.
Apurando las gotas de vigilia, Fermina termina con sus tareas de cocina, y emprende la retirada hacía la habitación. El aire que cuela por la puerta, recorre los rincones del dormitorio y se apoya con fuerza contra ella. Pero Fermina gatea, por entre los cuerpos de dominguito y de Adolfito, y se coloca en su sitio. Manuel se vuelve hacia ella y le echa el brazo por la espalda. Todos estos movimientos, y crujidos de resortes, se acallan por fin. Las voces que llegan apagadas de detrás del tabique medianero, nos recuerdan que a escasos centímetros, otros seres, también buscan sus camadas. La higuera que Manuel plantó en el hueco del pozo, ha agarrado bien y a crecido hasta sobre pasar el techo de cartón cuero. Una rama rasca sus hojas contra el papel alquitranado y desprende granitos de arena, que el aire hace rodar por la inclinada pendiente. En un último sobresalto, Justo piensa:
¬“Ha crecido... ¿Dará muchos higos este año?” “Mañana me confesaré”
“—Mañana... Maa-a- ña - na. Parece remedar la boya de mar. Maa, a, a, ñana.
V. - El padre Jiménez, intenta convencer a Justo para que se quede en un convento, si no en el de Villanova, en otro que más le guste y que se propone hacerle visitar. Mn. Damián, explica al P. Jiménez las necesidades por las que pasa la familia del postulante. Así como de los escasos ingresos, prácticamente inexistentes, que se recogen en la capilla de Casa Antúnez. Y puesto a explicar, explica al P. Jiménez, no sin una punta de escepticismo y perplejidad, que al párroco de Nuestra Señora del Port, de quién es él vicario, le es imposible sacar de donde nada entra, para subvenir una beca. Las dádivas ni siquiera dan para el cirio de navidad. El P. Jiménez le contesta que,
¬ Los dispendios no son tantos. Justo no será el primer seminarista que cursa estudios mediante becas, si tan es cierto que el chico promete. Será cuestión de ayudarle en sus primeros pasos de ingreso, y luego, si obtiene becas, él se adecuará. ¿No cree así, reverendo?
¬Yo creo, reverente padre, que este muchacho ha sido llamado y Nuestro Señor nos ha puesto en su camino para que le ayudemos. Un servidor, puede ayudarle en sus diligencias administrativas, e incluso llevarle a donde fuere en su tiempo libre. Pero como ya sabe usted, mi función de vicario en Casa Antúnez, es benévola. No dispongo de medios pecuniarios. El párroco para quién trabajo ahora, y de forma provisional, ya me ha dicho que no cae en los cepillos de N. S. del Port, ni para comprar el cirio de navidad...
¬Y nosotros, como usted debe saber, no podemos aceptarlo en nuestro seminario, con tan poca formación. Pero, en este centro de Acción Católica, los chicos tienen una hucha para ayudar a un seminarista. En principio, se destina a alguien que escoge la Compañía de Jesús.
¬ Pero como la vocación del Joven Justo, ha surgido en unos ejercicios que ellos patrocinaron, estimamos que es nuestro deber ayudarle con este acervo.
¬ ¿Y no puede usted, con ese dinero, llevarme a su seminario para jesuitas? Interviene Justo, que se decepciona a medida que surgen los problemas.
¬Es imposible hijo mío, sólo admiten a quienes ya tengan el bachillerato. Pero si más tarde deseas entrar en la compañía nadie te lo impedirá.
No concibe Justo esta pugna entre los tres curas, pero intuye que de dinero que no pueden o no quieren dar, se trata. No obstante, no le parece correcto, que el P. Jiménez trate de enviarlo a un seminario conciliar, y que una vez habiendo estudiado, se lo quiera traer al suyo de Jesuitas, que no acepta a los indoctos.
Empero, Mn. Damián dijo que de su particular acervo, podría distraer unas mil pesetas por mes, que gustoso metería en ha susodicha alcancía, si tan cierto es, que esas recolecciones irán a parar a su protegido.
¬Es preferible que se las mande usted, reverendo, directamente al seminario, si llega a inscribirse. Ya que la hucha de A. C. sólo se le reversará, si logra mantenerse y avanzar en sus estudios. Con este fin, se acercó al padre ecónomo, para que le dijera qué cantidad se había ya recolectado. Mosén Damián, bastante decepcionado, marmoteó en catalán
¬“ Aquets Jesuïtes son tots molts durs de pelar”
¬ ¡Albricias! Vuelve sonriendo el P. Jiménez, a quien el ecónomo ha dado una buena noticia – La hucha está llena: los catequistas se han cotizado y ha hecho acopio. El futuro seminarista ya tiene para empezar.
