TIANA: Cap5...

Cap5
Capítulo. 5. Justo marchó al seminario.

Justo, se ha marchado ya, al seminario menor de Tiana. Eso está cerca de casa Antúnez. Bueno todo es relativo: Casa A. se encuentra cerca del mar, pero al sur oeste de Barcelona. Y La Conrería, está al Norte de Barcelona, después de Montgat, y pasado el pueblecito de Tiana. Hay que coger el tranvía 48 hasta la estación de Francia, allí un tren de cercanías, que echa el ciento y más en llegar a Montgat. Desde Montgat a Tiana, un tranvía de vía estrecha, que a menudo de sale de los rieles y los viajeros tienen que bajar a empujarlo a buen camino.
Después, montaña arriba, por una carreterita de mala fortuna o variando por empinadas cuestas hasta el seminario que esta en el “Conrer” y que los curas han dedicado a nuestra señora de Monte Alegre. Hasta allí, lo acompañó su madre, hasta allí se llevó sus cosas Justo en la única y sempiterna maleta de madera. Dejémoslo con sus maestros curas y sus misas cantadas, y apuremos las historias de los familiares y allegados. El que escribe, cree haber contado ya esta epopeya. Sobresalen algunos detalles y otros se le han olvidado. Lo que mejor recuerda, es verse gateando, sudando y resbalando con sus zapatos nuevos en la arenilla de las viejas rocas, y tirando de la famosa maleta de madera, de su padre. La maleta, que sirvió a su abuelo Adolfo cuando fue a la guerra de cuba, a Manuel cuando estuvo en el Rif. a Fermina cuando se reunió con su marido en el puerto de Santa María, a su hermano Manolo, y en general a toda la familia cuando se desplazaban, fue también de aquel viaje iniciativo, de Justo al seminario.
Pues bien: el santo adicto al cilicio, venía cada tres meses una semana a la barraca, cuando no prefería quedarse con los curas, para ayudarles en sus misas diarias.
Con buen tino, Justito, prescinde dormir debajo de sus primitas.

Otras lidias, son, coger un catarro en el excesivamente aireado comedor, o peor: Lavarse las orejas en el agua jabonosa de las anteriores abluciones de los otros habitantes. En esas visitas a la barraca, Justito se apercibe, con desolación, de las condiciones en las que viven sus padres. De vuelta al seminario, recupera con fruición, su mullida cama, su pupitre en el estudio, rodeado de sus condiscípulos que se procuran mutuo calor, en espera de que pongan la calefacción en el destartalado “Conrer” ahora Seminario Menor.

Allí se olvidan los troncos de col hervidos, que su madre podía poner de comer. Y estando él, cómodo y feliz en un mundillo perfecto, aunque austero, se olvida de los suyos, mientras intenta congraciarse con Dios, para que lo santifique, y digne darle un sitio similar al del seminario en una de sus numerosas y tan pregonadas moradas.

II. – Los ratones están en la Montanyeta.
¿Seguro que no se ha escrito nada, antes que ahora de la montañita que está detrás de los dos frontones del patio principal? Aquella pequeña protuberancia que estuvo pegada por el lado derecho del edificio principal, con el tiempo y las sucesivas ocupaciones, fue reduciéndose hasta dejar espacio para añadir al patio las dos canchas que tanto aprecia Justo. Lo que sí se ha contado, es que los menores suelen subirse al cogollo donde quedan algunos arbustos, y edifican altarcitos, donde se ensayan a decir misas.
Otros habitantes habituales de la tranquila peña eran unos ratolines minúsculos que acostumbrados a los niños que nada les hacen, roen los piñones y horadaban la quebradiza roca en innumerables galerías. Tampoco pensó Justo en hacer daño al pequeño roedor que atrapó una mañana. Era tan pequeñín que lo introduce en la caja de la goma de borrar y se lo mete en el bolsillo, con la intención de soltarlo en clase de Francés. Recuerda el día que en dicha clase, el Dr. Altés dando su lección y Justo con un zapato en la mano que se acerca al extrañado profesor, pero no para tirárselo a él, sino a un ratón que se está paseando entre sus pies; La sorpresa fue mayúscula para el buen Rector que se sacudía la sotana y daba saltos con la consiguiente risa de los alumnos. Aquella vez también el ratón se escapó.
Los asiduos lectores de estas crónicas, ya se habrán dado cuenta que entre Mn. Queralt y Justo quedan pocos átomos ganchudos. A pesar de los intentos de acercamiento del chico, Mn. Queralt no puede sufrirlo. Verdad es que le ha hecho varias trastadas: eso y otros tantos malentendidos los han distanciados.
Sin embargo, es de esa manera desafortunada, intenta Justo atraer la atención del clérigo: Como aquel día que les leía un artículo de un libro de Azorín y sonó la campana de fin de clase. El lamento de contrariedad de la mayoría de los alumnos, no ahogó el grito de Justo:

¬ Tenemos recreo
Dice, deseando que el Mosén. Continúe con aquella prosa que tanto aprecia.
¬ ¡Tenemos sinvergüenza! ¡Tú! ¿Tienes vergüenza?
Le respinga Mn. Queralt, glosando su queja, siempre, por el peor de los sentidos.