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TIANA: ¬Tú no te preocupes, jovencito – le tranquiliza Mn....

Niña menudos” “ ¡Niña menudos!”
Gritaba en las encrucijadas de aquel barrio marginal, sin calles, sin luces, sin ilusión. “Menudos” suena bien. Decir Patas, rabo, pito, cagalón careta u ojos (Se vendían por quilos) parece más de “escombrerería” que de “carníssería”. Palabras de los vernáculos.
Algunos días, salen buenos, el sol seca la “Boira” el techo de cartón cuero no condensa el rocío, el suelo de tierra en aquel humedal, se seca y el barro de las callejas también. Entonces, las humildes barraquitas casi se vuelven casitas de pueblo blanco y limpio, o casitas de la pradera,”Et turututú chapeau pointu”
El ruido del mar, y el trajín de los camiones que arrojan a él los escombros de los derribos, los camiones-cisternas repletos de carburantes de la CAMPSA, parecían arrimar un poco aquel “No-mans-land” a la activa ciudad, al rico puerto, donde todo lo que relucía parecía oro y no lo era.
Justo se aclimata enseguida. Le costó trabajo coger el acento catalán; pero con deje extremeño decía sus cositas en el idioma, y sus nuevos amigos se ríen mucho escuchándolo “enraonar”. A sus padres se le olvidó inscribirlo en la escuela. Aquel año fue para él sabático. Y el siguiente, con la llegada de su hermano Adolfo, - consecuencia del reencuentro del Mariposo padre con la mamá mariposa - se le atribuye la guarda del niño, mientras que Fermina va a hacer sus faenas, o a vender sus asquerosidades de menudos

Se podían contar con los dedos de una persona pies y manos incluidos, los días que Justo fue a la escuela en Casa Antúnez. Pero él, también buscaba su vía. Justo tiene once años, y además de guardián de Abel, (Quiero decir de Caín, que así de malo o peor, era su hermano Adolfo) en la escuela, aprende a cantar el “Cara al Sol”. Es el himno falangista. Es obligado castellano. Él, con su cerrado acento extremeño, masca muchas palabras que no llega a captar tanto en castellano como en catalán. Se entera de que los peces del mar no son salados. Aprende la tabla de multiplicar del 5 al 10 y se niega a ir a comer al comedor de la falange, porque dice su padre que eso es para los fascistas.

Los domingos por la tarde, vienen unos tíos muy cursis y hacen cine, y dan caramelos a los niños del barrio, herejes como no se puede ser más, ¿Por qué? ¿Con qué objeto? Justo no lo entiende, pero se arrima a la cohorte que espera en la verja de la escuela.
De momento, enterado de que pasan pelis, y de que dan caramelos, se coloca en la cola que los “catequistas han formado. Cuando le toca el turno, le ponen en las manos un libro de catecismo y un puñado de caramelos. Se da la vuelta, se saca la camisa por fuera del pantalón y en un intento de disfraz, pone la cara torcida y se vuelve a colocar en la cola. Los catequistas, no lo reconocen, hereje entre herejes, y le dan otro libro: Idéntico. Los caramelos se han acabado. Vehementes protestas de Justo, que se siente defraudado.

III - Un día más el sol salió. / Gateando en el tejado. / En las gotas se prendió.
En la pez queda Impregnado / La humedad sale de casa. / El sol nos ha visitado.
Y secando el barro pasa... / Un día más el sol salió / y en la frente nos besó.

IV. Ecos del pueblo: Aunque muy de tarde en tarde, llegan cartas con noticias del pueblo. El señor Manuel, las lee en voz alta, Traduciendo el primer grado, marmoteando el segundo, y encontrando más defectos y desgracias que buenas nuevas en ellas, intentado así, apaciguar su decepción de haber perdido un edén; Si por el contrario, su hermano Antonio le refiere en una de sus cartas, algo que ataña a su Madre, el señor Manuel, enseguida lo transforma en chiste, jocoseria o gracia. Porque “Hay que ver las ocurrencias que tiene su pobrecita madre”.