Marcha insatisfecho, preocupado Justo, al lado de Mn. Damián, sin saber adónde los llevarán finalmente todas estas gestiones.
Se revuelve en su jergón, con los remordimientos disparados, una vez echadas las suertes. “Que muy bueno es ser malo” y “muy malo ser bueno”. La boya, parece ser la voz de su conciencia que le previene, aunque ya, demasiado tarde:
¬“Peliiigro” Peliiiiigro” parece estar diciendo. “Pe- caaaa- do” “Peeeeca – do”
Parece que le responde la cresta de las olas al morir en la grava y los cascotes de las carretadas.
¬Peliiiigro, parecían prevenir, las espumas de las crestas, intentando agarrarse a la arena.
Ya está cayendo la noche, envuelta en una “Boira” lechosa. Fermina, en sus fogones, menea con ruidosos tintineos cacerolas, platos y cucharas, trajín habitual en aquel armario que le sirve de cocina. Otra vez debe estar matando cucarachas a golpes de alpargata.
El señor Manuel, levanta la cabeza hasta enfocar con las lentes inferiores las letras del crucigrama que intenta completar. Pero las letras se le emborronan, en el interior de sus cansados ojos de présbite. Manolito no ha llegado todavía. Está de permiso y salió para ver a la “Chón” Que la moza que le quita el sueño, se llama Ascensión, y él nos dijo que la llamaba Chón.
Manolo está cumpliendo con el servicio militar. Es el primer permiso que le dan. Goza paseando por el barrio, vestido de caqui. Por una vez, no se acobardó anteponiendo su voluntad a la de su padre, cuando se dispuso a salir. Ahora, Fermina lo está esperando, con la pobre cena preparada, que se le quedará en el plato. Decepción: Manolito ha comido en casa de la novia.
Pero llega la noche; llega para todos, hasta para el perro Retino, que procura hacerse olvidar cuando puede quedarse dentro de la barraca. Pero debajo de la mesa camilla, sus pesadillas le delatan: Seguro que debe irse a un hipotético paraíso perruno, donde perseguirá una enorme chuleta o a un hueso de dinosaurio, cosa, sobre todo la chuleta, que no suele ver en la vida real de perro de casa humilde. Y verla, aún, aún, puede suceder, un día que toque en la familia el cupón de los ciegos. Pero ¿comérsela? Algo intuiría él, de que ese hueso, o esa chuleta, no la alcanzaría nunca, ni en sus sueños más reales, cuando gimoteaba en su escondrijo, y hacía círculos con los globos oculares.
Tío Antonio, echado ya en su banco – cama, gorra de visera sobre la cara y mano caída hasta rozar el suelo de tierra apisonada. Comenta: “¬Este tonto de Retino, ni en sueños es capaz de comerse una chuleta.”
Por fin se anuncia Manolo, con un silbido discreto. Y ya se ha enterado Fermina, de que aquella comidita que le preparó con amor, se le quedará en el plato. Pepe el telegrafista, el que se casó con Marina, ha vuelto de Lyón, y ahora, los dos, están repitiendo el cuento de la lechera que se fue a Lyón de Francia y no tropezó en el camino ni se le cayó el cántaro, Fermina les ha preparado el cuchitril que el Sr. Manuel llama pomposamente “Laboratorio fotográfico de revelados.” Las intempestivas risas y los “bien sur” que salen del cuchitril de los “franceses” se van espaciando hasta que dejan de oírse, con lo cual, todos pueden ya entregarse al reparador sueño. La boya del Puerto franco, sigue lanzando su esperpéntico quejido. Las olas, atrapan el grito agónico, y lo revuelven con la arena, lo atufan, lo muelen. El último pensamiento de Justo es,
¬“Mañana se lo tendré que confesar al padre Damián... Al cura vicario”... Y se duerme, viéndose en la cama, la noche siguiente, rumiando, figurándose, lo mismo de lo redivivo.
