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TIANA: Justo se ha parado en su impulso de trepar por el banco,...

Justo se ha parado en su impulso de trepar por el banco, para descolgarse a la terraza residencia de Quelonia.
¬ A mí me importa. Aunque somos de la misma edad, más o menos, y ya nos conocemos, dudo que al Doctor Altés, si nos oye, le agrade.
¬ Pero cuando no nos oiga... ¿Sí?
¬ No me gusta tener que mentir: No es digno de un seminarista. Le contesta éste, haciendo una mueca de duda y al mismo tiempo de asentimiento.
¬ Y pues ¿Qué decidimos al respeto?
¬ ¡Chico! Eres más retorcido que un Jesuita! Interviene Marina.
¬ Nos tutearemos entre nosotros. Nos hablaremos con respeto cuando haya alguien presente. No quiero que piensen...
¬ ¿Y lo que yo piense viéndote subido ahí? ¿Te vas a tirar a la carretera?
¬ Voy a bajar a la terracita esa, que hay ahí una cosa que quizá os interese ver.
Con presteza salta Justo al contrafuerte y del refuerzo, sujetándose en los salientes, está bajando, cuando oye decir a las chicas:
¬ ¿Que es? ¿Qué es?
¬ Paciencia ya lo veréis.
¬ Espera, que bajo también. Dice Marina.
¬ ¡No! ¡Que el rector ha dicho que puede ser peligroso que gateéis por esa pared... No desciendan.
Pena Perdida: Carmen ha saltado al contrafuerte y imitando a Justo, está bajando. Marina más prudente la sigue pegada a la pared a causa del miedo.
El seminarista que sigue mirando hacia arriba, con temor a que se caigan, siente como el color del sofoco le sube a la cara, al ver las insignificantes braguitas de la muchacha por debajo de la falda. Fue sólo un instante. Enseguida baja la vista; Pero junto con el rubor, oleadas de tensión le irradian. Se siente pecar. Quisiera no haber visto aquello. Pero en su fuero interno, sabe que ha querido mirar y que lo que ha visto le ha interesado. Inicia una jaculatoria muy socorrida para estos casos: “Agnus Dei qui tolli peccata mundi miserere mei” Y dirigiéndose a Carmen le dice:
¬ ¡Quédate ahí que me van a reñir a mí. O mejor sube al banco que yo subo detrás con la cosa que os quiero enseñar; la tengo que buscar entre las hierbas:
Aparta unas cañas y mete la mano por debajo de la hierba.