Por aquellos tiempos, Justo ya se ha dado cuenta de que, a su padre se lo mete fácilmente en el bolsillo, si le ríe las gracias, y si se queda con la boca abierta, escuchando sus discursos. Había instaurado Don Manuel, una lista de preferencia, que se conseguía a base de ganar puntos que él iba apuntando en una libreta cuadriculada. Justo, como está transitoriamente en las buenas gracias de su papá, le escucha las horas muertas, con cara de bobalicón. Esos puntos, no servían para nada, sino para incitarlos a ser mejores los unos contra los otros, o mejor dicho, los unos en detrimento de los otros. Las cábalas de Justo no han llegado hasta esta conclusión: Él espera que un domingo de estos, su padre le llevará al cine, o le dará una peseta por punto para que haga lo que quiera con ella. Y como la manera de ganar puntos es tan sencilla, él, pone cara de San Antón y va almacenando tantos.
Su hermana Marina dice que “pone cara de monje bobo” A ella, estas preferencias que su padre alternaba con todos según su talante, la sacan de quicio. Y es que desde que empezó a sacar pechitos de limón, culito de bien vivir, y empezaron a rondar los mostrencos, al señor Manolo, se le ha pasado eso de que ella es el “ojito derecho de papá” Desde ya en el pueblo, empezó a fijarse Marinita en el otro genero. Y si cuando estaban en aquel bendito lugar, las cosas pasaban por ser niñadas, ahora con sus 15 años cumplidos, parece desmadre, despadre y des muy señor de ella. Para distraer la atención de sus andadas, saca siempre al pobre de Justo a la palestra. En realidad, no ser ya los ojos con que su padre miraba al mundo, le venía crudo. Y que ahora sea Justito, el señor “todo bien” de la casa la trae por la calle de la amargura: Envidia, pura envidia, la hacía buscar detalles para ponerlo en evidencia.
Llegan noticias del pueblo a los Panduros de Barcelona.
La apoplejía de Carlota, madre del señor Manuel y abuela de Justo, se la anuncia Antonio a su hermano Manuel por una carta que le llega dos semanas después del acontecimiento. Como en aquel Barrio todavía no había calles completamente formadas, ni claramente nombradas, y que cada cual le ponía a la suya el nombre que le apetecía, el cartero, se subía en cualquier montón de ladrillos, preferentemente en las plazoletas, soplaba en un silbato, y pregonaba los nombres. La operación la repetía una y otra vez, hasta que alguien se manifestaba, sea el destinatario, sea alguno que le conocía. Cuando le quedaban algunas, las dejaba en el bar del Primi durante algún tiempo.

¬ Manuel Hernández González, gritó el cartero entre dos pitidos.
¬ ¡Mi padre! Gritó Justo que recogió la carta. Fermina se la arrebató:
¬ ¡Trae para acá esa carta!
¬ Es para papá. Protestó Justo.
¬Quiero ver quién le escribe al granuja de tu padre.
Con una técnica bien rodada, despegó el sobre con el vapor del puchero. Cuando la cola se reblandeció, que el sobre se tornó de color tocino añejo, la abrió y leyó:

