El debate sobe el estado de la nación rara vez nos muestra cuál es la situación real de la nación española. Vemos con mucha claridad cuál es la relación de fuerzas en el Parlamento, por dónde pasan las amistades y enemistades entre los partidos e, incluso, cuáles serán sus estrategias inmediatas. Pero la nación propiamente dicha aparece más bien poco.
Esta vez, sin embargo, el estado de la nación se hizo presente en dos asuntos mayores que por sí solos definen el momento actual de España. Uno, el pacto del Gobierno con ETA, denunciado por la oposición y no aclarado por el presidente. El otro, el pacto del Gobierno con las fuerzas secesionistas, menos sólido en las Cortes que hace sólo dos años, pero recrudecido en Galicia, Baleares y Navarra. Esos dos hechos definen por sí solos cuál es el estado real de la nación: estado de emergencia.
Es llamativo, por otro lado, que en sus discursos nadie empleara el término nación para referirse a España. Incluso el portavoz de la oposición, acertado en sus críticas, no habló tanto de España como de la Constitución. La nación española sigue siendo algo así como una realidad prohibida, de la que es de mal gusto hablar. No puede extrañar a la clase política que sean la sociedad, el pueblo, los ciudadanos, quienes recojan del suelo la bandera.
El Farero de Capdepera.
Esta vez, sin embargo, el estado de la nación se hizo presente en dos asuntos mayores que por sí solos definen el momento actual de España. Uno, el pacto del Gobierno con ETA, denunciado por la oposición y no aclarado por el presidente. El otro, el pacto del Gobierno con las fuerzas secesionistas, menos sólido en las Cortes que hace sólo dos años, pero recrudecido en Galicia, Baleares y Navarra. Esos dos hechos definen por sí solos cuál es el estado real de la nación: estado de emergencia.
Es llamativo, por otro lado, que en sus discursos nadie empleara el término nación para referirse a España. Incluso el portavoz de la oposición, acertado en sus críticas, no habló tanto de España como de la Constitución. La nación española sigue siendo algo así como una realidad prohibida, de la que es de mal gusto hablar. No puede extrañar a la clase política que sean la sociedad, el pueblo, los ciudadanos, quienes recojan del suelo la bandera.
El Farero de Capdepera.