¬ ¡Ya la tengo! Es una tortuga: Se llama Quelonia.
¬ ¿Una tortuga?! Qué bonita!
Carmen se da media vuelta en el contrafuerte, y en dos saltos se deja caer al lado de Justo. En el parapeto aparece una cabeza con birreta negra. A Justo le da un vuelco la sangre. Da un paso para alejarse de la chica, pero el gesto no ha escapado al clérigo que desde el mirador dice:
¬! Chica! Por poco le caes encima a Justo. Por la voz ha reconocido éste a su maestro preferido: Don Pedro. En una reacción incontrolada, sopla expulsando el aire que retiene.
¬ ¡Qué susto te has llevado Justo! D. Pedro sonríe malicioso. Entre él y Justo hay una complicidad nacida de las letras y de las poesías.
II. El Doctor Altés se une a D. Pedro, cada cual con su breviario: D. Francisco Javier sisea una Jeremiada, cuyas frases se intercalan entre verso y estrofa mientras que D. Pedro va casi declamando en voz alta el cantar de los cantares:
(D. Pedro) – “Mi bien amada es toda fragancia y rosa de color...”
(Doctor A.) – Mis parientes me han abandonado... Mis amigos me dan la espalda.
(D. Pedro sube un poco la voz, para no perder el hilo de su lectura)
¬ Aleph: No te alteres a causa de los malos... No les envidies...”
(Doctor Altès) “¬ Aunque creas que duermo, mi corazón está en vigilia... abre la puerta de tu corazón, mi hermana mi amiga, mi bien amada...”
¬ ¡Ejem! ¿As visto a los dos tórtolos? -Pregunta el Doctor Altés, sin levantar la vista de su breviario ¬ “Sus labios son como la flor del lirio... Sus piernas como columnas de alabastro”...
¬ Sí, eso, tórtolos parecían, “Fui joven... Ahora mírame viejo” – Me asomé y los dos estaban muy arrimaditos... “El malvado espía al justo y busca a aniquilarlo”... ¡Acariciando la tortuguita!
Doctor Altés: ¬ “Mi bien amada ha bajado al jardín de las flores de bálsamo... Para hacer comer a Quelonia, ¡No! A su rebaño”
Don Francisco Javier, da un carpetazo con el breviario y dice a Pedro:
¬ ¡Cómo presentas las cosas! ¿Estaban haciendo algo malo? ¿Besándose, por ejemplo?
¬ ¡Calla Jesuita! “En Yahvé toda mi esperanza... Porque Él me ha izado fuera de la fosa de la perdición”.
A su vez, Pedro cierra el breviario, y explica a Francisco Javier:
¬ Ese muchacho, sobre el que os encarnizáis, no está haciendo sino lo que le habéis dicho que haga. Y parece que esperas que caiga como un bellaco en una trampa. Sé que lo mandaste a que les enseñara la tortuga a las chicas. Él le dijo –le he oído muy bien – que bajaba a buscarla para enseñársela, y que no bajasen ellas, por que se podía lastimar. ¡Ellas! ¡Ellas! Tanto su hermana como esa otra intrusa que bien veo que desconfías que pueda haber venido por que le conoce y ya han hablado de otras “Cosas”
¬ Sí. No. No te lo niego... Pero estaban algo acaramelados ¿No?
¬ ¿Qué crees que puede suceder entre un chico de dieciséis años, y una chica más o menos de su edad? Los polos se atraen, y el hombre, por más decidido que esté en ser de Dios, siente esa atracción por la mujer que se acerque un poco a él... ¡Pobre Justo! Y pobre Rector, que se ha olvidado de aquella parte del padre nuestro que dice “Et ne nos inducas in tentatione”
¬ Quizás tengas razón, Pedro. A su edad, yo...
¬ ¡Eh! ¡Eh! “Pas de confession” “A chacun sa croix, et le poids de ses fautes”
¬ Vayámonos a la capilla, y dejemos a estas dos criaturas decidir libremente de lo que harán. Es conveniente quizás, que Justo tenga alguna experiencia con chicas de su edad, para poder decidir de su destino.
Don Pedro se saca del faldón de la sotana un cigarrillo, que enciende con gran habilidad con una cerilla de una sola mano, mientras echa una mirada a la izquierda, en dirección del huerto de las monjitas. Hay en su mirado una pizca de nostalgia, que no escapa al avisado Rector.
¬ ¿Y las confesiones de las hermanas? ¿No te cargan demasiado?
¬ Ya te puedes imaginar: Cuando alguna viene a confesar que ha pecado porque se ha tirado un pedo, y que ha sentido placer... Tú me dirás, ¡esto es lo que hay!
¬ Vamos, vamos, Pedro: Mejor es eso que te diga alguna que se ha acostado con el Onofre...
¬ Con Dios se acuestan, con Dios se levantan... Y hasta creo que esperan que venga a ellas Nuestro señor, para hacerlas realmente sus esposas, como creen ser: Carnalmente.
¬ ¡Que barbaridades dices! ¿Qué daño hacen las pobres?
¬ ¿Con soñar? Ninguno a nadie. Ninguno a Nuestro Señor. Mucho a ellas, que por naturaleza están hechas para procrear y se están secando en vida.
¬ Voy a tener que ir yo de cuando en cuando a confesar a esas nonas, a ver si todo eso que me dices... (Miserere) tiene... (Mei) otro sentido... (Deus) del que tú le das... (Secundum magna... bisss bibis)
Con estas palabras entremezcladas con la lectura de su breviario, el Rector da por concluido el asunto. No así Pedro que piensa sin exprimirlo: “Ve, hombre. Quizás a ti también te convendría...”

.............................. 23/01/2005