¿tienes una cafetería?

TIANA: ¬ ¡Ah! ¡Sí! – Revuelve Fermina: ¿Es por lo de primos...

¬ ¡Ah! ¡Sí! – Revuelve Fermina: ¿Es por lo de primos hermanos? - ¿Es por eso? Y, ¿Justito no lo es? ¿Quiero decir: ¿No es tu primo hermano? Consuelito enrojece hasta la raíz de la verruga. Tiene que de nuevo recurrir a taparse el indiscreto lunarcito, mientras conviene:
¬También, tía. También. Pero Justito es más o menos de mi edad; quizá sea por eso que me parece que lo quiero un poco más.
Sigue hablando atropelladamente, con el pañuelo en la boca, intentando ahogar el pez en su propia agua. Pero a Fermina le pasa como al demonio, que más sabía por viejo que por demonio. No se queda muy convencida con las explicaciones de su azorada sobrina.
¬Fíjese: Hasta hemos jugado a casitas y todo eso. Y... Y... ¡Eso!
Fermina alcanza a atrapar una coma, o un punto que sonaba a flauta de pan, Y los puntos suspensivos que confesaban más que mil palabras.
¬Bueno hija: No te sulfures. No quiero que te alteres por unas figuraciones mías. Son cosas de las madres. Y como tú ya no tienes a la tuya, pues yo te hago estas preguntas: ¿Es verdad?
¬Verdad, ¿Qué, tía?
¬Que te gusta, el primo.
¬ ¡Noooo!
Y aquí, precisamente, puso unos cuantos puntos más de los debidos, con lo que confirmó las sospechas de Fermina.
¬ Va a estudiar sacerdocio. ¿Sabes que en septiembre se va al seminario?
¬Sí, tía. ¡Qué lastima que quiera ser cura: Pobrecito, toda la vida solo!
¬Tendrá su madre, mientras viva. No lo perderé jamás. Porque si eso ocurriera...
¬Pero tiíta: Usted no se creerá que yo y el primo...
Más tarde se marchó Consuelo a su trabajo en la fábrica de conservas. Fermina estuvo barriscando los irregulares ladrillos que servía de pavimento en la barraca. Justo los ha acarreado de las Carretás, y Manolito los ha encastrado en la tierra apisonada del comedor. Las juntas se van rellenando gradualmente, con la tierra que los zapatos acarrean de fuera, las migajas y el polvillo de los vientos del Sajara. Más tarde, sale Justito de la habitación, haciendo el dormido, y pidiendo a su madre el café. Ha oído toda la conversación de Consuelo con Fermina. Sobre todo, las exclamaciones de inocencia de su querida prima. Le pone Fermina un tazón de casi medio litro de aquel pálido reflejo de café, mitad sucedánea de leche en polvo, con un cuscurro de pan duro, para que llene la tripa de algo que distraiga su voraz apetito. Pero al poner el bool. en la mesa, golpea la tarima con él un poco fuerte; lo mismo hizo con el pan que se desmoronó.
¬ ¡Mamáaa! ¿Estás intentando clavar todo esto en la mesa?
¬ ¡Precisamente! Por no darte con la comida en la cabeza. Mal primo. Mal cura. ¡Putañero como tu padre, y sinvergüenza como tu prima hermana!
¬ ¿Y a qué viene todo esto ahora? Sabía Justito, muy bien, hacerse el inocente ultrajado: Abría sus grandes ojos de verde garduño, casi trasparentes, y se ponía blanco como el papel. Así, asustaba a su madre, que desde que tuvo aquella dilatación del corazón con los barnices al alcohol, temía que le diese un ataque.
¬ ¿Me lo dices, mamá? ¿Luces las cosas que luego no aclaras? ¿Hice algo malo?
¬N.. No sé: A lo peor son sólo figuraciones mías.
¬ ¿Qué figuraciones?
¬Que tu prima Consuelito y tú os queréis.
¬ ¡Claro que quiero a mi prima! Y que mi prima me quiere a mí, es evidente. ¿Y eso qué malo tiene? ¿No se deben de querer todos los primos? Incluso los que no se tocan nada, dicen los mandamientos: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Y Jesús dijo: “Amaos los unos a los otros...”
¬Ya. Ya sé que sabes mucho de religión, pero no es de ese amor que yo te estoy hablando. Te vas al seminario pronto: ¿Qué quieres? ¿Dejarte aquí una novia?
¬Mamá: Yo quiero a mi prima Consuelo, como a mi prima María. Y si tuviese aquí más primos, igual los querría. ¿Me has visto alguna vez con alguna chica? Ellas son precisamente, la garantía de mi castidad.
¬ ¡Amén! Concluyo Fermina, que también hacía pinitos con el latín de la misa.
