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TIANA: Diario de Justo en el seminario: Domingo 29 (Sin fecha...

Diario de Justo en el seminario: Domingo 29 (Sin fecha de mes)
Espero visita: El domingo es un día alegre. No hay clases. Eso es primordial para los estudiantes. Se puede descansar. Practicar su deporte favorito. Se puede adelantar el trabajo de la semana. Se puede no hacer absolutamente nada. El domingo vienen las visitas; con ellas, una invasión de casaquitas, plises, faldas, gorritos de mil colores que en franca pugna con nuestras austeras sotanas, acaban por imponerse durante unas horas, produciendo el gusto de la variedad. A la sazón, se obra un cambio, aquí, donde todo es uniforme, donde sólo las corbatas se atreven a distinguirse: La plaza, la alameda, las salas de estudio o las dos capillas se ven invadidas por este derroche de color. Y lo que en cualquier otro lugar podía ser motivo de escándalo o fuerte estupefacción, aquí, a nadie extraña: Negras y sobrias sotanas se mezclan con infinidad de otras variopintas prendas que no alcanzaría a nombrar.
Allá, en el gran portal y la alameda, un clérigo pequeñito, pequeñito,, tanto que no llega a pasar un palmo de la cintura de una señora que lo abraza como si quisiera ahogarlo, y que le enseña ¿Puede ser un paquete de caramelos? Aquí, al lado mío, otro curita que apenas levanta un metro del suelo, ofrece apoyo a, debe ser también su mamá. Desde donde estoy veo a un condiscípulo mío que lleva en brazos a su hermanita y le hace dar vueltas de campana. Ríen con la despreocupación de la juventud dos chicas, que por la pinta no pueden negar que son hermanas de Rodríguez. Y mezclados, entre esa cascada de risas y colores, los jóvenes seminaristas, se mueven ligeros, gesticulan se interpelan y ríen, ríen... Y es que no hay mejor alegría que la que rebosa del corazón.

Seminario: Una visita inesperada.
En el aula, estudio, que supervisa – entiéndase: vigila – don Pedro, todo parece estar en calma chicha: Salvat intenta estudiar matemáticas: Parece que los problemas los está escribiendo en el aire. O bien se ha pasado a la clase de solfeo y está componiendo. Torroja sigue con interés los gestos de Salvat y abstraído se hurga en la nariz como siempre. Don Pedro se pasea por entre las mesas echando vistazos a los cuadernos de deberes de los alumnos.
Lleva el breviario medio leído ya, a las diez de la mañana. Llega a punto, cerca de Torroja, cuando éste se va a comer el fruto de sus excavaciones. Torroja, que apercibe la sotana del Sacerdote profesor, con disimulo, lleva la pelotita de mucosidad al ángulo inferior de su pupitre y alli la pega, para quizás comérsela mas tarde.
Frank, el que se castiga antes de cometer la falta, copia el deber de latín de Bou que es uno de los mejores en versión. Justo observa el aula por el rabillo del ojo, mientras con sus dedos cuenta las sílabas de un poema a medio componer. En la penúltima mesa, Rodríguez, el hijo del guardia civil, parece estar muy atareado consultando un grueso diccionario. Damián, sopla sobre las páginas del Espasa, como pretendiendo quitar estorbos de encima de las definiciones.
Tocan horas. A punto de sonar el primer cuarto de diez, empieza a funcionar el cuadro de señales: El 2 se ilumina y parpadea varias veces. A poco, don Pedro, que tiene un ojo en las últimas páginas del breviario y otro en todo lo que sucede en la clase, conecta con el despacho del doctor Altés.
¬ ¿Sí señor Rector?
¬ ¿?.
¬ ¿Justo Hernández? Sí señor. Enseguida se lo mando. ¿Justo? – repitió en voz conminatoria – al despacho del doctor Altés. Y deja ese libro.
Sale del estudio Justo, tratando de memorizar la última estrofa no escrita, y en el porche del claustro del primer piso se encuentra con el Rector:
¬ ¿Me ha llamado usted, Doctor?
¬ Mi querido Justo Empieza a decir el Rector con aire abstraído, sin levantar la vista del breviario. En el párrafo que estaba leyendo, pone un dedo acusador, como si quisiera retener la oración, y repite: Mi querido Justo: Hoy tienes dispensa de estudio y clase.