![Darmós centro](/fotos_reducidas/8/7/7/00701877.jpg)
EL BARRANCO DEL PARRELL un recuerdo de la infancia
En la afueras de Darmós se encuentra el barranco del parrell. El parrell es una tierra rojiza que con su cal y el agua hace unas bolas en forma de pequeñas piedras acristaladas que están incrustadas por las paredes de este barranco, estas piedras no tienen ningún valor, solo que en nuestra infancia nos atraía su color rojizo y de cómo brillaban pareciendo trocitos de cristal incrustados en una bola de tierra. Estas piedras según como se excavaban en la pared salían de diferentes tamaños, y el que encontraba las más grandes era como si fuese el más rico para con ellas hacer intercambios con otros objetos como, canicas, sellos, cromos etc.
A este barranco no solo íbamos a buscar el parrell sino, que también íbamos a jugar, se encontraban gran cantidad de captus, que nosotros vulgarmente les llamábamos azabaras que son las bases que forman el árbol de la Pita. En este barranco había una gran pendiente para llegar al fondo y, para deslizarnos por ella cortábamos estas hojas de azabara, siempre buscando las más anchas, quitándole los pinchos de los extremos y la punta para no pincharnos, todo seguido nos sentábamos encima y nos deslizábamos por la pendiente como si fuera un patinete de la nieve, pero sin este elemento, ya que normalmente lo hacíamos en verano. Estas hojas aparte de hacer el efecto del patinete nos resguardaban de la rotura de los pantalones y, evitaban que rozásemos el culo con el suelo y nos hiciésemos daño, pero eso si, como eran verdes y tiernas no nos librábamos de las manchas del jugo que desprendían estas, al apretarlas con nuestro peso y el roce del suelo. También las utilizábamos para hacer dardos, cortando las puntas que servirían para lanzar a la diana también fabricaríamos nosotros. Las puntas de estos captus eran lo que a lo largo del tiempo se alargarían y con su crecida formarían lo que sería el árbol antes citado. Para la diana se cortaban las hojas más anchas quitando los pinchos de los extremos de estas, al igual que acianos para los patinetes, pero esta vez dándole forma redonda moldeándolas con un cuchillo, ya que seleccionábamos la parte más gruesa i consistente para que se clavaran los dardos sin dificultad.
Este barranco me trae muchos recuerdos de mi infancia de los muchos ratos pasados allí, aun que hubiesen otras opciones para jugar, cómo a patacones, rodar la rueda con un gancho, a las canicas fabricadas por nosotros mismos con fango de arcilla, con chapas de las botellas de refrescos y un sinfín de juegos más, pero siempre lo prohibido era lo más bonito, ya que en nuestras casa no querían que fuésemos a jugar allí y, mucho menos lanzándonos por la pendiente con las azabaras, cosa que evidentemente no sabían nuestros padres.
Este barranco allí sigue como también siguen estas piedras de cal, pero ninguno de los niños de ahora se acercan a él, pues ya tienen afortunadamente con que entretenerse, con esos juegos electrónicos que ni siquiera hace falta salir de casa. Pero el parrell forma parte de nuestro recuerdo de la niñez. Tanto que uno de estos niños que pasaron tantos ratos allí, buscando esas piedras y deslizándose por las rampas. Ahora ya mayor y propietario de su propia empresa de vinos, ha dado nombre a unas de sus botellas de vinos de gran calidad embasadas en su bodega con el nombre de parrell esa piedra brillante y rojiza que nos izo pasar ratos inolvidables.
En la afueras de Darmós se encuentra el barranco del parrell. El parrell es una tierra rojiza que con su cal y el agua hace unas bolas en forma de pequeñas piedras acristaladas que están incrustadas por las paredes de este barranco, estas piedras no tienen ningún valor, solo que en nuestra infancia nos atraía su color rojizo y de cómo brillaban pareciendo trocitos de cristal incrustados en una bola de tierra. Estas piedras según como se excavaban en la pared salían de diferentes tamaños, y el que encontraba las más grandes era como si fuese el más rico para con ellas hacer intercambios con otros objetos como, canicas, sellos, cromos etc.
A este barranco no solo íbamos a buscar el parrell sino, que también íbamos a jugar, se encontraban gran cantidad de captus, que nosotros vulgarmente les llamábamos azabaras que son las bases que forman el árbol de la Pita. En este barranco había una gran pendiente para llegar al fondo y, para deslizarnos por ella cortábamos estas hojas de azabara, siempre buscando las más anchas, quitándole los pinchos de los extremos y la punta para no pincharnos, todo seguido nos sentábamos encima y nos deslizábamos por la pendiente como si fuera un patinete de la nieve, pero sin este elemento, ya que normalmente lo hacíamos en verano. Estas hojas aparte de hacer el efecto del patinete nos resguardaban de la rotura de los pantalones y, evitaban que rozásemos el culo con el suelo y nos hiciésemos daño, pero eso si, como eran verdes y tiernas no nos librábamos de las manchas del jugo que desprendían estas, al apretarlas con nuestro peso y el roce del suelo. También las utilizábamos para hacer dardos, cortando las puntas que servirían para lanzar a la diana también fabricaríamos nosotros. Las puntas de estos captus eran lo que a lo largo del tiempo se alargarían y con su crecida formarían lo que sería el árbol antes citado. Para la diana se cortaban las hojas más anchas quitando los pinchos de los extremos de estas, al igual que acianos para los patinetes, pero esta vez dándole forma redonda moldeándolas con un cuchillo, ya que seleccionábamos la parte más gruesa i consistente para que se clavaran los dardos sin dificultad.
Este barranco me trae muchos recuerdos de mi infancia de los muchos ratos pasados allí, aun que hubiesen otras opciones para jugar, cómo a patacones, rodar la rueda con un gancho, a las canicas fabricadas por nosotros mismos con fango de arcilla, con chapas de las botellas de refrescos y un sinfín de juegos más, pero siempre lo prohibido era lo más bonito, ya que en nuestras casa no querían que fuésemos a jugar allí y, mucho menos lanzándonos por la pendiente con las azabaras, cosa que evidentemente no sabían nuestros padres.
Este barranco allí sigue como también siguen estas piedras de cal, pero ninguno de los niños de ahora se acercan a él, pues ya tienen afortunadamente con que entretenerse, con esos juegos electrónicos que ni siquiera hace falta salir de casa. Pero el parrell forma parte de nuestro recuerdo de la niñez. Tanto que uno de estos niños que pasaron tantos ratos allí, buscando esas piedras y deslizándose por las rampas. Ahora ya mayor y propietario de su propia empresa de vinos, ha dado nombre a unas de sus botellas de vinos de gran calidad embasadas en su bodega con el nombre de parrell esa piedra brillante y rojiza que nos izo pasar ratos inolvidables.