Apurando las gotas de vigilia, Fermina termina con sus tareas de cocina, y emprende la retirada hacía la habitación. El aire que cuela por la puerta, recorre los rincones del dormitorio y se apoya con fuerza contra ella. Pero Fermina gatea, por entre los cuerpos de dominguito y de Adolfito, y se coloca en su sitio. Manuel se vuelve hacia ella y le echa el brazo por la espalda. Todos estos movimientos, y crujidos de resortes, se acallan por fin. Las voces que llegan apagadas de detrás del tabique medianero, nos recuerdan que a escasos centímetros, otros seres, también buscan sus camadas. La higuera que Manuel plantó en el hueco del pozo, ha agarrado bien y a crecido hasta sobre pasar el techo de cartón cuero. Una rama rasca sus hojas contra el papel alquitranado y desprende granitos de arena, que el aire hace rodar por la inclinada pendiente. En un último sobresalto, Justo piensa:
¬“Ha crecido... ¿Dará muchos higos este año?” “Mañana me confesaré”
“—Mañana... Maa-a- ña - na. Parece remedar la boya de mar. Maa, a, a, ñana.
V. - El padre Jiménez, intenta convencer a Justo para que se quede en un convento, si no en el de Villanova, en otro que más le guste y que se propone hacerle visitar. Mn. Damián, explica al P. Jiménez las necesidades por las que pasa la familia del postulante. Así como de los escasos ingresos, prácticamente inexistentes, que se recogen en la capilla de Casa Antúnez. Y puesto a explicar, explica al P. Jiménez, no sin una punta de escepticismo y perplejidad, que al párroco de Nuestra Señora del Port, de quién es él vicario, le es imposible sacar de donde nada entra, para subvenir una beca. Las dádivas ni siquiera dan para el cirio de navidad. El P. Jiménez le contesta que,
¬ Los dispendios no son tantos. Justo no será el primer seminarista que cursa estudios mediante becas, si tan es cierto que el chico promete. Será cuestión de ayudarle en sus primeros pasos de ingreso, y luego, si obtiene becas, él se adecuará. ¿No cree así, reverendo?
¬Yo creo, reverente padre, que este muchacho ha sido llamado y Nuestro Señor nos ha puesto en su camino para que le ayudemos. Un servidor, puede ayudarle en sus diligencias administrativas, e incluso llevarle a donde fuere en su tiempo libre. Pero como ya sabe usted, mi función de vicario en Casa Antúnez, es benévola. No dispongo de medios pecuniarios. El párroco para quién trabajo ahora, y de forma provisional, ya me ha dicho que no cae en los cepillos de N. S. del Port, ni para comprar el cirio de navidad...
¬Y nosotros, como usted debe saber, no podemos aceptarlo en nuestro seminario, con tan poca formación. Pero, en este centro de Acción Católica, los chicos tienen una hucha para ayudar a un seminarista. En principio, se destina a alguien que escoge la Compañía de Jesús.
¬ Pero como la vocación del Joven Justo, ha surgido en unos ejercicios que ellos patrocinaron, estimamos que es nuestro deber ayudarle con este acervo.
¬ ¿Y no puede usted, con ese dinero, llevarme a su seminario para jesuitas? Interviene Justo, que se decepciona a medida que surgen los problemas.
¬Es imposible hijo mío, sólo admiten a quienes ya tengan el bachillerato. Pero si más tarde deseas entrar en la compañía nadie te lo impedirá.
No concibe Justo esta pugna entre los tres curas, pero intuye que de dinero que no pueden o no quieren dar, se trata. No obstante, no le parece correcto, que el P. Jiménez trate de enviarlo a un seminario conciliar, y que una vez habiendo estudiado, se lo quiera traer al suyo de Jesuitas, que no acepta a los indoctos.
Empero, Mn. Damián dijo que de su particular acervo, podría distraer unas mil pesetas por mes, que gustoso metería en ha susodicha alcancía, si tan cierto es, que esas recolecciones irán a parar a su protegido.
¬Es preferible que se las mande usted, reverendo, directamente al seminario, si llega a inscribirse. Ya que la hucha de A. C. sólo se le reversará, si logra mantenerse y avanzar en sus estudios. Con este fin, se acercó al padre ecónomo, para que le dijera qué cantidad se había ya recolectado. Mosén Damián, bastante decepcionado, marmoteó en catalán
¬“ Aquets Jesuïtes son tots molts durs de pelar”
¬ ¡Albricias! Vuelve sonriendo el P. Jiménez, a quien el ecónomo ha dado una buena noticia – La hucha está llena: los catequistas se han cotizado y ha hecho acopio. El futuro seminarista ya tiene para empezar.
Marcha insatisfecho, preocupado Justo, al lado de Mn. Damián, sin saber adónde los llevarán finalmente todas estas gestiones.