¬Tú no te preocupes, jovencito – le tranquiliza Mn. Damián – Si el P. Jiménez no consigue colocarte en ese seminario al que tanto deseas ir, yo te llevaré a otros. Déjalo en las manos del Señor. No hagas como Moisés, que dudó de la promesa de Yahvé, y no pudo entrar en la tierra prometida. Si Él quiere, Él proveerá.
VI. -. Antonio y Retino en la Barraca.
Amanece en Casa Antúnez. El sol se asoma al horizonte en la raya del mar, enfrente del basurero de las “Carretadas” La belleza de los amaneceres, parece salir de los montones de basura y derribos que las olas recortan, que el mar se traga muy a pesar suyo. Lo que no puede digerir este ente mortificado, flota, y brilla en la estela que el sol traza, transformado por el agua y el movimiento en puntitos multicolores. Si se trazara una línea imaginaria, desde el sol, y las “Carretás” la prolongación, llegaría al centro del rústico comedor de la barraca en esta época del año. Con la puerta de la única habitación abierta, el primer rayo del sol que se despegara del suelo de tierra, pegaría en la pared medianera que los separa de aquellos vecinos que trajeron a Casa Antúnez el odio, rencor y mal vivir del Somorrostro.
Como todas las mañanas, desde que el tío Antonio y las primas están en la barraca, al primer carraspeo, o ruido que sale de la habitación, saca Retino la cabeza de debajo de la mesa camilla, lugar preferente, mira si es Antonio el que se ha movido, y si es así, se acerca al banco silla que le sirve de cama, arrima el hocico a la cabeza de su autoproclamado amo, y le lame la calva.
¬Tate. Tate, Consuelito - Se queja Antonio, que cree que su hija mayor ha venido a hacerle una carantoña. Como sea, estos lametazos alopécicos, despabilan a Antonio, que sube su chaquetilla para tapar su cráneo, por breves momentos, pues enseguida sale de debajo de su “chambra” que a la sazón le sirve de arropo, y la hace resbalar, mientras se sienta, con gesto entelerido.
Sin manifestar mínima prisa, permanece sentado, bosteza, se pasa la mano por la cara, después por las orejas de Retino, y luego se coloca la boquilla entre los dientes, mientras lía el primer cigarrillo. El perro, sentado delante de él, no lo pierde de vista. Antonio Panduro, aguarda, fumando, a que su hermano Manolo salga de la habitación y utilice la palangana para lavarse, que Fermina llenó de agua anoche.
¬ ¿Qué tal tiempo hace, ahí fuera, Antonio?
¬Todavía no se hace carámbanos en el agua como en el pueblo
Le contesta este, arrebujándose sin embargo en su chaquetilla raída. Se seca Manolo terminada sus abluciones, haciendo remilgos con la toalla húmeda, que lanza a Antonio. Este, aparta los coágulos de jabón que e forman en la superficie de la palangana, y se humedece los párpados con tan sólo dos dedos. Manolo ya ha cogido el cesto de mimbre, donde supuestamente lleva la comida.
Todos los que trabajan en el aeropuerto llevan esos cestos, cuadrados de enea trenzada, que teóricamente contienen fiambres para las comidas con que durante el día deberán restaurarse en sus trabajos. Todos, o casi todos, comen, en los comedores del aeropuerto; a pesar que aparentemente, todos llevan comida en esos enormes contenedores, que al retorno, vuelven más cargados que a la ida.
Salen a la calle los dos hermanos, delante Manuel, Antonio rezagado; Manuel con su cesto, Antonio con las manos en los bolsillos, remolón, y el perro Retino, olisqueándole las botas. Al llegar a la parada del autobús, Antonio propone:
¬ ¿Nos acercamos al bar del Blay, y nos tomamos una copita de cazalla?
¬Adelántate tú, y te la tomas, que yo ya veo llegar el bus.
¬Yo no tengo prisa. Si no, me tomo un carajillo bien caliente, que eso si que está bueno. Es lo única cosa que me gusta de estos aburridos bares catalanes.
¬Y los ¿Peñascos? ¿No te gustan los peñascos?
¬ ¡Hombre! Granito de Extremadura, no es que sea; ni piedra azul Marmoleña, pero con estos pedruscos se puede hacer algo...
Bifurca Antonio en la salida del Pasaje de la Parada, antes Villa Caldas de Bombuy por un lado y Caldetas por el otro, y se va para el bar del Blay, mientras Manolo permanece en la parada del autobús de la línea B. El perro Retino, se ha quedado indeciso, en el pasaje, pero al poco, corre hacia su auto elegido nuevo compadre. Es inútil que Manolo intente con silbidos, hacerlo venir: Retino tiene ya un nuevo dueño. Subiendo al autobús, mira el Señor Manuel al perro y a su hermano, con una punzada de envidia, mientras piensa:
“—Este hermano mío, tiene un don con los chuchos.”
Parece mentira con qué rapidez sale el sol y amanece, como si el día surgiera del mismo fondo del mar. Son unos minutos radiantes, brillan las nubes por debajo, cargadas de boira, y en un plis - plas, se cuelga de una de ellas, gatea para colocarse encima, y otra vez se oscurece la campana del horizonte, hasta que sobre las diez de la mañana, venciendo esa pertinaz niebla costera, de nuevo todo resplandece formando unos iris vaporosos. No se producen grandes cambios en la barraca aquel día. Detrás de Manolo y Antonio, sale Fermina de la habitación, como un corcho de debajo del agua. Con aire de preocupación, rauda, se acerca a la cocina y distribuye unos cuantos alpargatazos a las curianas rezagadas.
“— ¡Consuelitooo!”
Grita Fermina a su sobrina, para despabilarla y que se prepare para ir al trabajo. Carraspea, esta, para que sepa su tía que la ha oído, y no le contesta para no despertar a su hermana chica, que duerme a puño cerrado. La mayor da un besito a su niña dormilona, la bordea, y se descuelga del catre cigüeña, hasta el suelo de tierra. Es el momento en que la mano de Justo, sale por entre los pliegues de las mantas, y acaricia, castamente, el brazo de su prima hermana.
No rechaza Consuelo esta caricia, que en repuesta, introduce la cabeza en aquel agujero, tira del abrigo que sirve de manta a su primo, lo bordea también, y como a su hermana, le da unos besitos

