En plena tertulia familiar, alguien ha rescatado una vieja guitarra y, tras mirarnos, rasgamos un yo que en la piel llevó el sabor amargo del llanto eterno, que han vertido en tí cien pueblos.De ahí a repasar Rosendo, Ibáñez en París, la estaca, un montón de toneladas, el viejo tambor de Raphael, la hoguera o dame tus besos a mí, ha sido un momento.Sin olvidar la respuesta en el viento o la imaginación de Lenon.Es curioso cómo las letras de algunas canciones te transportan a un tiempo de guerra vivido en la paz y vas y entonces te acuerdas de aquellos que nos abandonaron y cuando faneca me nombra Alberto Cortez o que no hay que matar, que quisiera ser civilizado como los animales, es cuando comprendo que no hay nada que cambie la sonrisa de los tuyos por mucho que afuera llueva.Luego surge el rey del pollo frito, Ríos, la jota de los perros y un pasodoble de suspiros y mescolanzas.A estas alturas, no sé qué ha pasado con mi voto o si el Sevilla se moja en el Ebro.Da igual, ni siquiera el Jekyll y Mr. Hyde me preocupa.Es de esos días que pondré en el taco de lo bueno.
Salud a todos y descansar, que mañana no tendré el alma tan tierna.
El Tamboriler del Bruch.
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