Pero insatisfecho, Justo, no quiere concluir. Entiende que su madre a soltado ese amén, con claro y manifiesto retintín. Quiere saber qué se imagina.
¬Tú me lo has dicho por algo. Llevas tu idea; alguna sospecha infundada.
¬Y cuando tu madre tiene una idea...
¬Sí. Pero te gusta dejar a la gente con el suspense. ¿Eh? ¿Eh?
¬Pues ya puedes sacar el pescuezo que quieras, que no te vas a enterar.
¬Pues sigue haciendo montones de imaginaciones, que no hay nada de cierto. Tu “don” adivinatorio, no te servirá esta vez. Que Consuelito me dé un beso...
¬ ¡Velahí! ¡Te ha dado un beso!
¬ ¡Y dale! Todos los días me da uno o dos. Y con María, ¿también me voy a poner novio? Porque ella me besuquea como si se me fuera a caer la piel de la cara y me la quisiera pegar a besos.
¬Bueno. Bueno: No quiero seguir hablando de este tema más tiempo. ¿Qué vas a hacer hoy? ¿Irás al seminario mayor a preguntar cómo tenemos que hacer con las cosas que tienes que llevarte a Tiana?
¬No hay prisa. Es para mediados de septiembre.
¬No. Si al final voy a tener razón en mis sospechas. No te veo con demasiadas ganas d irte a estudiar para curita...
¬Pues no te preocupes por eso que en septiembre me iré, con ropa o sin ella; con libros o sin libros y con o sin primas. Ya me ha dicho el Padre Jiménez, que me ayudará a pagar las tres mil pesetas trimestrales que cuesta la estancia. Y de la hucha donde los catequistas de Acción Católica van echando para un seminarista, - yo en la ocurrencia, - dice que me sacará para que compre ropa nueva y zapatos.
¬ ¿Y te lo va a dar ya? Es que la ropa no la tengo toda comprada, y si te diera ya el dinero...
¬Se lo pediré. Iré hoy mismo a verle. De paso me confesaré con él. Le gusta ser mi director espiritual.
¬Ni se te ocurra decirle que has estado dando besos a tus primas. No lo comprendería, y no te daría ese dinero. A lo mejor ni te dejaría ir al seminario.
¬ ¡Y dale! Pero mamá: Qué va decir porque bese a mi prima, o ella a mí.
¬ ¡Inocente! ¿Cuánto piensas que te dará?
¬No sé. ¿Cuánto necesitas para esas ropas?
¬Pues, unas dos mil... ¿Podrían ser tres mil, hijo? No me vendría mal un suplemento. Tengo que comprarte un par de camisas, unos calzoncillos de invierno, pañuelos...
¬ ¡Anda! ¡Pañuelos! ¡Pero si yo sigo limpiándome en la manga!
¬De ti nada me extraña. Sobre todo la guasa que tienes con tu pobre mamá. Y mira que hacerte esa foto para la revista de los catequistas, ¡con semejante vestimenta! Y encima poner esa cara de bobo franciscano que has sacado.
¬Ya le dije a mi tutor, que me dejara venir a vestirme más decentemente. Pero no quiso: Dijo que tenía que ser ya. Lo de la foto, quiero decir, para que pudiera salir en la revista de Acción Católica. Total, mucho peor he salido en la foto de familia numerosa, que ahí sí que parezco el bobo de Coria. Ahora que a pinta de pueblerino, me ganan todos mis hermanos.
Justo se ha bebido el tazonzazo de leche y malta a cincuenta por ciento de nada, y sigue maquinalmente, mojando, mojando el cuscurro de pan duro que le ha sobrado en el cuenco vacío.
¬ ¡Ay! Espero, se lamente Fermina, que por lo menos te den bien de comer en la Conrería. Y si no es de buena calidad, por lo menos que sea abundante, no vaya a ser que te me mueras de debilidad. Tú por si acaso, llénate los bolsillos de pan, por si no hay otra cosa, hijo.
A estas horas de la mañana, aparece Dominguito en el umbral de la habitación. Bueno, la cabeza solamente; y tardó un rato en salir toda. Con su hablar gangoso. (Debe ser un francés camuflado) Por la nariz le pregunta a Fermina:
¬ ¿Está ya mi cahjhé, mamá? Pero ya viene Fermina con otro cuenco, similar al de Justito, para el hermano. Lo pone delante de Domingo, que se restriega los ojos, y vuelve a sus cacerolas. Justo, aprovecha el momento para mojar su resto del pan duro en la leche de Domingo.
¬ ¡Mamá! ¡Mamáaa! Justo ha metido su pan en mi taza de cajhé, y se ha chupado la mitad del caldo.