¬Que tengas un buen día prima.
¬Y tú también curita. Pero, ¡Uy! ¡Que pestazo a sardina arengue, hijo! Exclama, mientras le pone las mangas del abrigo manta, alrededor del cuello.
“— ¿Consuelitooo? ¿Que si quieres hoy café?
¬Ya voy, tía, ya voy, sisea Consuelo, para no despertar a su hermana.
Entre sorbo y sorbo de malta, Consuelo pregunta:
¬Tía: Ahora que Marina y su marido Pepe, se han marchado para Francia, ¿No podríamos, mi padre, mi hermana y yo, dormir en el laboratorio? No sabe usted la pena que me da ver a mi padrecito aquí tumbado en ese banco, esperando que todos se vayan a dormir, para poder descansar, con tanto como trabaja.
¬Y que lo digas, hija; pero el laboratorio y las fotos tienen que funcionar. Ya sabes, Dominguito tiene que estar revelando hasta las tantas de la noche, y ahora que podría empezar antes, si os metéis ahí todos, no pienso que mejoren las condiciones para tu padre.
¬Pero tía, si mi primo Domingo llega antes a casa, y termina antes su faena de las fotos, mi padre podría, aunque fuera él solo, dormir en el camastro.
¬Pero hija, si el camastro es el asiento donde Domingo... Mira: Yo no quiero inmiscuirme en ese asunto. Ya se lo diré a tu tío, para que si se tiene que enfadar, por no poder hacer lo que quiere en esa habitación, mejor que pague conmigo que se moleste con tu padre...
¬Pero tía, si mi pobrecito padre no dice esta boca es mía.
¬Pues por eso. Deja que yo haga un inciso con el viejo cascarrabias, y veremos qué dice. Tú sabes que esos trabajos de fotografía que tu tío hace y que tu primo revela, son un aumento del triste sueldo que gana en el aeropuerto.
¬ ¿De lo que gana con las fotos no te da nada, tiíta?
¬ Nada hija. Pero siempre le saco algo que viene bien, bien, aunque yo no vea el primer céntimo ni la última peseta, para pagar unas trampas. Porque ¡hay que ver, lo roñoso que es tío! -Esto último, lo dijo con un hito de amargo despecho.
Manolito, el mayor de los Mariposos, se apunta también al café cebadero matutino. Bromea con Consuelo sobre algo referente a sus voluminosos pechos, cosa que la hace enrojecer hasta la raíz del pelo, y motivo por el que Fermina riñe a su hijo. Se excusa Manolo con aire contrito, agarra el bocadillo que le tiene preparado su madre, y haciendo un gesto desde la puerta a su prima, indiscreto con las dos manos delante de su pecho, como sospesando algo, desaparece burlón sin tratar de saber si su madre lo ha visto.
¬Tía, no riña usted a mi primo Manolo. Yo no me enfado por que diga la verdad. ¿Qué puedo hacer? He heredado estos pechos de mi tía Consuelo, a la que tanto dicen que me parezco. Además eso es sólo por que no sabe cómo o de qué hablar conmigo. Somos primos y como si fuéramos hermanos.
Consuelito tenía una verruga en la comisura del labio superior, que en caso de descarga de adrenalina se le ponía morada. Como lo sabía, procuraba limpiarse, o como si lo hiciese, ponerse un pañuelo para taparla, hasta que la atención de los otros decaía. En estos menesteres se aplica, cuando su tía contraataca: